La caída de Hong Kong y sus implicaciones para China

por Au Loong Yu

En Hong Kong está produciéndose una gran purga. Un total de 153 personas han sido procesadas al amparo de la Ley de Seguridad Nacional impuesta por Pekín el pasado mes de julio. Las amenazas de Pekín han llevado a muchas organizaciones a disolverse. Entre enero y finales de septiembre de 2021, 49 organizaciones han optado por disolverse ante las amenazas o posibles medidas represivas, incluida la oposición política, grandes y pequeños sindicatos, organizaciones estudiantiles, ONG, iglesias y medios de comunicación. El 11 de septiembre pasado, el Professional Teachers’ Union (PTU, Sindicato Profesional de la Eseñanza) votó por disolverse. Lo mismo ocurrió con la Confederation of Trade Unions (CTU, Confederación Sindical) el 3 de octubre.

Una purga que no se limita a Hong Kong

La actual ola represiva está destinada a generar una gran purga para aplastar a la sociedad civil, incluida la libertad de expresión, y también una purga cultural con el fin de controlar el pensamiento y el alma de la gente. No es extraño que el gobierno de Hong Kong, después de obligar a prestar juramento de lealtad en la función pública, trate ahora de hacer lo mismo con las maestras y maestros. Esto lleva su política, desarrollada desde hace tiempo, al paroxismo de intentar sustituir el cantonés por el mandarín como lengua vehicular de la asignatura de lengua china. El sector cultural, que gozaba de libertad de creación, se encuentra de pronto a merced de la censura y el acoso, hasta el punto de que ver documentales sobre la revuelta de 2019 en las comunidades constituye un delito punible. Si el Hong Kong de libre mercado merecía ser defendido por la clase trabajadora, ello se debía a que la ciudad también albergaba una variedad vibrante de movimientos sociales locales, por mucho que todavía se hallaran en pañales. En apenas un año, Pekín ha destruido este espacio público.

Esta gran purga no se limita a Hong Kong. La interacción de la sociedad civil hongkonesa con la del continente muestra que lo que sucede en una también tiene profundas repercusiones en la otra. La víctima más reciente ha sido la Alianza de Apoyo a los Movimientos Democráticos Patrióticos de China, profundamente odiada por Pekín por el continuo apoyo de la gente de Hong Kong al movimiento democrático del continente. Durante más de tres decenios celebraba un memorial del Cuatro de Junio en la ciudad, siendo este el único lugar de China que se permitía recordar la trágica represión de entonces, hasta que el año pasado las autoridades prohibieron el acto. A esto le siguió el acoso contra la Alianza, que se vio forzada a disolverse el 25 de septiembre.

Hay un sector de organizaciones civiles que se han disuelto o desactivado en los últimos dos años sin que apenas trascendieran los hechos. Esta sector estaba formado por organizaciones hongkonesas que apoyaban a la sociedad civil china, desde la asistencia a abogados represaliados del continente hasta el apoyo al activismo sindical. Se hallan entre las primeras víctimas de la represión desatada por Pekín, pero estos hechos se suelen ocultar. Durante treinta años, estos grupos (redes de autoayuda y ONG que abarcaban un amplio espectro de ámbitos, desde el medioambiente hasta el sindicalismo, el feminismo y trabajos comunitarios) han sido cruciales a la hora de introducir prácticas de autoorganización civil en el continente.

Estoy más familiarizado con la situación de los grupos que se han comprometido a apoyar el activismo sindical en China. Desde comienzos de siglo, unos diez grupos hongkoneses han estado trabajando en este campo. La mayoría de ellos gestionaban centros comunitarios o sindicales en el delta del río de las Perlas, algunos optaron por apoyar a otros centros del continente, o ambas cosas. Al principio, las autoridades locales los toleraron, y algunos incluso mantenían una discreta colaboración con las oficinas locales de la Confederación de Sindicatos de Toda China (ACFTU [sindicato oficial]). Pero esto no duró mucho. Ahora, ante la creciente hostilidad en el continente, la mayoría de organizaciones hongkonesas han visto cancelada su inscripción en el continente. Tras la promulgación de la Ley de Seguridad Nacional, algunas incluso han tenido que cancelar  voluntariamente su inscripción en Hong Kong.

