[Opinión] Pachakutik: signo de una descomposición en las izquierdas

Se cumple exactamente un año desde el triunfo en segunda vuelta del banquero Guillermo Lasso por sobre la opción “supuestamente” progresista de Andrés Arauz y el campo correísta. En la práctica, esta opción resultó nada “progresista” porque, doce meses después, es el correísmo el que, -mediante un pacto político que ha permitido tanto la supervivencia del gobierno como la liberación reciente de Jorge Glas-, sostiene con oxígeno al cada vez más endeble gobierno neoliberal. Antes de la segunda vuelta, en las izquierdas se hablaba de la necesidad de asumir una posición autónoma ante estas dos opciones electorales, que se materializó de manera efectiva en la posición del consabido “nulo ideológico”. Sin lugar a duda, el nulo jugó un papel en la victoria de Lasso al bloquear la posibilidad de un gelatinoso (en este país no alcanza para más) “frente” antineoliberal de centroizquierda, sí, incluyendo también a los correístas con todas sus innumerables contradicciones. El discurso fue el de la autonomía, el de una tercera opción que pudiera rescatar la energía insurreccional y crítica de la movilización de octubre de 2019 para situarse como nueva alternativa política ante la dicotomía forzosa entre estas dos versiones de autoritarismo.

Ese era el horizonte de posibilidad señalado, por una parte, por los excelentes resultados electorales de Yaku y los candidatos a la Asamblea de Pachakutik que situaban a la formación casi como la segunda fuerza política del país, prácticamente a las puertas de ser gobierno. Por otra, porque el conjunto de condiciones políticas y sociales que motivaron Octubre no solo sigue ahí, sino que se ha radicalizado a un punto intolerable. Las izquierdas, en su búsqueda permanente de un sujeto político que encabece la resistencia ante el avance del Capital, proyectaron en el movimiento indígena (brazo político incluido) todas sus esperanzas: un proyecto electoral exitoso que permitiría gestionar poder en la arena institucional articulado, a su vez, a la excepcional capacidad de organización y movilización de la CONAIE. En teoría, había suficiente material para primero bloquear y después derrotar la pesadilla neoliberal que se anunciaba y hasta se hablaba de que en seis meses el gobierno de Lasso estaría afuera. Como en política no es cuestión de sumar 1+1, tras los acontecimientos de las últimas semanas es posible afirmar que los derrotados un año después hemos sido, nos guste o no, todos. ¿Qué rayos fue lo que aconteció? La escandalosa actuación de la presidenta de la Asamblea, Guadalupe Llori, en torno al debate de la Ley de Interrupción del Embarazo por Violación, que permitió que pase por vía del Ministerio de la Ley con todas y cada una de las retrógradas observaciones de Lasso, es solamente la punta de un iceberg llamado izquierda ecuatoriana.

«Lo de fondo es preguntarse cuánto tiempo más seguiremos dando pasos de ciego y fracasando una y otra vez hasta entender que es imposible querer transformar la realidad sin siquiera primero intentar transformarnos casa adentro».

El colapso político en Pachakutik, el estancamiento de la movilización social como vía para frenar la arremetida neoliberal y la ausencia de un discurso consistente que ofrezca alternativas a la población ante un escenario de Estado Fallido como el actual, son algunos de los signos de la bancarrota política, ideológica y estratégica de la cual no hay -ni puede haber- otras responsabilidades que las que se encuentran en las propias izquierdas. No es asunto de señalar con el dedo ni de hacer meas culpas, sino de empezar a asumir esas responsabilidades, reconocer errores y asimilar aprendizajes, en vez de seguir caminando hacia ninguna parte como si no pasara nada. No es necesario abundar aquí en las taras que atraviesan las izquierdas en su constitución histórica, los sectarismos, los liderazgos anquilosados y la política como gestión de intereses, la suspensión de la crítica y la falta de formación teórica e ideológica, las mezquindades y miserias, en fin, todo eso que ya conocemos porque lo vivimos día a día. Lo de fondo es preguntarse cuánto tiempo más seguiremos dando pasos de ciego y fracasando una y otra vez hasta entender que es imposible querer transformar la realidad sin siquiera primero intentar transformarnos casa adentro. Con las izquierdas funcionando en piloto automático, repitiendo estrategias agotadas inclusive desde tiempos del correísmo y con escasísima capacidad de autocrítica, hay pocas evaluaciones colectivas; lo que cunde es la desazón.

