por Gonzalo Arcila Ramírez
Podemos sostener que el actual desarrollo del capitalismo ha transformado radicalmente los intercambios con la naturaleza. El carácter de estas transformaciones se precisa a partir de la distinción entre periodo de trabajo y periodo de producción. Esta distinción la hizo Marx para describir los momentos en los que no se produce ninguna valorización del capital productivo.
Esto es lo que sucede cuando los obreros agrícolas interrumpen sus faenas en el lapso que transcurre entre la siembra y la recolección de la cosecha. En ese momento no se agrega trabajo, la fuerza de trabajo no es indispensable y no se produce ninguna valorización del capital productivo.
En estos casos estamos frente a una sustitución de la fuerza de trabajo. Esta sustitución, que en la agricultura se debe al aprovechamiento de un proceso de la naturaleza, tiene en la gran industria maquinizada un carácter sistemático y deliberado. En la gran industria, plantea Marx, el trabajador ya no introduce el objeto natural modificado, como eslabón intermedio entre la cosa y él mismo, sino que inserta el proceso industrial, como medio entre el trabajador y la naturaleza a la que domina.
Este modo de organización de la producción no es otra cosa que la aplicación sistemática de la ciencia en los intercambios con la naturaleza. De allí que Marx sostuviera que las invenciones se convertían en modos de la actividad económica y la aplicación de la ciencia a la producción inmediata en un criterio que la orienta y la regula. En esas condiciones el control del proceso industrial ya no lo lleva a cabo el trabajador aislado sino los trabajadores asumidos como equipo científico o intelecto colectivo. “El desarrollo del capital fixe (fijo), revela hasta qué punto el conocimiento o Knowledge (saber) social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata, y, por lo tanto, hasta qué punto las condiciones del proceso de la vida social misma han entrado bajo los controles del general intellect (intelecto colectivo) y remodeladas conforme al mismo. Hasta qué punto las fuerzas productivas sociales son producidas no sólo en la forma del conocimiento, sino como órganos inmediatos de la práctica social, del proceso vital real”1.
En su condición de órganos inmediatos de la práctica social, las nuevas fuerzas productivas sociales no son un medio de desarrollo de la persona aislada sino que son un medio universal y genérico de desarrollo de la persona social. La lógica de ese proceso productivo sólo puede ser puesta en movimiento, regulada y finalizada por personas organizadas en equipos o colectivos. Allí los actos humanos expresan de un modo inmediato su socialidad en razón de la socialidad de los recursos productivos creados previamente.
Establecida esa premisa se puede sostener que la naturaleza se ha humanizado y las personas, afirmadas en esa otra naturaleza transformada, crean fenómenos físicos específicos. A esto se refiere Bachelard en los siguientes términos: “Se puede sin titubear hablar de una creación de los fenómenos por el hombre. El electrón existía antes del hombre del siglo XIX, pero antes del hombre del siglo XIX el electrón no cantaba. Ahora canta en la lámpara de tres electrodos. Esta realización fenomenológica se ha producido en un instante preciso de madurez matemática y técnica”. Estas consideraciones hoy tienen una confirmación universal con el desarrollo de la industria electrónica cuyos equipos (creaciones fenomenológicas) han modificado todas las esferas de la experiencia humana.
Estos hechos en los que la imaginación se enlaza con la técnología han hecho realidad la idea romántica de una “ciencia de la imaginación”. Marcuse ya en 1956 registraba este nuevo modo de la experiencia humana. “El carácter científico, racional de la imaginación ha sido reconocido hace mucho tiempo en las matemáticas, en las hipótesis y experimentos de las ciencias físicas”2. Estas transformaciones han alterado radicalmente las necesidades y deseos de los humanos y han llevado a la crisis el orden normativo y los principios axiológicos dominantes en el capitalismo actual. Especialmente significativa es la crisis de la institución estatal y de la política.
Crisis del Estado
Max Weber, al ocuparse de las relaciones entre la empresa capitalista moderna y el Estado, destacaba el carácter lógico-mátemático de la acción estatal. Weber plantea que la empresa capitalista moderna descansa ante todo en el cálculo. Para funcionar necesita que la justicia y la administración funcione con procedimientos generales (algoritmos diríamos hoy) que operen con la exactitud que requiere el rendimiento de una máquina.
Esta formulación nos ubica en un mundo de formas acabadas. Y efectivamente a principios del siglo XX el modo de producción capitalista era un proceso socio-histórico acabado en cierto sentido. Sobre ese fundamento se planteó por los socialistas la tarea histórica de superación del capitalismo. Recordemos que el capitalismo es una sociedad que emerge por la mediación estructural de las reglas anárquicas del mercado. Pero alcanzado ese resultado, la sociedad puede plantearse la tarea de pensar y orientar el proceso mismo de la historia y de los intercambios entre la sociedad y la naturaleza.
Es decir, abandonar el reino de la necesidad e ingresar al reino de la historia gracias al sometimiento de las relaciones propias y colectivas al poder equilibrador de una comunidad de personas capaces de actuar libremente. En palabras de Marx “Los individuos universalmente desarrollados, cuyas relaciones sociales en cuanto relaciones propias y colectivas están ya sometidos a su propio control colectivo, no son un producto de la naturaleza sino de la historia. El grado y la universalidad del desarrollo de las facultades, en las que se hace posible esa individualidad, suponen precisamente la producción basada sobre el valor de cambio, que crea, por primera vez, al mismo tiempo que la universalidad de la enajenación del individuo frente a si mismo y los demás, la universalidad y la materialidad de sus relaciones y habilidades”3.
