Opinión / La banalidad del ser y el tiempo largo

Cambalache

En 1934, Enrique Santos Discépolo creaba Cambalache: Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor / ¡Ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador! / ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! Profetizaba el Siglo veinte, cambalache, problemático y febril, el mundo de la racionalidad cínica, la ruptura entre el conocimiento y la voluntad, saber y querer, la borradura de las fronteras entre el bien y el mal, el relativismo moral sujeto a la utilidad, la norma ética suprema del capital.

La racionalidad cínica es actuar a pesar de conocer, la crisis de la voluntad individual que se delega a una voluntad totalitaria, salvífica; la estrategia del mal menor, señalada por Hanna Arendt como el recurso que explica la ruta por la que el fascismo se entronizó en un pueblo “culto” como el alemán, la aceptación del mal gradual, hasta la naturalización del mal.

La aceleración

Hoy esa denuncia del cambalache se queda corta. El mundo ha cambiado de referentes. El neoliberalismo modifica la relación fundante del capitalismo, capital-trabajo; se asienta en el empresario de sí mismo, con ello, borra las fronteras capital-trabajo a nivel individual al introyectarla en la identidad de cada uno, y desplazarla a la relación general-abstracta entre el capital y el trabajo colectivo.

Esta trasmutación transfiere el peso de la existencia a cada uno, con el impacto de la ampliación de la incertidumbre, como fuente de angustia y depresión. “El individuo soberano, que no se parece nada más que a sí mismo, cuya venida fuera anunciada por Nietzsche, es de ahora en más una de las formas comunes de la vida. (…) hemos sido puestos en la situación de tener que juzgar por nosotros mismos, y de construir nuestros propios referentes.” (Ehrenberg, 2000, pág. 15)

La fatiga de ser uno mismo se asienta en la autoexigencia, el rendimiento del empresariado de sí mismo. Ya no tiene como centro la relación de explotación directa, sino que se desplaza al dominio sistémico. El afán de diferenciarse se trasmuta en la homogeneización, la mimetización del deseo de los mismos objetivos, de los mismos objetos; lo que genera nuevas formas de violencia que se interiorizan como depresión. No es sólo el narcisismo clásico, sino un agotamiento de la autocontemplación, para moverse en una ausencia del espejo.

En ese sentido, tiene razón Byung-Chul Han cuando señala que se trata de una presión positivada. “El sujeto de rendimiento de la Modernidad tardía no se dedica al trabajo por obligación. Sus máximas no son la obediencia, la ley y el cumplimiento del deber, sino la libertad, el placer y el entretenimiento. Ante todo, espera que el trabajo le resulte placentero. Tampoco se trata de un mandato del otro. Más bien se obedece a sí mismo. Es un empresario de sí mismo. De este modo, se deshace de la negatividad del demandante otro.” (Han, 2016, pág. 80)

La base material está en una doble disyunción: entre capital productivo y capital financiero, a partir de la instauración de la libre convertibilidad, en que el dinero puede moverse con autonomía de su base material, hasta la formación especulativa y estallido de sucesivas burbujas financieras. Y también la fractura entre realidad material y realidad virtual, a partir de la revolución informática.

La paradoja de la modernidad tardía: la posibilidad de la totalidad, de la abundancia, de la universalidad; y su metamorfosis, en el procesamiento dentro de la máquina capitalista, en un mundo fragmentado, marcado por la multiplicación de muros: territorios amurallados ante el miedo al otro. Ya no es ni siquiera la extremación del individualismo, sino su disolución en un cuerpo fragmentado, escindido del tiempo. Primero el clip y luego el gift, en medio de la homogenización del autómata, conectado a la respiración artificial de la pantalla, y esperando la salvación en la distopía todopoderosa de la inteligencia artificial.

Se impone una doble dinámica: la dispersión de los átomos individuales sin cuerpo, el debilitamiento de los grandes relatos; y al mismo tiempo la constitución de un foco altamente concentrado, tanto económicamente en torno a monopolios transnacionales sobre todo financieros-rentistas-bélicos; como políticamente, en torno a una Mátrix de control del biopoder mundial.

