Una de las cosas más sorprendentes de este Paro Nacional, es la preocupante incapacidad de establecer una interpretación estratégica (y un posicionamiento claro) desde múltiples sectores en la izquierda organizada. La realidad se movió más rápido que la capacidad de situar sujetos políticos y luchas, revelando una vez más que la izquierda ha perdido cable a tierra. Aunque nadie puede prever la magnitud de una protesta, la correlación de fuerzas y el potencial transformador, no deja de llamar la atención que nos encontremos otra vez, al igual que en octubre de 2019, en un escenario en que no sabemos qué hacer, hacia qué fines hay que dirigir la acción política. Lo único que salva la situación es la confianza en que los aprendizajes y experiencias de lucha de los sujetos sociales, sobre todo el movimiento indígena, serán suficientes para maniobrar en la complejidad actual. Muy a nuestro pesar y tal como atestiguan las derrotas históricas recientes, no es así. A punta de espontaneidades, por más potentes e insurreccionales que sean, no se van a lograr transformaciones profundas.
¿Cuáles son los términos del escenario actual? Hay que remontarse a octubre de 2019 para entender que la situación de desborde de las contradicciones sociales que atraviesan este país no son “relámpago en cielo despejado” y que se trata de un ciclo latente que no encuentra todavía una vía de superación. No se trata solamente de una movilización indígena, aunque es innegable que ha sido ella la que ha permitido que se catalicen las pulsiones de lucha que dormitan en múltiples sectores populares. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar que, si hay un concepto que permite entender lo que tenemos delante de las narices, es el de lucha de clases? Algunos sacudirán la cabeza en señal de desaprobación, tratando de convencerse de que este concepto ya no alcanza para comprender la realidad. Pero de abajo para arriba y por todos los costados, es la lucha de clases lo determina lo que está aconteciendo en este país hace rato. No es una disputa política superficial: lo que se ha desbordado en el país refiere al núcleo mismo de las contradicciones sociales. Por tanto, la salida no puede ser ya “institucional” en los términos de la “democracia” liberal burguesa y, desde las izquierdas, no podemos repetir posicionamientos como los de octubre de 2019, en que se hablaba de que a Lenin Moreno “hay que dejarle terminar su periodo.” Los acontecimientos exigen empezar a construir salidas más radicales, porque los mismos que hablan de “respeto a la institucionalidad democrática”, de seguir las “reglas del juego” o promover el “diálogo”, son los primeros en calar las bayonetas y suspender libertades.
¿Qué entendemos por lucha de clases? No se trata ya del concepto de manual, artefacto petrificado, reduccionista y simplificador, sino de una concepción abierta y creativa que nos permita, en la intersección con los conceptos de raza, género, colonialidad e inclusive naturaleza (que se encuentra también sometida al esquema de dominación capitalista), entender mejor el escenario y posicionarnos ante él. En octubre de 2019 muchos nos sorprendimos de la emergencia y participación de múltiples sectores populares que, a pesar de estar siempre ahí, son difíciles de situar. Aquí tenemos otra vez la realidad restregándonos en la cara a nosotros, estupefactos cuadros de la “inteligentsia”, lo poco que entendemos de los sujetos situados en el campo popular. Y quizá por esa razón no sabemos qué hacer, cuando es justamente en estos momentos en los que deberíamos ser capaces ya no solamente de describir e interpretar el mundo, sino de actuar en el horizonte de la transformación.
Por eso perdemos el tiempo en devaneos ridículos y que no están a la altura de la situación: que “si cae Lasso vuelve Correa”, que “hay apoyar las movilizaciones, pero rechazar el golpe de Estado”, que “no coincido políticamente con Leónidas Iza, pero…”, entre otras cumbres de la reflexión política reciente. Parecería que Correa ha tenido éxito, narcisismo de por medio, en granjearse atención permanente y constituirse en objeto de deseo tanto de la derecha como de la izquierda. En la actual coyuntura, Correa no debería importar en lo más mínimo. Sobre todo, después del comunicado nefasto de Revolución Ciudadana criticando a la CONAIE, donde se muestra de cuerpo entero que el conservadurismo autoritario de Correa es el que termina inclinando la balanza a la interna. Más allá de esto, Correa es hace rato un lastre dañino para las izquierdas, sobre todo porque impide pensar la realidad sin él. Y que el correísmo haya sido la única opción electoral frente a la creciente fascistización que ya se preveía con Lasso, no es más que otro indicio de nuestra precariedad política.
No obstante, hoy entendemos también que la solución no era la del “nulo ideológico”. Por obra de un automatismo más anclado en las heridas sin cicatrizar que en el análisis, en las izquierdas se estableció que Arauz era igual a Correa. Es verdad que en lo electoral seguimos secuestrados por condiciones que no son las que quisiéramos, pero también es necesario dejar de pensar lo político en torno a los ciclos electorales. La energía social reprimida que se pone en juego en la movilización de indígenas, mujeres, estudiantes y trabajadores, muestra sencillamente que la esfera de la política formal ya no alcanza para dirimir estas tensiones. De ahí el vacío de representación actual, al que acaba de sumarse Pachakutik con su desastrosa aventura en la Asamblea. En suma, si las izquierdas son algo más que movimientos que compiten en elecciones, es necesario asumir que la tarea urgente es la construcción del Poder Popular, es decir, de la soberanía real y efectiva del pueblo, que es quien a esta hora marcha en las calles.
El desenlace de este paro nacional no puede ser otro que la salida inmediata de Guillermo Lasso del poder. ¿Acaso no recordamos lo que hizo Lenin Moreno con las mesas de diálogo que pusieron fin a las movilizaciones en octubre de 2019? No solo no cumplieron uno solo de los acuerdos, sino que apresuraron la marcha e impusieron, valiéndose además de la pandemia, todo el paquete de medidas de ajuste fiscal fondomonetarista, preparando el camino al gobierno actual que no puede disociarse del precedente. Y quienes maniobraron a favor de las élites siguen exactamente ahí, en el mismo lugar. ¿O alguien duda que Carrillo, el policía que funge de Ministro de Interior y Jiménez, el ex Ruptura de los 25 que hace de Ministro de Gobierno, no son cuadros de María Paula Romo? Las élites aprendieron las lecciones tras octubre y, por eso, observamos una escalada sin precedentes en la violencia dictatorial por parte del Estado, que cada vez responde más a las demandas del creciente “fascismo social” en el Ecuador. El ciclo de octubre debe cerrarse. Solamente la derrota clara y contundente del gobierno mediocre y de las élites miopes, racistas, misóginas y depredadoras a las que representa, puede abrir el camino hacia la posibilidad de construcción, por vía de la soberanía del pueblo, de aquel otro país que soñamos, de justicia social, igualdad y esperanza.
Comparto tu opinión y te felicito, pero yo no renunciaría a la lucha electoral y mucho menos a la organización independiente de los pueblos a través de organizaciones participativas de democracia directa. Creo que debemos analizar los estallidos sociales anteriores y también lo de los otros países. La democracia no es la delegación de la soberanía a candidatos electos, es más que nada el ejercicio de la soberanía en forma directa.