Día Mundial del Reciclaje: “Las Manos que Limpian al Mundo”

Por: Mario Hidalgo J. / Director Ejecutivo de Fundación Circular

La vista impresiona, los gallinazos se mezclan entre la basura. Algunos se pelean entre ellos. En segundo plano, se ven a varias personas removiendo las montañas de basura, en búsqueda de materiales reciclables. Botas, guantes, mascarilla, gorra y overol es lo que visten. Tras el impacto visual, nos estacionamos y bajamos del auto. Entonces, viene el segundo golpe, el olor. Estábamos a unos cuarenta metros de donde estaban depositando los desechos los camiones y, sin  embargo, el fortísimo olor hacía que pareciese que estabas en la mitad de la basura. Es difícil describir la sensación, pero para mí, olía principalmente como que fueran naranjas en descomposición. Sientes que el aroma se impregna y, aunque poco a poco se va volviendo más tolerable, no puedes dejar de notarlo. El mundo del reciclaje encuentra a sus mejores aliados en este escenario. Durante décadas los recicladores de base han realizado una actividad, incomprendida, cuyos efectos nos benefician a todos. Alrededor de 200 personas se dedican a la recuperación de materiales reciclables en el relleno sanitario de Manta, en la provincia de Manabí. 

Aunque aún insuficiente, poco a poco, la sociedad empieza a interesarse sobre los retos que deberá enfrentar en el futuro; principalmente en lo concerniente al cambio climático. Empezamos a entender que el modelo de economía mundial, basado en extracción-elaboración-consumo-desecho es insostenible. Datos de Naciones Unidas indican que, al ritmo actual, para el año 2050 se necesitarían tener 3 planetas Tierra para satisfacer las necesidades bajo este esquema. Como respuesta, desde hace algunos años, surge un nuevo enfoque sobre qué se puede -y se debe- hacer para evitar la destrucción de nuestros ecosistemas: la Economía Circular (EC).

De manera sucinta, la EC busca que la generación de desechos se reduzca al mínimo a través de distintos procesos, tales como, la creación de productos que sean diseñados para mantenerse el mayor tiempo posible dentro de la cadena de producción, evitando así la «obsolescencia programada». Dentro de este punto, se debe tomar en cuenta el uso de materiales que puedan ser reutilizados o reciclados al final de su vida útil. También se resalta, por un lado, la importancia del rol que cumplimos los consumidores al saber valorar estos productos y, por otro, saber qué hacer con ellos al haberlos utilizado. Es decir, somos los encargados de la disposición final de estos productos. Finalmente, una etapa se enfoca en lo que ocurrirá con los desechos. El ideal sería que los desechos orgánicos puedan reconvertirse en abono orgánico, mientras que los desechos inorgánicos (plástico, vidrio, cartón, papel, latas, entre otros) puedan ser reintegrados en el círculo económico a través del reciclaje, reúso o revalorización de estos. Si bien el concepto de EC es relativamente nuevo, es verdad que el ‘reciclaje’ (reconociéndolo actualmente como una parte de la circularidad) no lo es tanto y tras todo este espectro teórico, existe también una cara humana que durante décadas se ha dedicado a la recuperación de materiales que pueden ser reciclados: los recicladores de base.

Gracias a uno de los proyectos que llevamos adelante desde Fundación Circular, he tenido la suerte de conocer a este grupo de personas invisibilizadas y -a veces- discriminadas pero que, con su trabajo, inciden directamente en la sostenibilidad. A nivel nacional, existen alrededor de 20 mil familias que viven gracias a esta actividad, la mayoría son mujeres, muchas son cabeza de hogar (RENAREC, 2019). Pese a las duras condiciones en las que trabajan, las largas jornadas laborales y falta de infraestructura que facilite su trabajo, su salario promedio oscila, apenas, entre los $180 y $220 dólares mensuales (ibid.). Los números reflejan la difícil situación por la que deben atravesar los recicladores; sin embargo, el objetivo de este artículo no es analizarlos desde la distancia, sino hacerles conocer la experiencia -de un primerizo- de poder haber sido testigo de conversar con ellos desde uno de sus lugares de trabajo, el relleno sanitario de Manta.

El Relleno de Manta está ubicado en el barrio de San Juan, a las afueras de la ciudad. El ingreso desde la carretera nos lleva a un camino en mal estado. Pocos metros más adelante, se encuentra el Cementerio de la ciudad y tras unos cinco minutos se vislumbra la primera pista de que se está cerca al Relleno: decenas de gallinazos en el cielo. Ya en la entrada, se requiere aprobación del encargado del GAD de Manta para poder ingresar. Tras atravesar una pesa gigante -utilizada para saber cuánto material entra al relleno- inicia un camino sinuoso. Se ven celdas gigantes (canchones amplios) que ya han sido rellenadas previamente y, de repente, se empiezan a ver montañas de desechos de hasta dos metros de altura cubiertas de gallinazos. Entonces te das cuenta de que las decenas que se encuentran en el cielo son solo una pequeña parte del total de aves que están en el lugar.

