Cómo curar al capitalismo

Juan Cuvi

Históricamente, la política ha sido la cura infructuosa de la sociedad. En todas las civilizaciones los gobiernos se han empeñado en reparar los daños provocados por el ejercicio del poder. La idea de la patología social siempre ha rondado en las estrategias de control político. Las diferencias, disidencias o resistencias han sido tratadas como enfermedades que amenazan la buena salud de un Estado.

La medicina política ha alcanzado niveles de brutalidad y sevicia impensables. Con mucha frecuencia, la decisión de curar la enfermedad social ha estado asociada con la extirpación o eliminación de un agente infeccioso. En este catálogo de terapias políticas, el genocidio ocupa la escala más alta de irracionalidad. Todas las civilizaciones, indistintamente y en diferentes formas, lo han practicado.

¿Qué cambió con la modernidad? Pues que la única civilización que además de enfermedades sociales está provocando enfermedades naturales es el capitalismo. Y los impactos son tan graves que hasta se han inventado términos como remediación ambiental, para intentar edulcorar la devastación de la naturaleza. Lamentablemente, no se puede curar la gangrena con emplastos.

La situación es alarmante. El VI Informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) es contundente: el crecimiento perpetuo que impone la lógica industrial no es viable. En otras palabras, el capitalismo es insostenible. Las evidencias no pueden ser más concluyentes: si en los próximos años no se detiene el proceso de calentamiento global, las consecuencias para la vida en el planeta serán catastróficas.

Las reacciones al problema, como era de esperarse, oscilan entre la condescendencia correctiva y el cuestionamiento radical al sistema. Es decir, entre quienes creen factible seguir ensayando medidas de mitigación frente al cambio climático, y quienes plantean una reconversión total del modelo productivo.

Los primeros, que ya alcanzan el estatus de negacionistas, sostienen que es posible corregir las externalidades del sistema desde el propio capitalismo. Más o menos como curar la sarna con la lana del mismo perro. Para estos devotos del progreso lineal e infinito, la tecnología es una suerte de demiurgo que pondrá orden en el caos generado por la producción desenfrenada.

Desde esta visión simplista y parcial, obvian el hecho de que, además de la catástrofe ambiental, el capitalismo provoca efectos sociales y culturales irreversibles. Mejor dicho, incurables. Todos los remedios aplicados hasta la fecha han resultado insuficientes, por no decir inútiles. La pobreza, la marginalidad y las desigualdades no han parado de ahondarse en el último siglo, a pesar de los éxitos macroeconómicos y de la sofisticación tecnológica. Que una sola persona posea un patrimonio superior a la riqueza que produce un país poblado por millones de seres humanos significa que algo anda muy mal.

En todo caso, es preferible dejar que del caos surja un nuevo equilibrio, tal como lo sugiere Leonardo Boff en un artículo de reciente publicación (Marcos teóricos para entender la crisis actual), antes que seguir reparando una fábrica de enfermedades.

Acerca de Juan Cuvi 180 Articles
Miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción (CNA), Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo, Parte de la Red Ecudor Decide Mejor Sin TLC.

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