La idea de abolir el Estado como máquina que ejerce la violencia y, en su lugar, asumirlo como un dispositivo de administración de los asuntos públicos al cual se tiene un acceso universal tiene en la realidad creada por el capitalismo su soporte histórico. El experimento de una sociedad socialista en la Rusia de los zares, estuvo animada por ese propósito. Lenin en su libro “El Estado y la Revolución” formuló su tesis sobre la ecuación estado=administración universal. La idea de una sociedad que no requiere la violencia porque vive en la abundancia y de un Estado asumido como un mecanismo de gestión barato, eficiente y dedicado a satisfacer los derechos fundamentales de la ciudadanía está en la base de las tesis sostenidas por Lenin. Esta su tesis: “La cultura capitalista ha creado la gran producción, fábricas, ferrocarriles, el correo y el teléfono, etc., y sobre esta base, una enorme mayoría de las funciones del antiguo “Poder del Estado” se han simplificado tanto y pueden reducirse a operaciones tan sencillas de registro, contabilidad y control, que estas funciones son totalmente asequibles a todos los que saben leer y escribir, que pueden ejecutarse en absoluto por el “salario corriente de un obrero”, que se las puede (y se las debe) despojar de toda sombra de algo privilegiado y “jerárquico”4.
La liquidación del Estado no es otra cosa que ese despojo de las relaciones públicas, de su aura de privilegio y poder jerárquico innombrable e ininteligible. Las funciones de gobierno pierden su mistificación y pueden ser desempeñadas por cualquier ciudadano o ciudadana competente. Este debate suscitado por la revolución de Octubre en sus inicios, luego se pervierte, pero actualmente tiene el carácter de un asunto práctico. Hoy, en virtud de los ordenadores electrónicos, la industria de software y las redes y autopistas de la información, las ideas de Lenin son realidad efectiva en la mayoría de las naciones democráticas del mundo.
Esta situación le crea escollos al ejercicio de la violencia estatal. La legalidad de las acciones violentas de los organismos de seguridad está puesta en cuestión. En estas circunstancias el formalismo jurídico ya no opera automáticamente. Queda en evidencia, entonces, la crisis del orden valorativo que sostiene el ejercicio de la violencia estatal, cuya legitimidad está, por tanto, cuestionada y quienes constituyen la comunidad política afectada por esa situación se ven obligados a actualizar los acontecimientos que estuvieron en la génesis del orden que ahora tiene que apelar a la violencia para defenderse.
En la tradición política contemporanea, la violencia ejercida por la burguesía durante la Revolución Francesa proporcionó el paradigma para la transición de una situación política histórica de caos hacia una situación política configuradora de una sociedad nueva. Sin embargo, a fines del siglo XIX Engels daba cuenta de las paradojas que la historia comenzaba a producir. En la introducción a “La lucha de clases en Francia 1848 1850” de Marx, decía: “La ironía de la historia universal lo pone todo patas arriba, nosotros, los “revolucionarios”, los “elementos subversivos”, prosperamos mucho más con los medios legales que con los medios ilegales y subversivos. Los partidos del orden, como ellos se llaman, se van a pique con la legalidad creada por ellos mismos. Exclaman desesperados con Odilón Barrot: “La legalité nous tue”, la legalidad nos mata, mientras nosotros echamos, con esta legalidad, músculos vigorosos y carrillos colorados y parece que nos ha alcanzado el soplo de la eterna juventud”5.
Las ilusiones acerca de la posibilidad de una nueva aurora humana alcanzada por la mediación de conflictos legalmente regulados, tuvo en las dos guerra mundiales una pavorosa respuesta. Las ilusiones de Engels fueron depuradas en la matriz de la guerra. La Primera Guerra, sin embargo, sirvió de premisa a la caída del imperio zarista y la Segunda creó las premisas para la liquidación de los imperios coloniales.
Hoy sabemos que la experiencia de crear una sociedad socialista en el antiguo imperio zarista se disolvió, sin la mediación de otra guerra, al iniciarse la última década del siglo XX. La idea del fin de la historia, elaborada por Francis Fukuyama, fue el modo como se valoró la derrota de la experiencia socialista que se intentó con la Revolución de Octubre. A esa idea del fin de la historia la está sustituyendo la de un cambio de época. La gran crisis de 2007 y 2008 proyectó en el horizonte la posibilidad de una emergente sociedad postcapitalista. En esa perspectiva es necesario colocar en el centro del debate la propuesta de la disolución del Estado como aparato que puede usar legítimamente la violencia; asimismo precisar las posibilidades de la organización administrativa de las cosas (internet de las cosas) como premisas de los nuevos desarrollos económicos y políticos que requiere crear una sociedad humana a escala planetaria.
1 Marx c. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política. Editorial Siglo XXI. Buenos Aires, 1971. Tomo II pag 230.
2 Marcuse H. El hombre unidimensional. Editorial Seix Barral. Barcelona 1972, pag 278.
3 Marx C. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política. Editorial Siglo XXI. Buenos Aires, 1971. Tomo I, p. 90.
4 Lenin V., Obras Escogidas. Ed. Progreso, Moscú 1969, p. 304.
5 Engels F. La lucha de clases en Francia 1848 1850. Fundación Federico Engels, Madrid 2.015, p. 37.
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