Mientras se ve a los recicladores trabajando, hay un tercer factor que empieza a aparecer, el calor. Más de treinta grados centígrados bajo el sol ecuatorial resulta insoportable tras pocos minutos. Sin embargo, el trabajo no para. Los camiones recolectores vienen esporádicamente y tras cada descarga, recicladores y gallinazos se acercan a los nuevos montículos para escarbar, ninguno tiene miedo al otro. Los recicladores llevan sacos gigantes que empiezan a llenar con lo que encuentran; posteriormente los irán depositando en montículos alejados de la basura para que, al final de la jornada, puedan venderlos a los intermediarios que llegan al relleno en camiones o camionetas.

Dentro de este paisaje dantesco, se ve una escena conmovedora. Uno de los recicladores encuentra un balón viejo en la basura y se pone a jugar con uno de los perritos que están en el lugar. En cada viaje, se podía verlo pateando la pelota para que el perro la alcance. Aunque con mascarilla, se notaba el disfrute del reciclador y, el movimiento de la cola del can develaba la felicidad misma. Gran recordatorio de que, a veces, las cosas más sencillas de la vida son las que más dicha traen.

De vuelta a la realidad -desechos, gallinazos, olor y calor- pude constatar información que la conocía simplemente por relatos de los recicladores durante nuestros encuentros. No existen lugares de descanso, no hay donde guarecerse del sol, no hay servicios higiénicos disponibles ni lugares para cambiarse y asearse. En definitiva, las condiciones laborales en la que los recicladores se desenvuelven son, por decir lo menos, nefastas.

Cuando te acercas a la basura, no puedes sino sentir culpabilidad. Dentro de las bolsas de basura caseras, se encuentra de todo, sin ningún tipo de clasificación. Imaginémonos, por un instante, el tener que meter la mano dentro de todos los desechos de nuestra casa para sacar algo que necesitamos. Ahora, imaginémonos que debemos hacer eso permanentemente para alimentar a nuestras familias. ¿No preferiríamos evitar tener que hacerlo? Quizás el mayor problema a la altura de esta lectura es que, aunque lo intentemos, no podemos imaginar algo que no conocemos. Peor aún, si es algo que preferimos evitar y no mirar. En este país donde nos cuesta entender que debemos poner “la basura en su lugar”, es casi un sinsentido pretender que fijemos nuestra mirada y empaticemos con quien debe laborar en rellenos y botaderos.

Sin embargo, no hay peor gestión que la que no se hace. Este texto apunta que, al menos por unos minutos, durante el día mundial del reciclaje, sepamos qué es lo que ocurre con nuestros desechos y quiénes son un pilar dentro de esta cadena que ayuda al reaprovechamiento de materiales que, de otro modo, terminarían enterrados. Una pequeña parte (peor es nada) del proceso de dignificación puede ser resuelto por nosotros mismos al simplemente separar lo orgánico de lo inorgánico desde casa y evitar que los recicladores deban escarbar para encontrar lo que necesitan. Esto no será suficiente para salvar al mundo, pero es un muy buen primer y sencillo paso para lograrlo. El Día Internacional del Reciclaje tiene como objetivo que tomemos conciencia acerca de su importancia. Aprovechando este día, quise relatar mi primera experiencia viendo lo que la mayor parte de la sociedad no quiere ver. Sin embargo, invisibilizar la realidad, y con ello a un grupo de personas, no va a solucionar nada. 

  ¿Cómo es posible que saquemos pecho sobre nuestra biodiversidad y no hagamos el mínimo esfuerzo por mantenerla? ¿Cómo es posible que hablemos de derechos humanos y nos hagamos de vista corta ante la situación que viven otros ecuatorianos? Es vital que nos involucremos en este proceso socioambiental. El daño a la naturaleza puede revertirse si actuamos disruptivamente ahora. La situación precaria en la que deben trabajar conciudadanos debido a nuestro quemeimportismo también puede cambiar si nos dejamos guiar por la empatía. Afortunadamente, hay dos cosas que están cambiando. La primera, es el aumento paulatino (aunque aún insuficiente) para la toma de conciencia en la ciudadanía sobre temas de importancia como el reciclaje. La segunda, es que gracias al trabajo de muchas organizaciones de la sociedad civil y de recicladores de base que nos anteceden, el reconocimiento de la labor que realiza este grupo de trabajadores se ha fortalecido. De esto último, te das cuenta cuando escuchas sus experiencias, cuando te dejas conmover y empiezas a valorar lo que hacen. Entonces, entiendes más que nunca la descripción propia de los recicladores, ellas y ellos son “las manos que limpian al mundo”. MHJ

Mayo 17, 2021.

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