Colombia: ¿Es posible un diálogo nacional sin escuchar a los jóvenes?

Por Julián de Zubiría Samper

No es posible iniciar un diálogo sin reconocer a las personas con las que vamos a dialogar. Por eso nadie puede llamar “idiota útil” a su contradictor. Si queremos construir en equipo, tenemos que empezar por desarmar nuestro lenguaje para construir confianza.

Entre octubre y diciembre de 2018 las calles del país se llenaron de jóvenes que se movilizaban en defensa de la educación. Serán recordadas como unas de las marchas más multitudinarias y pacíficas que conozcamos, en especial porque se presentaron todas las semanas durante dos largos meses. Fruto de ellas, y por primera vez en la historia, el presidente de la República se sentó a hablar con los universitarios y se revirtió la política pública trazada desde la Ley 30 de 1992. Los jóvenes lograron nuevos y muy importantes recursos para la educación pública superior.

Un año después, a fines de 2019, volvimos a ver a la juventud en las calles. Los artistas tomaron mayor protagonismo y eso permitió llenar las movilizaciones de teatro, baile, títeres y música. Sin duda, le cantaban a la vida. Era la nueva narrativa que parecía asumir la protesta social. También se sumaron maestros, sindicalistas y líderes ambientales. Cada uno quería que se tuvieran en cuenta sus propias reivindicaciones. En Colombia hay tantos temas por los que luchar que el pliego que le presentaron al gobierno Duque incluía ¡104 aspectos por discutir!

El gobierno se enfrentaba en las calles a quienes clamaban por la implementación de los acuerdos de paz y pedían cambios en la política social, ambiental, educativa, económica y laboral. En ese contexto, sacó su as bajo la manga e invitó a unos encuentros denominados “conversación nacional”. Se trataba de oír a todos, pero sin dialogar con los presentes. Piaget lo hubiera denominado un “monólogo colectivo”. Asistí a la mesa de educación y debo reconocer que es difícil expresar la frustración que sentí. No había agenda previa, ni se reconocían los múltiples diagnósticos, planes, programas y compromisos anteriores. Era poca la representatividad y las finalidades no eran claras. Tal vez el objetivo estaba implícito: ¡desactivar el paro!

No fue la estrategia del gobierno la que debilitó el paro. Fue la pandemia. Nos encerró en cuatro paredes y nos llenó de miedo. Destruyó vidas, empresas, empleos, sueños e imposibilitó la socialización. Sin duda, los jóvenes fueron quienes cargaron con el mayor peso. Eso lo ratifican las cifras de desempleo juvenil y la sensible disminución de quienes siguieron estudiando en colegios y universidades. Pero hay otro factor, tan importante como los anteriores, que poco ha sido tenido en cuenta en los análisis: el profundo efecto psicológico de permanecer encerrados, sin socializar, sin ir a fiestas, sin hacer deporte, sin viajar y sin tener encuentros con amigos y compañeros. Los jóvenes han sido duramente golpeados a nivel emocional. Sabemos que han aumentado sus niveles de tristeza y depresión. La explicación es sencilla: lo que genera felicidad en la vida es amar y sentirse amado, tener proyectos y compartir con amigos y familiares. Pocas de esas cosas pudieron hacerse a partir de marzo de 2020. Por lo menos, no de manera legal y continua.

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