El paso del trabajador al emprendedor interioriza la competencia y la culpabilidad en el propio rendimiento. La exigencia y la competencia ya no son externas, “compite consigo mismo y busca superarse a sí mismo. Así, entra en una competencia fatal consigo mismo, en un círculo infinito que en algún momento acaba en un colapso.” (Han, 2016)

Este tiempo-espacio global panea sobre las otras formas de habitar el mundo. Las identidades de género, de etnia, de lugar. El tiempo actual está marcado por el copamiento de este dominio. La revolución científico-técnica, tanto por el lado de la informática, como por el de las ciencias de la vida, construyen un modo centrado en el sí mismo, en la formación de burbujas de consenso.

Los mensajes, las imágenes, los likes, los memes, circulan en una red que es trazada por los algoritmos que responden en espejo a nuestros deseos y goces; redes que nos atrapan en un pensamiento a la vez lineal y absoluto, pero también vulnerable al contagio. El cultivo de la selección genética de los cuerpos en los gimnasios, en las competencias atléticas, en los gabinetes de belleza, en las clínicas estéticas, en las dietas medicadas, el relato de la eterna juventud, de la nueva raza elegida, concluye en la dependencia de los ciborgs farmacéuticos, el hechizo de la imagen el espejo (el retrato de Dorian Grey), hasta despertar en la verdad del tiempo.

Por ello estamos más bien en un post-narcisismo, que pasa de la levedad del ser a su banalidad, o quizás más bien a la banalidad del bien. Se cumple a la inversa la vieja propuesta espinoziana de la ausencia del mal, pues el goce se agota en el pequeño bien, temporal, etéreo. La ausencia del otro impide la producción de lugares y relaciones duraderas, ambos quedan sometidos a su dimensión de medios, de fines imposibles, del vértigo de satisfacciones que se agotan en su propio acto.

La seducción de la película Joker reside allí, en la inversión de la mítica de los héroes modernos, la ruptura de los límites de la violencia por una víctima del sistema, el villano, convertido en el nuevo ídolo del estallido de la ira de las multitudes. Ha terminado el giro, ya no se trata únicamente del relativismo cínico de la difuminación de las fronteras del bien y el mal, en el paso de la instrumentalización del bien público o del bien común para el aprovechamiento personal o de grupo; sino en el reconocimiento de la banalidad del bien, la imposibilidad de salir de la locura del juego del poder. El filme deja pendiente el enigma de si todo lo relatado, la transformación del payaso en criminal por la violencia del sistema, la transformación del villano en héroe por la ira de la masa sin horizontes, fue la imaginación del enfermo encerrado en el hospital, o si el encierro fue la consecuencia de sus actos. Realidad e imaginación se mezclan en un espacio virtual que no deja espacio al bien ordinario, no es posible el refugio en la figura materna de la ternura o en la figura paterna protectora, apenas instantes del encuentro de Arthur con la vecina. Sólo queda la risa incontenible de la banalidad.

Como muestra el Joker, en la decadencia no es posible la tragedia, pues requiere una referencia a los sublime. Hay un vuelco a la comedia atroz, el Guasón ya no es el mal opuesto al bien del héroe dela noche, ahora el Jóker es la entronización de la violencia distópica convertida en el nuevo ídolo.

Esta dinámica se evidencia sobre todo en los discursos y las prácticas políticas. Los discursos absolutistas de “América nuevamente grande” se reducen a las fantasías de los muros insalvables para detener a los migrantes. Las ofertas de la buena vida se acumulan en pocas manos.

