Rudolf Virchow, en la segunda mitad del siglo XIX, dijo que “la medicina es una ciencia social y la política no es más que medicina en una escala más amplia”. Así sentó las bases de una medicina que entendía que existe una determinación social que explica la salud y la enfermedad.
Leo la sentencia de hábeas corpus para Jorge Glas y no me queda duda que han confundido política con politiquería, que han prostituido el debate del papel político del personal de salud.
Por: Xavier Maldonado.
El médico psiquiatra, neuropsicofarmacólogo, socialista, peronista e hincha de Liga, como Fernando Cornejo se describe en su perfil de twitter, fue convocado, según consta en el extracto de la sentencia, por una alta funcionaria del Ministerio de Salud Pública. Su accionar nos enfrenta a una vergonzosa pantomima del ejercicio médico en la que, tras un par de reuniones virtuales y el análisis de historias clínicas, llega a un diagnóstico y emite recomendaciones que más parecen dictados por el buró de un movimiento político que por el acervo de saberes médicos.
«Esa es la estatura moral de quienes se caracterizan por vivir con un doble estándar: con la una mano cuestionan y con la otra reciben el boleto aéreo».
Miserable forma de restregarnos en la cara que siguen controlando la justicia, que más allá del grotesco cachascán mal actuado en la resaca de la sentencia, y detrás de sus camisas étnicas y sus consignas vaciadas de sentido, se encuentra una maquinaria que durante 15 años ha cogobernado con la derecha pura y dura de este país.
Que pena ver a un profesional joven y talentoso transmutado en mercachifle capaz de pisotear su propia dignidad, o las migajas que quedaron de ella tras varios años de repetir consignas y obedecer órdenes. Su largo historial de trabajo con el Gobierno de Alianza PAIS en puestos de jerarquía superior, en Senplades, Senescyt, Yachay o delegaciones en ENFARMA y IEPI, entre otros, le obligaban a rechazar el encargo porque de por medio existían evidentes conflictos de interés. Pero, al parecer, la ética no primó en su decisión y aceptó.
Winston Churchill dijo alguna vez que “cuanto más atrás puedas mirar, más adelante verás”. Este ejercicio nos permite entender al psiquiatra de marras que, viviendo en uno de los mejores barrios de Buenos Aires, mantenido por sus padres mientras hacía su postgrado, tuvo la desfachatez de ser candidato por la Izquierda Democrática a asambleísta por los migrantes. Eran los tiempos en que maldecía a la Revolución Ciudadana.
O cuando, enarbolando la bandera del uso apropiado de medicamentos y la independencia de la industria farmacéutica, no tuvo empacho en aceptar, de quienes supuestamente criticaba, un viajecito fuera del país para un congreso médico. Esa es la estatura moral de quienes se caracterizan por vivir con un doble estándar: con la una mano cuestionan y con la otra reciben el boleto aéreo.
De esta certera zambullida en el lodo seguramente saldrá victorioso, impune, con las manos limpias y el corazón ardiente. Volverá a dar consejos televisivos para superar el estrés de la pandemia, se mantendrá liderando el Frente Nacional por la Salud y la Protección Social, seguirá tuiteando pendejadas y, al igual que su paciente virtual, dirá que no se arrepiente de nada y que lo volvería a hacer.
La pregunta que siempre me queda es qué sentirán al final del día en ese momento de intimidad y de reflexión, cuando no necesitan adoptar posturas ni justificar actuaciones. ¿Se cuestionarán? O, parafraseando a François de La Rochefoucauld, no lo necesitan porque están tan acostumbrados a disfrazarse para los demás que, al final, se disfrazan para sí mismos.
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