La crisis de los medicamentos en el sector público es un círculo vicioso particularmente cruel, porque juega con la angustia y la necesidad de la gente común y corriente. El esquema opera en actos, como en una pieza de teatro.
En primer lugar, salen a la luz los hechos de corrupción que envuelven a la adquisición y administración de fármacos en los hospitales del Ministerio de Salud Pública y del IESS. Estos escándalos obligan a detener los procesos de adquisición hasta investigar las denuncias. A renglón seguido se produce un desabastecimiento que en poco tiempo alcanza niveles dramáticos, lo que, a su vez, provoca la justa indignación y el reclamo de los usuarios de los servicios de salud. La presión ciudadana y mediática obliga a las autoridades a disponer la compra urgente y masiva de medicamentos (tal como ocurre en este momento), con lo cual se abren las puertas a nuevos negociados. Una vez paliado el problema, nuevamente saltarán las denuncias de corrupción y habremos regresado al inicio.
¿Por qué el tema de la provisión de medicamentos en el sector público se ha convertido en un laberinto cada vez más enredado? Por la sencilla razón de que el negocio farmacéutico es uno de los más poderosos y rentables del mundo. Basta revisar los balances de los grandes laboratorios del primer mundo para confirmarlo: las cifras son estratosféricas. Y, paradójicamente, es una actividad carente de todo escrúpulo. Lo acaba de demostrar la obscena rentabilidad que han obtenido los fabricantes de vacunas a propósito de la pandemia del Covid-19.
La lucha por alternativas para resolver esta injusticia data de muchas décadas atrás. La liberalización de las patentes, y la consiguiente producción de medicamentos genéricos, han sido el argumento fundamental en esta cruzada. Hoy mismo, la reconocida organización internacional Médicos sin Fronteras (MSF) lo está exigiendo a propósitos de las vacunas para el Covid-19. No obstante, el poder de las corporaciones farmacéuticas es tan grande que neutraliza inclusive la demanda por los derechos más elementales.
¿Existen salidas? Hace varios años, desde el Banco de Sur se propuso una iniciativa interesante: financiar la creación de laboratorios regionales de medicamentos genéricos que pudieran suplir un alto porcentaje de la demanda de varios países sudamericanos. Al final, la propuesta no pasó de la consabida verborrea progresista. Al parecer, los tentáculos del negocio llegan más allá de lo que nos imaginamos.
En efecto, siempre se ha advertido de la presencia al interior de las instituciones púbicas de agentes de las empresas farmacéuticas encargados de orientar las decisiones políticas y administrativas. Con frecuencia, sorprende que se repitan los mismos vicios en la compra de equipos, insumos y medicamentos. No hay tal. Solo se trata de un jugoso negocio.
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