Sin embargo, su desaparición ya comenzó en 2015, cuando el 9 de julio de ese año la autoridad del continente empezó a detener a casi 300 abogados que habían ayudado a defender los derechos legítimos de gente marginada o de disidentes. Alrededor de esa fecha también fueron detenidos una serie de abogados laboralistas. Tres años después se desató otra ola de detenciones, esta vez centrada principalmente en las y los estudiantes que se habían manifestado masivamente en apoyo del personal de la fábrica Jasic Technology Co. de Shenzhen, que pretendían organizarse. Durante esta operación, las autoridades también detuvieron al personal que trabajaba para grupos de apoyo creados por ciudadanos y ciudadanas de Hong Kong, pese a no estar implicados en la lucha de Jasic. Desde entonces, estos grupos han sufrido acosos y la mayoría de ellos abandonaron o tuvieron que reducir significativamente sus actividades. Los pocos que quedaron tuvieron que enfrentarse a crecientes dificultades. Este fue el comienzo del fin de los grupos hongkoneses de apoyo al movimiento sindical en China.

Con la promulgación de la Ley de Seguridad Nacional, algunos de estos grupos también empezaron a preocuparse por su presencia en Hong Kong, sobre todo cuando medios del Partido, como era habitual, no solo atacaron a organizaciones que recibían financiación de EE UU, sino que también señalaron por primera vez a organizaciones europeas que prestaban ayuda económica al desarrollo de los grupos de Hong Kong, desde sindicatos hasta grupos eclesiásticos. Por eso, algunos de ellos también se autodisolvieron. Con la muerte de Hong Kong, el hundimiento de la recién nacida sociedad civil china es casi seguro, al menos de momento. Cabe preguntarse si este era justamente el propósito de Pekín.

Un puñado de personas siguen en la brecha

Bajo los golpes de Pekín, la oposición y la sociedad civil se han visto forzadas a pasar a la defensiva a fin de minimizar las futuras pérdidas. Ha sonado la hora de una retirada táctica. Hay momentos en que hay que sacrificar los alfiles para salvar la reina. El problema, sin embargo, es si la retirada es ordenada o caótica, dominada por el pánico y facilitando la completa aniquilación de las propias fuerzas. Acontecimientos recientes hacen temer cada vez más que las cosas pueden caer en esta deriva, aunque la represión en curso también ha puesto a prueba a quienes todavía tienen la voluntad de resistir, pese a que su resistencia es de naturaleza más simbólica y moral.

La disolución del PTU –el mayor sindicato de Hong Kong– representa la vía de retirada más controvertida. Técnicamente, la propuesta de disolución fue aprobada finalmente en una votación democrática de delegados y delegadas de las bases. Sin embargo, previamente la dirección ya había decidido que el sindicato debía disolverse ante las amenazas verbales de ciertos mediadores que hablaban en nombre de Pekín (el PTU lo había hecho público). A fin de llegar a este objetivo, la dirección se apresuró a cambiar los estatutos del sindicato, de manera que en vez de requerir una mayoría de dos tercios de todos y todas las afiliadas para aprobar la disolución, ya solo se requería una mayoría de delegados para aprobarla. Al final, en vez de permitir que unas 100.000 personas afiliadas votaran sobre la propuesta de la dirección o que participaran como observadoras en la reunión si así lo deseaban, tan solo votaron 140 delegados, con 132 a favor, 6 en contra y 2 abstenciones.

El principal argumento formulado por la dirección para disolver el sindicato deprisa y corriendo y con tantas manipulaciones era el de disolución a cambio de indulgencia. Irónicamente, incluso cuando la dirección dio a conocer públicamente su decisión, los medios de comunicación del Partido Comunista Chino (PCC) dejaron claro de inmediato que  incluso si se disolvía el sindicato, Pekín seguiría persiguiendo a las y los sindicalistas.

Una palabra más sobre los mediadores de Pekín. Su misión consiste en congeniar con algún miembro de la organización que ejerza cierta influencia o sea potencialmente peligroso para Pekín y después cooptarlo: este es uno de los pilares de la conocida estrategia tongzhan (literalmente frente unido). En Hong Kong ha adquirido proporciones increíblemente amplias y lleva mucho tiempo practicándose, pero también es muy meticulosa, a menudo hecha a medida para adaptarse a cada persona. Los mediadores de Pekín primero traban amistad contigo, averiguan qué es lo que más te interesa (no necesariamente dinero), y después te ofrecen ayuda que no puedes rechazar. La persona que tienen en el punto de mira se halla entonces en una pendiente resbaladiza sin ser plenamente consciente de ello. Incluso en los casos en que esto no funciona, el régimen todavía puede manipularla a base de chantajes y amenazas. Esta es probablemente una de las razones de que hoy, entre la mayoría de organizaciones de masas y partidos democráticos de Hong Kong, siempre podamos encontrar a algunas figuras destacadas cuyos discursos y actos son tan parecidos a los de quienes apoyan a Pekín.

