No es lo mismo el discurso policial que el discurso de la Policía Nacional. El primero se refiere al ejercicio del poder político desde la fuerza; el segundo, a la potenciación de la imagen y a la justificación de una institución concreta. Aunque ambos discursos tienen su zona gris de confluencia, mantienen lógicas y objetivos diferentes.
Las múltiples reacciones que se dan a propósito de la grave crisis de inseguridad que experimenta el país permiten separar las aguas. Por ejemplo, bastó una iniciativa autoritaria desde el gobierno para que, de manera automática, la impopularidad del presidente Lasso empiece a revertirse. Y eso a pesar de haber echado mano de una institución (la Policía Nacional) que padece niveles de desprestigio inéditos en su historia.
Era de esperarse: se ha creado tal ambiente de alarma general que las pulsiones colectivas más justicieras y sanguinarias se activaron exponencialmente. La audiencia pedía mano dura, y el gobierno se la concedió. En las redes sociales, la evocación de mandatarios brutales, represivos y violentos alcanzó extremos vomitivos. Nociones irracionales de la sociopatología, como aquella del exterminio, volvieron a ponerse a la orden del día.
Así, la mesa está tendida para que emulaciones fascistoides burdas –pero no por ello menos peligrosas– empiecen a ocupar la escena pública. Poca gente está al tanto de que las propuestas nazi-fascistas de inicios del siglo pasado no fueron obra de unos monstruos llamados Hitler y Mussolini, sino de sociedades que abogaron por las salidas más intransigentes y radicales a la situación de desorden generalizado.
En el Ecuador, el fenómeno del discurso policial resultó tan impactante que dejó sin piso a una oposición legislativa que parecía contar con una agenda bien planificada. De pretender enjuiciar políticamente a Lasso por supuesta conmoción interna, a sumarse –tácita o expresamente– a su estrategia de lucha contra el crimen organizado, media un abismo. Un abismo que únicamente puede explicarse como resultado de la lectura que hacen de una incierta aspiración ciudadana: la mayoría de la población busca salir del clima de angustia al que le ha arrastrado la violencia criminal. Y las fuerzas políticas lo saben muy bien.
Dos elementos afloran detrás del espectacular recule de la alianza por la sapada entre UNES y el PSC. Por un lado, no pueden permitir que Lasso recupere su imagen a partir de la mediatización del discurso policial; por otro lado, no pueden cagar con el sambenito de la indiferencia o la permisividad (por no decir la abierta complicidad) con el narcotráfico y las bandas criminales. Esto, en términos electorales, les resultaría catastrófico.
Que lassistas, nebotsistas y correístas plieguen al mismo discurso policial es entendible. Su negocio son las elecciones. En ese sentido, siempre irán con lo que aconsejan las encuestas, no con lo que necesita el país.
Noviembre 9, 2022
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