Aporía es una contradicción irresoluble. En el Ecuador, la relación entre la policía y la seguridad ciudadana se ha convertido en una aporía.
En teoría, se supone que la policía es una institución encargada de proteger a la población. Sin embargo, al ser un organismo que depende del gobierno de turno, tiene que cumplir funciones de control social en favor del poder político. En otras palabras, debe ejercer formas de represión cuya intensidad depende del grado de desorden o de conflictividad en una sociedad. La policía fácilmente emigra de la protección a la represión.
Si la policía fuera un ente dependiente de la sociedad podría suponerse que va a actuar en concordancia con el interés colectivo y con las agendas se seguridad establecidas por la propia población. Pero al ser un instrumento del poder, su primer objetivo apunta a defender la razón de Estado. Más precisamente, la racionalidad de un Estado hegemónico. En el Estado moderno, la policía se creó para controlar los desbordes propiciados por las injusticias del capitalismo.
El rol, la preeminencia y la presencia de la policía dependen, en gran medida, de las características de una sociedad. Las mejores condiciones socioeconómicas de una población, los menores niveles de desigualdad social y la cultura de respeto a las leyes son factores fundamentales para reducir la intervención de las fuerzas del orden. A menos desigualdad, menos policía.
Hay ciudades donde es imposible encontrar en las calles un policía o un patrullero de tránsito, simplemente porque a nadie se le ocurre pasarse un semáforo en rojo. Algo similar ocurre con las comunidades indígenas. Un compromiso colectivo con el bien común y el respeto a la ley reduce drásticamente la conflictividad social y política. Por consiguiente, vuelve innecesaria la intervención permanente de una autoridad represora.
El Ecuador dista mucho de alcanzar estas condiciones. Al desacato congénito de las leyes al que nos hemos habituado, ahora se suma una desconfianza generalizada respecto de la institución llamada a velar por la convivencia ciudadana. La típica animadversión popular hacia la policía –que responde a una mezcla de malas experiencias, suspicacia y hábitos inconscientes– se ahonda como consecuencias de los últimos escándalos perpetrados por varios de sus integrantes. El femicidio de María Belén Bernal fue el detonante de una indignación general que venía fermentándose desde hace años.
Frente a la profunda crisis que atraviesa la institución, varias voces sugieren su profunda reestructuración, de donde surge una segunda aporía. ¿Cómo crear una policía inmaculada, virtuosa e intachable, que no reproduzca las taras ideológicas y culturales que arrastran sus integrantes desde el seno de la familia, la escuela, el barrio, el club deportivo, la iglesia, etc.?
No se puede exorcizar al demonio de la violencia machista que anida en el fondo de la sociedad echándole la culpa a la Escuela Superior de la Policía. Pero tampoco se le puede pedir ayuda.
Septiembre 26, 2022
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