Pero también hay gente incorruptible. El modo en que la Alianza de Apoyo a los Movimientos Democráticos Patrióticos de Hong Kong (HKA) fue desmantelada resultó ser un poco más edificante. Aparentemente aplicó una pauta similar a la del PTU, pero en la fase de deliberación en el seno de la dirección hubo una oposición más fuerte a la propuesta de disolución: esta se aprobó por una exigua mayoría de cuatro contra tres. La oposición estuvo encabezada por Chow Hang-tung, una joven abogada y activista. Cuando se procedió a la votación de las bases, ella ya estaba detenida, pero antes había escrito un llamamiento público a las bases pidiéndoles que no cedieran. Alegó que la táctica de disolución a cambio de indulgencia era una trampa y que al negarse a capitular se mostraría al mundo la determinación del pueblo de Hong Kong de mantener viva la lucha. Sus seguidores perdieron la votación, pero ella y sus compañeras y compañeros salvaron el honor de la resistencia de Hong Kong. Para mucha gente, ella es el nuevo símbolo de la resistencia.

En cuanto a la CTU, no parece que hubiera una oposición manifiesta a la propuesta de disolución, solo hubo rumores de que el vicepresidente estaba en contra. El 3 de octubre, la convención aprobó la moción de disolución con una mayoría de 57 a 8. En contraste con el PTU, tanto la HKA como la CTU permitieron a sus miembros ejercer su legítimo derecho al voto. Comprendemos lo difícil que es resistir a Pekín en estos momentos, pero también saludamos a las pocas personas que siguen enarbolando la bandera de la lucha.

El desmantelamiento de las organizaciones de masas ha causado una profunda desmoralización. El 7 de octubre, el Sindicato de Estudiantes de la Universidad China de Hong Kong (HKCU), un centro muy importante, por no decir el más importante, del movimiento estudiantil, también se disolvió. En menos de una semana, otro sindicato estudiantil afiliado anunció asimismo su disolución. En realidad, solo fue la propia universidad la que ponía trabas a la actividad del sindicato (forzándolo a desapuntarse de la universidad), cuando el gobierno todavía no la había emprendido con él. No se ve la razón de que tuviera que disolverse con tanta prisa.

A diferencia de anteriores casos de disolución de organizaciones civiles, esta vez el desmantelamiento del sindicato estudiantil fue criticado no solo por parte de estudiantes, sino también de personas ajenas. La crítica más destacada fue la que formuló el profesor de la HKCU Dr. Chow Po Chung, un conocido académico progresista muy activo en el sindicato cuando estudiaba en la universidad. En la misma fecha en que se anunció la disolución, explicó en Facebook que de acuerdo con los estatutos del sindicato, la dirección no estaba facultada para declarar el desmantelamiento y que la decisión requería como mínimo una consulta entre las bases, seguida de un referéndum.

Hubo quienes respondieron a su comentario con hostilidad, recordándole que no era quién para formular esa crítica, ya que la medida no le afectaba directamente. Chow replicó con mucho decoro diciendo que tal vez no se había expresado bien y que solo quería reiterar que la decisión de la dirección del sindicato no tiene efectos legales para ningún o ninguna estudiante de la HKCU que quisiera resucitar el sindicato en el futuro. En otras palabras, su mensaje pretendía informar a quienes quisieran mantener vivo el sindicato. El mensaje caló al poco tiempo, ya que un mes después del anuncio de disolución, un estudiante apeló al Comité Jurídico del sindicato y le convenció de que declarara que los estatutos no otorgan poder alguno al sindicato para autodisolverse y que por tanto la decisión era nula.

Pekín ha destruido el sistema electoral hasta tal punto de que el legislativo reformado no es más que una marioneta de Pekín: los candidatos potenciales han de pasar el filtro de la Ley de Seguridad Nacional, por no hablar ya de que Pekín ha retrocedido en el tiempo y la proporción de escaños de elección directa se ha reducido de la mitad a un mero 22 %. Además, Pekín ya ha aplicado los nuevos criterios de la Ley de Seguridad Nacional para descalificar a una serie de concejales municipales.

