por David Villalobos Lascano
Sangre nueva circula por las arterias de Bogotá: es la de los estudiantes de algunas de las universidades privadas, así como otros jóvenes que se sumaron al paro nacional convocado para el miércoles 5 de mayo.
Llegaron a su cita seguramente sintiendo el tenso ambiente que se respiraba en la ciudad, en la que sus avenidas no estaban colmadas por el masivo flujo de vehículos que siempre la ahoga; una ciudad donde gran parte de quienes la habitan decidieron no salir a sus conocidas y sufridas rutinas, ante el temor de un descontrol social que culminara entre nubes de gases lacrimógeno, tiros de muerte y carreras desesperadas.
Son jóvenes para los cuales seguramente esta es su primera participación en una acción de expresión antigubernamental, para llegar a la cual debieron dar un debate en sus centros de estudio, propiciado por sus rectorías, y producto del cual decidieron en ellos declarar una especie de “día cívico” para que educandos y educadores pudieran sumarse a la protesta sin riesgo de perder clase o dejar pendiente algún examen. Una motivación condicionada desde las rectorías que recuerda iniciativas del empresariado, como la que obligó en 1957 al dictador Rojas Pinilla a su exilio español.
Mujeres y hombres, ya no peinados con la uniformidad de hace 64 años. En este caso centenares de estudiantes de la universidad Javeriana, Fundación universitaria de las ciencias de la salud, Antonio Nariño y Universidad de ciencias aplicadas y ambientales, establecieron como punto de encuentro el Parque Nacional y su entrada colindante con la Carrera Séptima, al cual también concurrió un importante grupo de profesores.
Pese a su inexperiencia en las lides de la demanda social y de la confrontación con el establecimiento, llegaron cargados de energía, y con algunas representaciones artísticas que les servirían para comunicar de otra manera lo que piensan sobre el actual gobierno, sus diversas políticas y la sociedad que somos.
El punto de encuentro se va llenando de jóvenes, se saludan, conversan. Pasan los minutos y el eco de las conversaciones gana espacio, pero no por mucho tiempo. El silencio total se impone en un tramo de la Séptima con calle 39, y la razón es un grupo de estudiantes que: vestidos de negro yacían inmóviles en el áspero asfalto, rodeados de cámaras y mirones, una flor amarilla descansaba en los dedos de una joven cuyo cuerpo estaba totalmente cubierto por tela negra dejando la mano izquierda de la artista como única parte visible. Su mensaje está estructurado a través de un performance realizado por jóvenes artistas para honrar a las víctimas de la violencia estatal. Tras un prolongado lapso de silencio, los estudiantes se levantaron enérgicos para gritar firmemente su petición, “No más asesinatos”.
Aunque pueda sonar a obviedad, en un país donde la vida parece valer tan poco resulta una petición más que contundente, una exigencia legítima de vida desde la dignidad y creatividad de una juventud consciente de la realidad que vive el país en el cual habitan.
El punto de encuentro fue solo eso, y una vez allí ya sabían hacia dónde marcharían, tomando como rumbo el monumento que recuerda a los Héroes de la gesta independentista y no hacia la tradicional Plaza de Bolívar. Para llegar a su destino tomaron rumbo por la Caracas y por la Carrera Séptima.
Quienes recorren la Séptima, al llegar a la calle 60 se encuentran con otras delegaciones unversitarias, entre ellas estudiantes de las universidades Rosario, Externado y Andes, que habían seleccionado el parque conocido como de los hippies como punto de referencia para la marcha.
Hacia Héroes
El sector está totalmente colmado por la vitalidad juvenil, sus vistosos colores, la música y las arengas alusivas a la inconformidad, descontento e indignación por todos los jóvenes y adultos asesinados desde el 28 de abril, como también alusivas a demandas populares que se desprenden del generalizado descontento con la reforma tributaria.
La marcha continúa. Con paso lento, consignas entonadas con energía y sentimiento de inconformidad por las decenas de flores arrancadas violentamente en primavera, flores impactadas por tiros de los cuerpos de seguridad del establecimiento durante estos días de alzamiento juvenil y social. En simultáneo, otras varias marchas, de jóvenes pero también de sindicatos y otras organizaciones sociales, partían al mismo tiempo desde otros puntos de encuentro y recorrían otros sectores de la ciudad.
De manera similar otras muchas marchas estarían tomando cuerpo en el resto del país, en decenas de ciudades, pequeñas o grandes, en todas ellas sus participantes unidos por el descontento con el mal gobierno, con su irrenunciable uso de la violencia homicida, con una oligarquía que gobierna pensando solo en cómo sacar beneficio de aquello que es de todos y todas pero que ha terminado por ser de unos pocos, el conocido 1 por ciento. Marcha, marchas, en las que no está ausente el temor al ataque inesperado del Esmad y la posibilidad de una muerte también inesperada o un disparo de bala de goma que reviente un ojo, o que haga inservible alguna otra parte del cuerpo. Pero, pese a ello, todas y todos, como ha sido común durante estos días, decididos a tomar el riesgo para así dejar testimonio de inconformidad.
El sector está totalmente colmado de juventud, y sus pies se enrutan hacia su destino previamente seleccionado, llegan hasta la calle 72 y bajan a la Caracas para finalmente colmar todos los entornos del territorio que ocupa el monumento a la memoria de quienes se batieron y ofrendaron su vida por una causa, derrotando a los colonizadores y dando paso a la fundación de la república que aún somos, y su Estado oligárquico, el mismo que pasados 211 años debiera sufrir igual suerte y así dar paso a una nueva organización social, política y económica.
Legitimidad a la protesta social
Las marchas durante la mañana y la tarde se llevaron a cabo de manera tranquila y alegre, las grandes cantidades de manifestantes solo se sobresaltaban con la aparición de efectivos de la policía quienes en algunos casos estaban apostado como defensores de la propiedad privada, protegiendo edificios, puertas y logros, como el que identifica al banco de Bogotá en sus oficinas principales, y otras entidades de renombre que no tolerarían los estragos de los grafittis.
Sin el más mínimo atisbo de violencia, los estudiantes se movilizaron hasta caer la tarde, solo exasperados puntualmente por quienes causan su malestar y cólera, aquellos que estimulan los desordenes al provocar e instigar, la mal llamada fuerza pública y su cuerpo élite de choque, el Esmad.
Estamos ante una juventud que merece como reconocimiento que las organizaciones del más diverso cuño –sindicales, ambientales, de género, culturales, territoriales, y otras muchas– reivindiquen en su interlocución y le exijan la implementación de todas y cada una de aquellos factores que concretan la negación de vida digna para el amplio segmento juvenil:
– Derecho a la educación universitaria y superior gratuita, fortaleciendo para ello el sistema público educativo en todos sus niveles y dejando a un lado la política de girar dinero para pagarle a las universidades, sobre todo privadas, por demanda.
– Empleo estable y bien remunerado, poniendo en marcha de inmediato, un plan extraordinario de trabajo que asegure chamba para no menos de dos millones de personas, plan ampliado en el mediano plazo a por lo menos otro millón de empleos para jóvenes.
– Erradicar la criminalización de la juventud.
– Implementar una política de inclusión juvenil en todos los aspectos de la gobernanza
– Desmilitarizar la policía, dejando atrás la idea de que todo aquel que protesta es enemigo, y acabar con el Esmad.
Ellos y ellas quieren, exigen y merecen un presente placentero y un futuro luminoso.
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