Y con ello se cierra el c{circulo de la fractura material, la reproducción viral del capital, bajo formas especulativas y violentas, de acumulación por desposesión de los bienes comunes, se encuentra con el afán de posesión sin límite, la angustia de sostener el goce que se escapa, el bournot permanente por la competencia. “No se trata de que el sujeto narcisista no quiera llegar a un final. Se pierde, se dispersa en lo abierto (Offene). La falta de formas de conclusión no es necesaria económicamente, pues la publicidad y el inacabamiento favorecen el crecimiento.” (Han, 2016, pág. 87)

Una identidad barroca

Esta vorágine impuesta desde arriba encuentra vericuetos, resistencias, desvíos, superposiciones en la formación de identidades en el Sur, las identidades de los excluidos. Podemos ver el proceso como una tensión permanente entre la raíz de la comunidad y el vendaval del progreso.

Entramos en un tiempo sorprendente, porque nos plantea nuevamente las preguntas originarias, ¿quiénes somos? ¿a dónde vamos? Todas las respuestas nos resultan incompletas, insatisfactorias; dejan agujeros de angustia, de bournot. Tal vez porque se requiere respuestas superpuestas, barrocas: se superponen procesos civilizatorios con identidades de clase, de etnia, de nacionalidad, de género, de tiempo; tenemos que respondernos al mismo tiempo desde diversa dinámicas.

La puerta está en los bordes. El sistema devora, como un agujero negro, todas las palabras, los sueños, las luchas que se colocan a su alcance. Desde el borde de quienes encuentran la vida fuera de las condiciones de reproducción normal, de cuerpo y alma normal, la competencia del más fuerte, del que se adapta al medio. Desde el borde de la modernidad capitalista-patriarcal y neocolonial que se agota.

Es el tiempo de la incertidumbre; tal vez sólo el tiempo de las preguntas abiertas. Dejar que el aire fresco de todas las búsquedas circule por nuestras rutas. El tiempo de la escucha, callar para poder escuchar las otras voces, no sólo de los humanos, sino de la madre-naturaleza, las voces del agua, las voces filosóficas de las ciencias, los gritos de los que no tienen voz, las voces ocultas desde el inconsciente colectivo de los sueños. La pandemia nos colocó ante esa posibilidad, aunque no hay más sordo que el que no quiere oír.

Hay algunas pistas en los post, que nos regresan en espiral a los momentos constitutivos de la modernidad. La modernidad occidental se asienta en la racionalidad que desacraliza el mundo; pero vivimos un tiempo de nueva presencia de lo sagrado, ya no en disputa con la razón, sino en un diálogo complementario. El siglo XX se abrió con la reflexión filosófica de Heidegger sobre el ser-para-la-muerte. Tal vez se está cerrando con la pregunta sobre la vida plena, el sumak kawsay, que puede ser respondida por las ciencias y también por la meditación. La racionalidad de la ciencia no excluye lo sagrado, confirma que no es el punto de partida, sino una estación vecina del final. El diálogo de saberes abre cauces sorprendentes en medio de las incertidumbres.

La modernidad occidental se asienta en la presencia del individuo y el debilitamiento-disolución de la comunidad; pero vivimos un tiempo de las interconexiones, el retorno en espiral de la fraternidad, del común, del ayni, como puerta para empezar a encontrar salidas al mundo obscuro que habitamos. Un tiempo que nos coloca ante la exigencia de la no-dualidad: “Tan sagrado y necesario es atender la originalidad y especificidad de cada manifestación de la vida y de cada ser humano como comprender que todo emana de una única fuente y regresa a esa única fuente.” (Melloni, 2018)

Los ciclos en Ecuador

Cada país tiene su historia-cambalache, sus ciclos: Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón. Y en el Ecuador, se presenta como los ciclos burgués-oligárquicos señalados por la mirada perspicaz de Agustín Cueva. Nuestro siglo XX nace con la luz de la revolución alfarista, revolución liberal y laica, que pronto sacrifica al guía y se transforma en su contrario, se oligarquiza como gobiernos plutocráticos, pasa de la acumulación productiva-comercial de la producción cacaotera, a la sobreexplotación agroexportadora-financiera.