Lo que ya resulta cómico es que el portavoz de Pekín llamó públicamente al Partido Demócrata a presentarse a las elecciones para dar más credibilidad a su espectáculo de marionetas. El vicepresidente de la Federación Nacional de Chinos Retornados del Extranjero, Lu Wenduan, advirtió de que Pekín consideraría la negativa del Partido Demócrata a concurrir como un acto hostil. Sin embargo, esto podría ser contraproducente, ya que ni siquiera el grueso de los Demócratas conciliadores están dispuestos a participar en el espectáculo.

La táctica autodestructiva de Jaugaiking

No cabe duda de que el golpe represivo de Pekín es muy duro y de que el precio a pagar por cualquier acto de resistencia es elevado, aunque también hay que tener el sentido de la proporción: todavía está lejos de la clase de represión que practicaron la junta militar birmana o el régimen chino en  1989. Claro que nadie puede forzar a otra persona a convertirse en mártir en contra de su voluntad. Una mejor manera de responder es la estrategia de caminar con dos piernas, que implica que al tiempo que se comprende a quienes desean evitar riesgos, también se ofrece tiempo y espacio a quienes prefieren resistir, con medios no violentos, para hacer lo que desean, especialmente cuando las personas que así lo deciden tienen ese derecho de acuerdo con los estatutos de sus respectivas organizaciones. Demasiado a menudo, las direcciones de organizaciones que no querían correr riesgos no respetaron sus propios estatutos y se los saltaron mediante manipulaciones.

Aunque no debemos condenar a las y los estudiantes que anunciaron la disolución de sus sindicatos sin seguir el debido procedimiento, sí hemos de poner en tela de juicio el comportamiento de los líderes experimentados del Partido Demócrata (PD) que han actuado de modo similar. Este partido influye mucho más en el PTU y la HKA que cualquier otro partido de oposición. En los últimos diez años han corrido muchos rumores de que tal o cual dirigente del PD/PTU/HKA ha sido cooptado por Pekín. Hay pruebas circunstanciales que revelan actitudes extrañas entre ciertos líderes del PD. Sin embargo, no han aparecido pistolas humeantes, aunque tampoco es preciso que aparezcan.

Todo lo que hace falta es hacer un breve repaso de la estrategia política del PD. En su haber consta en hecho de que no condenara la revuelta de 2019, tal como reclamó Pekín, sino que se uniera a la juventud rebelde, por lo que ahora algunos de sus líderes están en prisión. No obstante, en el plano político la línea que ha estado siguiendo desde la década de 1980 ha sentado las bases de la rápida descomposición del movimiento social de Hong Kong. Esto puede resumirse con dos términos cantoneses de uso común: jaugaiking  y doizyusin. El primero significa literalmente podemos hablar (con Pekín), desde presionarle para concedernos el sufragio universal hasta convencerle de que nos conceda más escaños de elección directa a cambio del incumplimiento de sus promesas. El segundo significa literalmente aceptar cualquier concesión que se nos ofrezca (por parte de Pekín).

Para que jaugaiking y doizyusin funcionen, es preciso que Pekín envíe mediadores a hablar con los líderes pandemócratas o con cualquier personas que ejerza cierta influencia. Los líderes pandemócratas interpretaron esto como un reconocimiento de su importancia y no eran conscientes de que podían estar siendo cooptados. Así, aceptaron de todo corazón la exigencia de Pekín de que el sufragio universal se implementara paso a paso. En 2010, el PD aprobó un paquete de reformas políticas propuesto por Pekín (ampliación parcial del número de escaños de elección directa en el legislativo hongkonés), un acto típico de doizyusin. Sin embargo, esta vez provocó amplias críticas en el campo demócrata y fue el momento en que el PD empezó a perder apoyo y credibilidad. No era consciente de que el fracaso de su estrategia de compromiso ya estaba escrito en la pared.

Por otro lado, la juventud tiene el mérito de haber salvado el honor de Hong Kong librando un último combate. También debemos recordar el puñado de luchadoras demócratas como Chow Hang-tung, que impulsó una última y honrosa batalla que seguirá inspirando a las generaciones futuras.

