El próximo 5 de febrero de 2023, los ecuatorianos retornarán a las urnas para elegir a sus autoridades seccionales, de entre un vasto número de candidatos (61.850) con presencia fugaz y propuestas vacías, que sintonizan de manera casi perfecta con un modelo de país banal, con alta fragmentación y baja credibilidad institucional, en donde las lógicas clientelares inundan y espectacularizan la política a los niveles denigrantes de la farándula, tras el jolgorio y la infoxicación que causan el carisma natural y prefabricado que se difunde en TikTok, cuya principal función en tiempos electorales, es la de disuadir -a través del proselitismo lúdico- el hastío que sienten los ciudadanos frente a un sistema político plagado de organizaciones de papel (278) a las que convencionalmente la opinión pública califica de “partidos y movimientos”, sin que, en la mayoría de los casos, lo sean.
Pareciera entonces que la consigna de los candidatos para lograr la simpatía y los votos de sus electores, ya no es únicamente el ajustar su molde de campaña al toma y daca de conflictos, denuncias, mentiras y ofertas demagógicas; sino que, por el contrario, ponerse en ridículo, se convirtió en la estrategia más usada para la captación de seguidores y audiencias. Quizás por ello, algunos candidatos y sus equipos centraron sus esfuerzos en la construcción y ensamblaje de personajes y parodias electorales -unos más creativos que otros- para un mercado digital de alta demanda, antes que en la preparación de sus propios planes de gobierno y en cómo estos podrían coadyuvar a la administración eficiente de la cosa pública en cada provincia, cantón y parroquia.
Consecuentemente, asistimos a una elección con candidatos camaleónicos que erosionan toda posibilidad de sentir vergüenza y asombro, al infestar el ecosistema electoral de bailes, juegos, cantos y chistes que abonan a la desinformación. Dicho de otra manera, asistimos a un nuevo proceso electoral en donde la única certeza es la ausencia de ideas, debate y ética; con electores y candidatos que no son capaces de pensarse a sí mismos como gestores de nuevos acuerdos de convivencia pacífica, por fuera de los mecanismos transaccionales que operan para atraer fidelidades y conseguir (adquirir) votos.
Pero esto no es todo. El proceso electoral 2023 ratifica y profundiza -aún más- la debacle rotunda de las ideologías como pilar básico para la gestión de las alianzas político-electorales; en su lugar, los acuerdos contra-natura, de tipo utilitario, son el menú a la carta de quienes intentan sorprender a los ciudadanos.
Mientras esto ocurre, en la elección de candidatos y candidatas para las 5 660 dignidades -sin contar los 7 consejeros y consejeras del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS)- la asesora jurídica de la Presidencia de la República, la funcionaria pública Karen Sichel, recorre el país para hacer abierta campaña en favor del Sí en el Referéndum propuesto por el Gobierno de Guillermo Lasso, sin ser vocera del movimiento CREO. Campaña que se promueve, a través de entrevistas en medios de comunicación convencionales, digitales y en spots que se difunden por redes sociales. ¿Con qué presupuesto se financian sus recorridos? ¿Quién o quiénes financian su presencia en redes sociales? ¿Utiliza o no recursos humanos, logísticos y económicos del Estado? ¿Qué de diferente tiene esta campaña respecto a las que promovió el correísmo en su momento?
Aunque estamos a pocos días del sufragio e indistintamente de los resultados que arroje el escrutinio del proceso electoral, lo único cierto es que esta elección confirmará la crisis y las serias falencias de un sistema democrático que se sostiene con alfileres, pese a las mascaradas de dignidad y transparencia que se intentan publicitar.
Be the first to comment