El tiempo político se reproduce cíclicamente en una espiral de períodos de reforma-revolución, institucionalización y oligarquización, el ciclo completo articula el tiempo del cambio con el tiempo de la traición y la metamorfosis del revolucionario en el pretensioso o estafador. El ciclo de la revolución juliana pasa por la rebelión de los sargentos, el llamado a Ayora y la instauración de un régimen oligárquico que tiene su colofón en Arroyo del Río. Otra vez la plebe intenta la transformación en la Gloriosa del 44, para terminar en el llamado a Velasco Ibarra, y la instauración de la Dictadura y la Constitución Conservadora de 1946. Los devaneos de la Revolución Nacionalista, asentada en el boom petrolero, concluyen en la una dictadura basada en la Doctrina de la seguridad nacional y la instauración de una democracia tutelada.

Nuestro largo siglo XX se cierra con los levantamientos indígenas y la resistencia al neoliberalismo en los 90, la irrupción de la Revolución Ciudadana, la institucionalización en la Constitución del 2008, y su metamorfosis en una democracia autoritaria. La energía trasformadora es absorbida en una versión cicatera del cambalache, la acumulación originaria por la instrumentalización del Estado, para constituir una capa de burocracia “compradora” en los términos de Samir Amín, brókeres del capital transnacional, y la instauración de una modernización conservadora del país. El soporte está en una ética de arrabal propalada tanto en el discurso como en la práctica por el líder y su círculo rosa: la justificación de las comisiones y coimas como contratos entre privados, el manejo dispendioso de los bienes públicos, y luego, en el discurso “no hay pruebas”.

Las versiones criollas del Jóker son más banales, no alcanzan el grado de comedia atroz, más bien una caricatura que se encarna en figuras como Álvaro Noboa, el candidato frustrado de la anomia, de “ya nada importa”.

La espiral del tiempo largo

Cuando termina un año expresamos a los amigos, camaradas, hermanos, familia, nuestro deseo de un Feliz Año Nuevo. Deseos de salud, amistad, éxitos. Buenos deseos para un tiempo inmediato.

Sin embargo el 2020 fue un año de inflexión que nos puso ante el tiempo largo, las preguntas fundamentales sobre la vida y la muerte. ¿Podrían cambiar nuestros saludos de Año Nuevo si pensamos el mundo a diez, veinte, cincuenta años?

Sería un buen ejercicio. Encaramados en la espiral del tiempo largo, hacia atrás y hacia adelante, podríamos preguntaros sobre los problemas de fondo. Tal vez, en primer lugar, estaría la cuestión de la “casa común”, ¿cómo reorganizar nuestra relación con la naturaleza para garantizar la vida para las futuras generaciones? Un tema que rebasa el tiempo corto y el espacio parroquial. Nos preguntaríamos sobre la orientación de la tecnología, como la bisagra entre la humanidad y la naturaleza, el cosmos; la paradoja de un bien común de la humanidad, la ciencia, apropiado perversamente por un grupo de trasnacionales y magnates poderosos para la acumulación irracional de la riqueza. Y entonces podríamos mirar con el Ángel de la historia hacia el futuro, con menos angustia, más allá del huracán del progreso y más cerca del aire (wayra) de la vida.

Tal vez nos preguntaríamos sobre la humanidad, ¿cómo convivir en la diversidad y las diferencias, para reconocernos como humanos fraternos? Podríamos mirar el mundo, sus problemas y sus potencialidades. Podríamos mirar el lado oculto de la luna, los pueblos originarios invisibilizados, negados. Nos preguntaríamos sobre el diálogo de saberes, la potencia de un mundo compartido. Podríamos escuchar la voz del otro, negado, el grito y la lucha de las mujeres por la libertad de decisión en el cuidado del cuerpo y de la vida. Podríamos preguntarnos sobre las raíces de las violencias contra los niños, niñas, mujeres, y decidirnos a impulsar transformaciones estructurales para liberarnos como humanidad de la triple opresión, capitalista-patriarcal-neocolonial.