Disputa global entre China y EE UU

Pekín tiene que acabar con la autonomía de Hong Kong porque esta supone una amenaza para su monopolio del poder y su apropiación de la riqueza del país. Un segundo motivo para Pekín es que al acabar con Hong Kong también puede poner fin a la influencia política de EE UU y del Reino Unido para exhibir su fuerza. De este modo, Hong Kong también se convierte en campo de batalla de la disputa. Tengo mis dudas con respecto al término de guerra fría. Durante la guerra fría del siglo pasado, en Asia se desarrollaba una guerra caliente (en sentido literal), en la que quien llevaba la ofensiva era el imperio estadounidense, mientras que los chinos y vietnamitas estaban más bien a la defensiva. Detrás de esta dicotomía ofensiva-defensiva también estaba la oposición entre colonialismo y anticolonialismo. Quienes estaban comprometidos con la democracia y la autodeterminación de las naciones oprimidas, no habrían optado por mantenerse neutrales, y mucho menos por situarse del lado de EE UU.

La situación actual es muy distinta. El enfrentamiento de Pekín con EE UU no es un enfrentamiento con el imperialismo como tal, no pretende sustituirlo por algo mejor. Es una competición por decidir quién tiene la última palabra en el reparto de la cadena de valor mundial, una disputa que también es profundamente injusta. Basta echar un vistazo a lo que están haciendo las empresas chinas en todo el mundo, sus inversiones son iguales que las de cualquier régimen imperialista o explotador, a saber, el propósito de maximizar las ganancias a expensas del planeta y de la clase trabajadora.

Queriendo posicionarse en la rivalidad entre China y EE UU, mucha gente debate sobre la naturaleza del régimen político chino. Hay quien dice que China es un régimen autoritario, pero esta descripción no es muy satisfactoria, ya que un régimen autoritario a secas no suele ejercer un control tan estricto sobre el conjunto de la población, tanto en el ámbito social, como en el económico y el del pensamiento. Dado este grado de control, resulta tentador decir que China es más totalitaria que autoritaria. También en este caso, el término encierra una fuerte connotación de la vieja guerra fría, aunque parece que se acuñó antes de que esta comenzara.

Pienso que una de las dificultades radica en el hecho de que China es un poco de todo. Según algunos criterios es un país en desarrollo, pero según otros es un país imperialista emergente. Por un lado, es la fábrica del mundo por sus bajos costes laborales, pero esto significa que solo puede quedarse con una parte reducida de la cadena de valor global, lo cual es un caso típico de acumulación dependiente. Por otro lado, el Estado chino invierte ingentes cantidades de dinero en el patrocinio de la innovación y en esto tiene bastante éxito. Actualmente ya exhibe una sólida capacidad de acumulación interna. China es un conjunto de múltiples contradicciones.

Tan solo hay un rasgo del PCC que se mantiene muy firme desde 1949, a saber, su hostilidad a que la gente trabajadora goce de libertad de expresión y de derechos democráticos y su insistencia en su derecho divino a lavar el cerebro a la gente. Una vez mantuve una conversación a distancia con un disidente del continente, que había estado detenido durante un mes por sus actividades. Cuando lo pusieron el libertad, la policía secreta le dijo: “Nuestro partido respeta la libertad de pensamiento y desde luego puedes tener tus propias ideas, siempre que no las expreses públicamente”. Ya veis, así es como respetan la libertad de pensamiento.

Opino que en el debate en torno al conflicto entre China y EE UU, mucha gente se centra demasiado en los méritos y deméritos de un Estado u otro, olvidando que como socialistas debemos priorizar siempre el bienestar de la gente. Habrá quienes proclamen apresuradamente que están de acuerdo con esto y seguidamente presentarán ristras de artículos que muestran los logros de Pekín en la mejora económica, por ejemplo el grado de erradicación de la pobreza o el número de normas laborales que se han promulgado, y así sucesivamente, para demostrarlo: “Gracias al gobierno del PCC, el Estado se ocupa del bienestar del pueblo chino, lo que demuestra una vez más que el Estado chino es progresista, mientras que EE UU es reaccionario”. Y así deciden apoyar a Pekín en la lucha global por la hegemonía.

