El Consejo Nacional Electoral (CNE) está confundiendo naufragio con sufragio. Y no es casual. Ambos términos tienen la misma raíz etimológica: romper, quebrar.
La diferencia estriba en que en el primer caso la definición es por demás obvia. Se refiere al rompimiento de un navío. En el caso de la palabra sufragio, la explicación es menos evidente.
Al parecer, las votaciones en la antigüedad se realizaban utilizando como papeleta un fragmento de cerámica roto con un nombre inscrito que se depositaba en una urna. Posteriormente quedó el término, aunque no el significado.
Da la impresión de que los consejeros electorales le entran duro al latín. En la práctica, con sus decisiones están quebrando no solo el proceso electoral, sino la propia democracia. ¿Quién, a estas alturas, no tiene alguna sospecha de que están fracturando la confianza ciudadana en una institución que se supone debe garantizar la total transparencia y correspondencia entre la voluntad popular y la representación política? No existe certeza sobre los resultados proclamados, y las denuncias de fraude se incrementan con la aparición de nuevas anomalías.
El problema lo acarreamos desde hace mucho tiempo. Prácticamente, desde que se constituyó la República del Ecuador y se asumió un sistema de representación política basado en el sufragio. Sin embargo, a diferencia del siglo XIX, donde el sistema electoral estuvo diseñado a partir de la exclusión legal –pero injusta e inmoral– de grandes sectores de la población, recién en el siglo XX se instituyó el fraude electoral como insumo de la política. Y desde la entronización del correísmo, las prácticas y los escándalos son cada vez más descarados.
El reciente episodio del hackeo a la elección telemática en las circunscripciones internacionales supera inclusive a los célebre “apagones” que se volvieron tan comunes durante la década correísta. Las consecuencias son escalofriantes. Sobre todo, porque generan una duda fundamentada y devastadora respecto de los resultado en la segunda vuelta. Pase lo que pase, la suspicacia y la desconfianza ciudadanas estarán activadas. Lo más probable es que el perdedor de la contienda argumente una metida de mano al proceso electoral.
Lo peor de todo es que a medida que el sistema electoral incrementa su descomposición, las opciones de rectificación se reducen. Básicamente, porque nadie sabe cómo mismo desentrañar la maraña de corrupción en que las mafias políticas han convertido al CNE. Los enredos con cada vez más complejos. Y no se solucionan únicamente cambiando a las actuales cabezas del organismo.
En el fondo, el colapso del sistema electoral es un elemento más del deterioro del sistema político, porque amplifica la imagen de simulacro que la ciudadanía tiene respecto de la actividad política en general.
Agosto 31, 2023
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