Además de las leyes nazis de 1935, destinadas a retirarles la nacionalidad a los judíos alemanes, no conozco de ningún otro régimen que haya decretado tal medida en contra de un grupo humano. No, hasta la última decisión del gobierno de Daniel Ortega.
En la Alemania nazi, lo que comenzó con una persecución política y judicial continuó con la apropiación fraudulenta de las propiedades de los judíos a través de innumerables trampas. Bajo la retorcida consigna de “arianizar” la economía, en 1938 se emitió una ley para confiscar todas las propiedades de los judíos y traspasarlas a precio de gallina muerta a los alemanes arios. La jugada se completó en 1939, con un decreto que obligó a los judíos a entregar al Estado oro, plata, diamantes y otros bienes de valor sin ninguna compensación.
El desenlace es conocido. Bajo este atrabiliario paraguas jurídico, los nazis terminaron apropiándose a título personal de riquezas que aún hoy, 80 años después del saqueo, siguen extraviadas. El destino de esos patrimonios no fue el Estado, como se quiso aparentar, sino los bolsillos de los jerarcas del partido. Para evitar eventuales reclamos o demandas posteriores, los nazis decidieron exterminar a los judíos y a su descendencia.
El libreto que hoy se aplica en Nicaragua tiene demasiadas coincidencias: retiro de la nacionalidad y expropiación del patrimonio a todas las personas consideradas opositoras a la satrapía orteguista. Si se tiene en cuenta el alto nivel de control mafioso de importantes áreas de la economía por parte de la dinastía en el poder, no es difícil imaginar el destino de ese patrimonio. Todo servirá para enriquecer aún más a la familia.
Lo más indignante es la adhesión que todavía provoca el gobierno nicaragüense en buena parte de la izquierda boba del continente. La supuesta filiación antimperialista del régimen sirve para justificar la violación sistemática de los derechos humanos que viene cometiendo desde hace años. Como si la ideología pudiera alterar la naturaleza de un crimen. Como si hubiera una tortura buena y una mala, una corrupción revolucionaria y una reaccionaria, una persecución edificante y una indecente.
Excombatientes sandinistas, sacerdotes comprometidos con los sectores populares, feministas, campesinos que resisten a la depredación ambiental, periodistas críticos, estudiantes, políticos de oposición y una larga lista de inocentes llenan las mazmorras oficiales. Todo a nombre de una revolución que se desvaneció luego de una década de esperanza, allá por los años 90. A partir de entonces, el proceso se convirtió en una disputa del poder a la vieja usanza. Y la familia Ortega-Murillo demostró una particular habilidad en las artes de la tranza, el reparto y la venalidad.
En una reciente entrevista en televisión, la poeta Gioconda Belli rompió su pasaporte nicaragüense. Mi nacionalidad no está en este documento, dijo categóricamente; mi nacionalidad está en lo mucho que amo a mi país. Por más que las evocaciones nazis de Ortega quieran negarlo.
Febrero 24, 2023
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