Frankie, el dinosaurio que irrumpió en la asamblea de Naciones Unidas con un mensaje sobre la extinción, ha descolocado a más de uno. Por ejemplo, a esos analistas políticos de derecha que, con el ánimo de ridiculizar a los dirigentes del movimiento indígena que se oponen a la eliminación de los subsidios, reducen ese mensaje a una discusión sobre el precio de la gasolina. Más o menos como si un creyente católico redujera la comunión a la ingesta de la hostia, con lo cual podríamos concluir que la fe y la práctica religiosa dependen del precio del trigo.
Estos análisis tan simplistas implican una total renuncia al pensamiento complejo. En la práctica, apelan a una mirada superficial del problema, una mirada más preocupada por las urgencias coyunturales del Ecuador que por la catástrofe ambiental que amenaza al planeta. Banalizan el mensaje. Si los dinosaurios reinaron durante 200 años en el planeta, algo importante tendrán que decirnos a los Homo sapiens que, en tan solo cien mil años, estamos a punto de comernos la gallina de los huevos de oro.
Se necesita algo más que animadversión hacia ciertos dirigentes indígena para llegar al fondo del planteamiento de Frankie. Lo que nuestro amable reptil pone en la picota no es el subsidio a los combustibles fósiles, sino un modelo de civilización –la capitalista occidental– cuya matriz energética no solo es insostenible, sino devastadora. Y el precio de los combustibles es un factor absolutamente insustancial dentro de este irracional esquema de producción y consumo. Veamos unos breves ejemplos.
En el Ecuador, el precio del galón de gasolina es de 2,55 dólares, en Estados Unidos es de 3,18 y en Canadá es de 4,64. Sin embargo, el consumo per cápita de gasolina en esos dos países es entre 4,5 y 5,7 veces el del Ecuador. Esto significa que en los países industrializados se consume cantidades astronómicas de combustibles sin importar su precio. Si en los Estados Unidos y Canadá les quitaran el subsidio, el volumen de consumo tendría que incrementarse al ritmo del crecimiento y la expansión de sus economías, como en efecto ha ocurrido desde hace un siglo. La voracidad inherente a los estilos de vida de esas sociedades no puede detenerse mientras los referentes civilizatorios sigan siendo la acumulación y el despilfarro. Así de simple.
No obstante, a nuestros oficiosos paladines de los intereses empresariales les aterra poner el dedo en la llaga. Omiten el fondo y resaltan el maquillaje. No es el calentamiento global el que va a destruir la vida en la Tierra: es el capitalismo. Pero resulta más cómodo y conveniente echarle la culpa de la crisis ambiental a la CONAIE que a las megacorporaciones responsables de la economía mundial.
¿Por qué en lugar de proponer la reducción de los subsidios a los combustibles en el Ecuador no proponen, con la misma obstinación, la reducción del consumo de combustibles en los países industrializados? Al menos esto último sí generaría algún impacto.
Noviembre 2, 2021
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