Pachakutik como signo de la descomposición actual, hace rato que no se comporta como un movimiento político de izquierda. Dentro del propio movimiento indígena se escuchan voces que dicen “ni de izquierda, ni de derecha: indígenas”. ¿Qué significa esto? Por supuesto, existe una crítica necesaria hacia la colonialidad de las izquierdas en su relación histórica con los indígenas, por ejemplo, en la reflexión poderosa que Blanca Chancosa ha realizado en varios espacios. Pero más allá de la crítica, legítima por demás, este argumento ha sido utilizado recientemente como justificación para cualquier cosa. Desde el contradictorio plan de gobierno de Yaku en primera vuelta (en donde aparecían ideas bastante lejanas a un programa transformador), el distanciamiento con las bases sociales en la CONAIE, la selección de asambleístas de posturas reaccionarias que nada tienen que ver con los principios del movimiento, los acuerdos políticos con el gobierno de Lasso que permitieron llegar a un personaje cuestionable y limitado como Guadalupe Llori a la presidencia de la Asamblea, así como el comportamiento posterior nefasto de la mayoría del bloque, evidencian  un profundo descalabro ideológico. ¿Y es problema esto solo de Pachakutik? Lo grave es que no y podemos encontrar comportamientos similares en prácticamente todas las organizaciones de izquierdas.

¿Qué hay del comportamiento de Unidad Popular, quienes desde 2017 venían apoyando a Lasso por la inmensísima razón táctica de cobrarse la persecución correísta de años? Son imborrables aquellas imágenes en que, usando el mismo repertorio simbólico de luchas de izquierda, se subieron a tarimas a pedir el voto por Lasso y varios de sus militantes inclusive asesoraron a asambleístas de CREO en el periodo anterior. ¿Qué hay de aquellos líderes indígenas que hicieron lo mismo por razones similares? El anticorreísmo ha sabido producir giros espectaculares al otro lado del espectro político. ¿O es necesario traer a colación la cercana relación de líderes del Partido Socialista con el nefasto gobierno de Lenin Moreno, en donde inclusive le dieron consejos como “no negociar nada con los indígenas”? ¿O centrales sindicales como la CUT, que a poco de la segunda vuelta se declaró lassista cuando antes era radical correísta? E inclusive habría que hablar también de quienes ingenuamente nos dejamos utilizar durante el proceso del proceso del Consejo de Participación Transitorio, el cual, en lugar de contribuir a la reinstitucionalización del país, terminó al final por hacer un nuevo reparto. Ejemplos, lamentablemente, sobran. Y no sería crítica objetiva si no incluyese también autocrítica.

A medida que el gobierno profundiza la agresión contra trabajadores, indígenas y campesinos, mujeres, maestros y estudiantes, lo único que se nos ocurre es repetir guiones. Repetiremos, pues, lo de los últimos años: el comunicado estéril con posicionamientos ante determinado hecho, la marcha intrascendente para medir fuerzas, la enésima acción en la Corte Constitucional o cualquier juzgado, como si el sistema judicial fuese a resolver algún día la opresión, el desgaste cotidiano tratando de competir con los discursos de las derechas y los medios de comunicación en redes sociales, el conversatorio con los mismos personajes diciendo las mismas lecturas siempre. Todo esto porque en algún lugar del camino abandonamos la creatividad, la capacidad de pensar y actuar de nuevas formas, de elaborar estrategias colectivas de largo plazo, de reconstruir lo político desde abajo y horizontalmente. Y, sobre todo, nuestra capacidad de ser críticos con nosotros mismos.  En tal situación de amodorramiento, de inefectividad casi irresponsable, no es casual que las derechas y extremas derechas hayan pasado a embanderar la indignación y la rebeldía, como afirma Pablo Stefanoni en su último libro. Siguiendo esta línea de interpretación, las izquierdas -y en particular los contradictorios “progresismos” que lograron hacerse con el poder-, al fallar en su promesa de querer cambiarlo todo y  no haber logrado cambiar nada, son ahora parte de un status quo.

Tan enrevesado es el momento, que hasta el Partido Social Cristiano ha logrado sostener de manera más consistente una oposición al gobierno de Lasso que correístas y pachas, a pesar de compartir sus intereses. Ya se dirán argumentos de lado y lado, como que la política es un asunto de acuerdos, que había presos políticos de por medio, que hay que impedir el regreso de Correa a toda costa, y cualquier otra justificación imaginable. Lo cierto es que esta política de derrotados sin capacidad de iniciativa propia está hundiendo a las izquierdas en su conjunto, mientras un país que no encuentra alternativas terminará apostando por cualquier mercachifle con cuenta de Tik Tok en las próximas elecciones. ¿Dónde quedaron los programas, las ideas, las vocaciones utópicas de futuro? Nos hemos reducido a la patética dicotomía de correísmo/anticorreísmo mientras todo se cae a pedazos alrededor, incapaces de pensar más allá de esta limitada (y aburrida) perspectiva de la política y de la realidad. Ojalá fuese tan simple como realizar la fantasía de sentarnos todos en la mesa del señor y perdonarnos nuestros pecados mutuos y hablar de unidad, de unidad y de unidad. No va a pasar, al menos en el futuro próximo, pues nuestra verdadera religión es la del resentimiento permanente y de la admonición moral mientras nos peleamos por ver quién es más radical en este gallinero.

