El repliegue de tropas anunciado simbólicamente antes del 11-S marca el giro político de Biden hacia los desafíos que imponen China, la disputa por el sudeste asiático y los problemas internos.
Por Salvador Soler
Este miércoles en un discurso amargo en la Casa Blanca Joe Biden anunció la retirada total e incondicional de las tropas estadounidenses estacionadas en Afganistán que cumplían misiones militares. El repliegue comenzaría el 1 de mayo para completarse antes del simbólico aniversario de los atentados a las Torres Gemelas y el Pentágono, día en que se cumplen 20 años del mayor ataque en suelo norteamericano.
El demócrata ha decidido extender la presencia militar más allá del 1 de mayo, que es la fecha límite que había pactado su antecesor Donald Trump en Doha en 2020 con los talibanes para una transición de “paz”. La cifra de tropas estadounidenses en misiones militares actualmente es de 2.400 según los datos oficiales, aunque algunas estimaciones lo elevan por encima de los 3.000, más los 7.000 de la coalición liderada por los estadounidenses. El repliegue implicará un enorme costo, ya que movilizar equipos e instalaciones estacionados durante 20 años en el territorio puede tardar meses.
This afternoon, I’m announcing the withdrawal of U.S. troops from Afghanistan and providing an update on the path forward. Watch live. https://t.co/SPiLX24VdM
— President Biden (@POTUS) April 14, 2021
El comienzo de la decadencia estadounidense
En 2001 el presidente George W. Bush lanzó una ofensiva sobre Afganistán en respuesta a los traumáticos atentados del 11 de septiembre. El pretexto fue que el Gobierno de los talibán daban refugio a los líderes de Al Qaeda, entre ellos a Osama Bin Laden. En ese momento, el presidente neoconservador norteamericano logró entablar una alianza con poderosos caudillos locales -resabios de la guerra contra los soviéticos y posterior guerra civil durante la década de los ‘90- replegados en el norte de Afganistán para voltear rápidamente al Gobierno talibán (que contaba con el reconocimiento sólo de Arabia Saudita, Pakistán y Emiratos Árabes).
La guerra duró pocos días, los talibán apenas resistieron; luego escaparon para refugiarse en las montañas y recuperar fuerzas con la perspectiva de retornar a Kabul. Desde entonces se instauró un gobierno inestable comandado por líderes de diferentes etnias minoritorias afganas (uzbekos, tayikos, hazaras, etc), que a su vez siempre estuvieron enfrentados entre sí -producto de su pasado como estado-tapón entre la India británica y el Imperio Ruso-. Esto dio como resultado un gobierno débil que se mantuvo sólo gracias al apoyo político y la presencia militar norteamericana junto a la OTAN. La bota de Bush en Afganistán fue el primer paso para las intervenciones posteriores en Medio Oriente y las “guerras interminables” que proliferaron a los largo de años posteriores y el comienzo de una marcada decadencia hegemónica.
En 2009 Barack Obama recibió el Premio nobel de la Paz, entre cosas, por retirar tropas de Afganistán. Pero en cuanto los talibán recuperaron algunos territorios volviendo a hacerse visibles, inundó el país con decenas de miles de tropas estadounidenses. Desde entonces la retirada es paulatina.
Nuevos objetivos estratégicos globales
Durante su gestión, Obama buscó restablecer la hegemonía norteamericana y la credibilidad perdidas durante los años de gestión Bush a partir de coordinar al mundo en nuevas instituciones como el G20 o liderar nuevamente a la OTAN, y retornar a los Estados Unidos hacia un rostro humanitario para el mundo. Sin embargo, se ganó el mote de “el señor de los drones” por la cantidad de misiones militares quirúrgicas con estos equipos, un imperialismo 2.0. De esta manera no pudo evitar la tendencia a la decadencia marcada desde hace décadas, coronada el día que Estados Unidos entró en Afganistán.
Dentro de los objetivos de Obama – donde Joe Biden fue una pieza importante-, y luego de Trump, fue su “pivote a Asia”, para lo cuál era imperioso retirar recursos económicos y militares de las guerras en Medio Oriente para cercar a su emergente enemigo número uno: China. Luego, en el caso de Trump, era sobre todo destinar recursos para su propia base social: los americanos empobrecidos por la deslocalización de empresas hacia destinos de mano de obra más barata y la burguesía nacionalista.
Podemos decir que la gestión de Biden hoy es una síntesis de los objetivos de Trump y Obama, retomando el pragmatismo de todas las gestiones anteriores. En sus propias palabras: “Más que volver a la guerra con los talibanes, tenemos que centrarnos en los retos que determinarán nuestra posición y poder en los años venideros”. Biden internamente, por un lado, se ha embarcado en unaambiciosa agenda de reformas económicas y socialesque los historiadores comparan con el New Deal de Roosevelt que requiere enormes inyecciones dólares y recursos. Y está respondiendo a un sector conservador de la política norteamericana que exige la retirada de las guerras interminables como lo expresa la revista The National Interest.
Pero a su vez, busca responder a los intereses estratégicos más inmediatos. Esto es competir con China por la hegemonía en el centro de gravedad actual del capitalismo, ubicado en el sur y este de Asia. Lo cuál implica competir en diversas ramas como, la carrera espacial, la comercial, y el control de las cadenas de suministro de semiconductores y la alta tecnología. Y lo que muchos están demandando es que se dé una respuesta a la creciente tensión con Rusia que participa en diversos escenarios (Libia, Siria, Africa subsahariana) entre ellos Ucrania.