Sin embargo, este no es el meollo de la cuestión. En primer lugar, las cifras oficiales siempre son engañosas, por no decir totalmente falsas. En segundo lugar, si alguien desea conocer la situación real entre la gente común, es preciso saber qué piensa esta y cómo vive su vida. Por desgracia, pocas personas que apoyan a Pekín frente a EE UU se preocupan por la gente de carne y hueso. En tercer lugar, sostengo que en la situación de China, el bienestar económico de la clase trabajadora es un criterio secundario con respecto al criterio del disfrute de derechos políticos por el pueblo. Afirmo que nuestro principal criterio a la hora de calificar al régimen de Pekín debe ser si la gente goza de derechos políticos.

Cuando la población no puede gozar de estos derechos, pronto o tarde acaba perdiendo realmente todo. En esta situación, por mucho que tenga de momento unos ingresos razonables, estos nunca estarán seguros, el peligro de que se los apropie de nuevo el Estado o algún promotor en connivencia con el partido en el poder siempre está al acecho. Basta ver lo que pasó con el campesinado en la época de Mao. Una vez se asignó una parcela de tierra a cada persona durante la reforma agraria de comienzos de la década de 1950, acabaron perdiendo todo a favor de las llamadas comunas pocos años después. Solo recuperaron sus tierras en la década de 1980, para empezar a perderlas de nuevo en el actual proceso de acaparamiento de tierras, a menudo encabezado por dirigentes del partido.

En cuanto a los derechos laborales, desde la liquidación de las ONG defensoras de la clase trabajadora en 2015, también se ha extendido el incumplimiento de la legislación laboral, como mostró la llamada disputa sindical en 1996. Esta denegación de los derechos políticos básicos por parte del Estado de partido único nos parece suficiente para afirmar que el régimen chino es totalmente injusto y debe ser reemplazado por otro democrático, y que la disputa entre China y EE UU debe enjuiciarse de acuerdo con el interés de los pueblos en su lucha histórica por la emancipación.

La cuestión de si “el gobierno estadounidense y el gobierno chino son o no igual de perversos o igual de fuertes” también constituye un falso debate, porque no necesitamos demostrar que el ladrón que nos roba es igual de perverso o de fuerte que el otro ladrón antes de poder condenarlo. Puede que Pekín no sea tan perverso como Washington, y seguro que no es igual de fuerte, pero es suficientemente fuerte para aplastar a su propio pueblo, como viene haciendo desde hace décadas. Por eso, los verdaderos socialistas que buscan ante todo el bienestar político y económico de los pueblos, deben dar prioridad a su propia lucha por la emancipación por encima de todo y deben juzgar el enfrentamiento entre China y EE UU desde el punto de vista prioritario de su propia lucha.

En Occidente, un montón de buena gente odia el imperio estadounidense. Pero no hace falta apoyar a Pekín para expresar los propios sentimientos, del mismo modo que la gente de Hong Kong no necesita apoyar a Trump para manifestar su oposición a Pekín. A la buena gente de Occidente le diría que el Estado chino no requiere su apoyo, sino que es más bien el pueblo chino el que lo precisa. Pero ¿quiénes son el pueblo chino? La dificultad estriba en el hecho de que apenas se escucha su voz. No es fácil encontrarse con sus verdaderos representantes en las reuniones internacionales de las sociedades civiles, puesto que los activistas socialistas, además de tener prohibido viajar al extranjero para expresarse libremente, continuamente se les detiene y encarcela.

Por desgracia, a quienes apoyan al régimen de Pekín en el extranjero no suele preocuparles el bienestar del pueblo chino. ¡Y eso que la falta de visibilidad del pueblo chino clama al cielo! Si alguien no ha escuchado ese clamor, es porque sus oídos iban para otro lado. Precisamente porque no se les escucha hemos de llamar de viva voz al mundo entero a que apoye al pueblo chino para que recupere su voz y se le escuche.

Claro que hay ocasiones en que sí se escucha la voz del pueblo chino. Hace unos años, ciertos medios digitales publicaron artículos sobre una posible guerra entre EE UU y China, y alguien puso un comentario que llamó mucho la atención. Dijo que el pueblo chino debía apoyar el esfuerzo de guerra llamando primero a los miembros del politburó del partido a combatir, y si no lograban vencer, enviar entonces al frente a todo el comité central, y después a todos los miembros del partido. Al final prevalecerá el pueblo chino. El comentario demuestra que hay gente que sabe que en la situación actual una guerra entre China y EE UU no es su guerra. El pueblo tiene su propia guerra que librar, una guerra por recuperar su autoestima y sus derechos políticos y económicos para ser libres.

 

http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article60399

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