¿Qué hacer? Más que recordar a Lenin, habría que empezar por entender que, si las responsabilidades son de todos, las soluciones también. Las izquierdas son un proyecto de emancipación colectiva frente a un enemigo único y formidable que se reviste de muchas caras, determinando nuestra subjetividad y comportamiento sin que podamos detectarlo la mayoría de las veces. Hay que abandonar toda arrogancia y falsa creencia de que se tiene una posición moral superior a los otros, regresar a la discusión de ideas y a experimentar formas más creativas de lucha. Hay que entregar los diplomas de jubilación y agradecimiento a varios líderes que ya cumplieron hace rato su ciclo, dejar que sean los jóvenes quienes dicten el camino para que, citando a Gramsci, lo nuevo pueda empezar a nacer. En una palabra, limpiar la acequia para que corra el agua fresca e irrigue los campos para que vuelvan a ser fértiles. Y si no es todo esto, pues que se propongan otras rutas, pero que pase algo -y pronto-, porque si algo podemos afirmar en un momento de crisis como este, es que la decadencia no tiene fondo.  Estamos en la obligación política y ética, -dado que las izquierdas han buscado representar históricamente a las mayorías excluidas y explotadas-, de encontrar de nuevo el camino, antes de que sea demasiado tarde.

Acerca de Mateo Martinez Abarca 5 Articles
Quito, 1979. Filósofo, escritor y analista político. Candidato a doctor en filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México.

1 Comment

  1. Importante aporte de Mateo Martínez al debate actual sobre la situación de las izquierdas en el Ecuador, sobre el cual quiero comentar:
    1) El 11 de abril no ganó Lasso, ganó el anticorreismo, como resultado de una exitosa estrategia política y de comunicación aplicada durante 4 años por la derecha y replicada por Pachakutik, que convencieron a sus bases de que el problema actual del país no es el neoliberalismo sino el correismo, y que, por lo tanto, el objetivo electoral a alcanzar no era derrotar a Lasso, sino derrotar a Aráuz, como representante del correismo. Para juntarse en ese objetivo, lograron impulsar con éxito en las elecciones, en la Sierra y Oriente el «nulo ideológico», que disfrazaba su apoyo al banquero.
    2) No es cierto que la supervivencia del gobierno de Lasso es gracias al supuesto «apoyo» y oxigenación del «correismo». El apoyo abierto a Lasso vino desde el ala derechista mayoritaria de Pachakutik, que con sus 16 votos promedio en la Asamblea le permitieron impulsar sus iniciativas y sobrevivir a las denuncias de Pandora Papers, por ejemplo. El grave error político de UNES al abstenerse con la ley tributaria, contribuyó puntualmente a ese propósito, pero no fue el factor determinante de la fuerza gobiernista en la Asamblea.
    3) La llamada «tercera vía» es solo una especulación teórica que no toma en cuenta la realidad interna de Pachakutik, cuya desviación de su proyecto original es evidente, y que está sintetizada enbla candidatura de Yaku Pérez y de asambleistas mayoritariamente sin convicciones de izquierda que han sido fácilmente cooptados por la derecha, para alejarlos del campo popular, a cambio de concesiones parroquiales -léase espejitos- que han llevado a su autodestrucción. Esa «tercera vía» hoy es solo una ficción bien intencionada. Si es posible en cambio construir un frente progresista, antineoliberal, que privilegie las coincidencias entre elh movimiento indígena y las fuerzas ligadas a la revolución ciudadana y no el discurso «anticorreista» como bandera.
    4) El colapso estrepitoso del proyecto político Pachakutik parece difícil de revertir en el corto plazo, la capacidad movilizadora de la CONAIE está mermada, y UNES tiene actualmente una capacidad de acción muy débil, su acción política está limitada a la Asamblea.
    5) Las posiciones oportunistas de Unidad Popular y de los restos mortales del Partido Socialista son conocidas y salvo puntuales excepciones, no hay mucho que esperar de su accionar político.
    6) Pese a que las condiciones objetivas de la sociedad ecuatoriana hacen propicia la oportunidad para plantear una propuesta de gobierno de izquierda, que priorice la lucha contra el enemigo común, esto parece difícil mientras el análisis y formulación de propuestas alternativas de las organizaciones ligadas al campo popular e indígena no superen la falsa disyuntiva correismo / anticorreismo. Los excesos y errores políticos de la Revolución Ciudadana durante sus 10 años de gobierno no pueden servir de muletilla fácil para buscar acercamientos y construcción de un proyecto común de izquierda y progresista que vincule en el plano electoral y de la lucha en las calles, la Revolución Ciudadana con el ala popular de Pachakutik.
    Mientras las viejas dirigencias del movimiento popular e indígena no sean relevadas por los nuevos dirigentes sociales y políticos, esta tarea es cuesta arriba y terminará favoreciendo los intereses del enemigo común.
    En relación con el punto 2 de este comentario, tengo un cuadro que resume la votación del ala gobiernista de Pachakutik, en ocho de las votaciones claves en la Asmblea; ese si fue el oxígeno con el que contó el gobierno de Lasso para llegar al primer año de su gobierno. Lamentablemente, no lo puedo compartir como formato de imagen.

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*