Afganistán y una derrota humillante
La guerra en Afganistán es el conflicto militar más largo que atravesó Estados Unidos. El costo fue de unos 2 billones de dólares, 3500 soldados estadounidenses muertos y decenas de miles de afganos asesinados y herido en el país más pobre de Asia Central. La invasión estadounidense contra el gobierno de los talibán profundizó las contradicciones internas -étnicas, tribales y políticas- en una guerra aberrante que desangró al país. Estados Unidos se está retirando sin lograr su objetivo principal: derrotar a Al Qaeda, a los Taliban y ayudar al pueblo afgano a establecer un sistema político “democrático-liberal” estable acorde a sus intereses geopolíticos y económicos (Afganistán es un país rico en hidrocarburos y minerales).
Los funcionarios estadounidenses reconocen que los talibanes se encuentran en su nivel más fuerte militarmente y han intensificado los ataques de manera espectacular durante el año pasado luego de reveses militares desde 2015. Las capitales provinciales, son retomadas de forma rutinaria por los insurgentes talibanes. Las pocas fuerzas estadounidenses que quedan han estado apuntalando a un gobierno afgano profundamente impopular que ha perdido, o nunca se ha ganado, la confianza de su pueblo.
La presencia militar estadounidense y de la coalición en el país generaron odio entre la población pastún (etnia mayoritaria), la base social de los talibán cuyos objetivos ideológicos y politicos culminarían con la restauración del califato del que gozaron entre 1997 y 2001. Los años de guerra civil e intervención imperialista han dejado sólo hambre y miseria para los afganos que viven bajo un Gobierno corrupto pro imperialista.
Estados Unidos jamás comprendió que los conflictos bélicos que se desarrollaron a partir de su intervención unilateral tuvieron siempre fuertes raíces políticas, sin embargo buscó resoluciones militares. El resultado fue la deriva de los gobiernos impuestos, aliados, y muchas veces tutelados, del imperialismo. De esta manera podemos ver la proliferación de organizaciones yihadistas como el Estado Islámico en Irak, Boko Haram en Nigeria, o Al Shabab en Somalía, y tantas otras organizaciones en diferentes países donde se fueron fortaleciendo con el tiempo. Las intervensiones imperialistas siempre tuvieron como resultado el contrario a sus objetivos iniciales.
Por el contrario, los críticos globalistas de Biden destacan que para los afganos puede ser una nueva catástrofe social y política, y demandan mantener las tropas en el país. Ya que los talibán dificilmente vayan a compartir el poder con el actual Gobierno de Kabul. Por ejemplo, esta misma semana boicotearon una conferencia de paz programada en Turquía, poniendo en duda todo el futuro del proceso de paz afgano. Los líderes talibanes se niegan a reconocer al gobierno de Kabul y ni siquiera contemplarán un alto el fuego hasta que no se llegue a un acuerdo de paz.
Según Elise Labott de Foreign Policy, “En lugar de dejar tropas estadounidenses en el país como palanca para el gobierno afgano en la mesa de negociaciones, Washington apuesta a que una fecha firme para la salida empujará a las partes a llegar a un acuerdo final al tiempo que aumenta la presión sobre vecinos como Pakistán para que ejerzan su influencia sobre el país. Talibanes para prevenir una guerra civil.”
Mientras la retirada de Estados Unidos es comparada con la partida de Saigón en 1975 al final de la guerra con Vietnam por su impacto geopolítico (salvando las diferencias políticas y sociales de dicha guerra), el futuro para Afganistán es incierto. Labott plantea que se abre la posiblidad de un escenario similar a la posguerra afgano-soviética que finalizó en 1988. O sea, una guerra civil donde no haya posibilidad de acuerdos de paz que devino en la toma del poder de los talibán en 1996.
Los talibanes podrían optar que es mejor luchar por el poder completo que negociar por un poder parcial dentro de un sistema que repudian: uno «democrático- liberal», principios de derechos humanos y civiles plasmados formalmente en la constitución afgana. Los talibanes ya han rechazado el plan de paz propuesto por el presidente afgano Ashraf Ghani y se han negado a respaldar uno propuesto por la administración Biden. En caso de retornar al poder, sus deseos de instaurar leyes islámicas chocarán con capitales como Kabul que han desarrollado una estructura social muy distinta a la década 1990; por ejemplo jóvenes que tienen acceso a internet y gozan de diversas libertades democráticas.
Por otro lado, la retirada de Estados Unidos de Afganistán puede ser vista por los yihadistas de mundo como un mensaje de que pueden alcanzar la victoria frente al ejército más grande del mundo. La fortaleza talibana en los últimos años les permitió ir captando nuevos vínculos. Un ejemplo es el acercamiento con India o China, que podrían ser un apoyo importante para moderar sus objetivos e integrarse a un orden mundial marcado por nuevos nacionalismos con intereses estratégicos en el país. Muchos países vecinos están interesados en pacificar Afganistán para comenzar obras de infraestructura y extraer recursos naturales bajo el suelo afgano.
Aún está por verse cómo se desarrollan los acontecimientos. Como dice Alcoy“Lo que enseña el trágico ejemplo de la ‘invasión interminable’ de Afganistán a los trabajadores de todo el mundo es que la intervención imperialista es siempre la peor opción; sólo puede traer sufrimiento adicional a las poblaciones locales, cualesquiera que sean las condiciones y las razones por las que intervienen las potencias imperialistas.” Estados Unidos ha dejado una estela de pobreza extrema y cientos de miles de vidas apagadas para evitar su decadencia hegemónica. Paradójicamente 20 años después están parados donde empezaron para mudarse a otras guerras aún más interminables.
Fuente: http://www.laizquierdadiario.com/Biden-retirara-las-tropas-de-Afganistan-marcando-el-rumbo-estrategico-estadounidense
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