Quizás regresaríamos la mirada a las necesidades básicas de la vida, la salud, la alimentación, el cuidado, como los nuevos ordenadores de la sociedad, de la economía, de la política.

El fin del mundo

Regresarían los guardianes de la espiral del tiempo largo y podríamos escucharles. Los indios Hopi podrían anunciar ante nosotros el fin del cuarto mundo: El Túwaqachi no es del todo hermoso como los anteriores mundos. Tiene alturas y abismos, calor y frío, belleza y tierras yermas. Sus decisiones determinarán si esta vez puedan cumplir el plan de la creación o si con el tiempo habrá que destruir este mundo también. Y entonces podríamos ver que estamos en un período de prueba final, para saber si nuestro mundo cumple el plan de la creación o si con el tiempo habrá que destruir este mundo también. Los signos de los tiempos podrían ser descifrados, el calentamiento global, las paradojas de la abundancia y la escasez, de la guerra y la paz.

También hablarían algunos pensadores. Podríamos leer críticamente los cálculos de Inmanuel Wallerstein sobre el anuncio del 2050-2075 como el límite temporal del sistema-mundo capitalista: “En el periodo que va de 1990 al 2025-2050, muy probablemente escaseará la paz, escaseará la estabilidad y escaseará la legitimidad. Esto se debe en parte a la declinación de Estados Unidos como potencia hegemónica en el sistema mundial, pero, en mayor medida a la crisis del propio sistema mundial como tal. (…) Después de la bifurcación, digamos después de 2050 o 2075, podemos estar seguros sólo de unas pocas cosas. Ya no estaremos viviendo en una economía-mundo capitalista. Estaremos viviendo en un nuevo orden u órdenes, algún sistema histórico o algunos sistemas históricos nuevos y, por lo tanto, tendremos de nuevo, probablemente, una paz relativa, estabilidad y legitimidad. Pero, ¿serán éstas una paz, estabilidad y legitimidad mejores que las que hemos conocido hasta ahora? ¿O serán peores? Eso no lo podemos saber, pero lo que vaya a ser depende de nosotros.” (Wallerstein, 2012)

Podríamos ver los signos de la decadencia del sistema, el cambio climático, las pandemias, las guerras, el control inercial de la Mátrix, las desigualdades y exclusiones. Y mirar desde allí los noticieros globales y los bestsellers, para reconocer el vaciamiento del conocimiento y la cultura, la banalidad de la palabra.

Y, desde el otro lado, reconocer la paradoja de nuestro tiempo, la decadencia del sistema y la debilidad de las alternativas, apenas semillas parciales. Y con ello, podríamos empezar por centrar la pregunta hacia los cambios de tiempo largo, la oportunidad de un cambio civilizatorio, el nacimiento del quinto mundo anunciado por los Hopi.

Bibliografía

Ehrenberg, A. (2000). La fatiga de ser uno mismo. Depresión y sociedad. Buenos Aires: Nueva Visión.

Han, B.-C. (2016). Topología de la violencia. Barcelona: Herder Editorial.

Melloni, J. (25 de Marzo de 2018). Criticar, sospechar y exigir continuamente es muy tóxico. Entrevista. Obtenido de alandar.org: https://www.alandar.org/perfiles/entrevista-javier-melloni-sj-dialogo-interreligioso/

Wallerstein, I. (Mayo/Agosto de 2012). Paz, estabilidad y legitimidad, 1990-2025/2050. (UAM.Xochimilco, Ed.) Argumentos, 25(69). Obtenido de https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0187-57952012000200003

 

Texto escrito en Quito, diciembre de 2020.

 

 

Acerca de Napoleón Saltos 42 Articles
Fue director de la Escuela de Sociología de la Universidad Central del Ecuador. Ex dirigente de la Coordinadora de Movimientos Sociales. Su trabajo académico ha sido publicado dentro y fuera del país.

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