Era por demás obvio: el núcleo de las recientes elecciones no era la disputa por la Presidencia de la República ni por la Asamblea Nacional, sino la consulta popular en favor del Yasuní. En esta decisión se juega no solo un futuro posible para el Ecuador, sino un horizonte para un planeta acorralado por el calentamiento global.
El reconocimiento del problema dejó de ser patrimonio exclusivo de los grupos alternativos estigmatizados desde el poder. Hoy, la preocupación inicial se ha convertido en angustia existencial para los responsables de las políticas globales. Y muchas de sus respuestas terminan cayendo en una patética desesperación. Quieren apagar el incendio con un vaso de agua.
Pero pese a las abultadas evidencias respecto del colapso ecológico general, nuestras élites criollas se aferran al inmediatismo de su codicia y su voracidad. Ni siquiera se dan cuenta de que su capitalismo pedestre y mediocre no tiene posibilidades en un contexto de deterioro ambiental que vuelva inviables muchas actividades humanas. Al igual que los narcotraficantes y los sicarios, estos adalides del lucro quieren la plata aquí y ahora.
A tono con esta concepción rudimentaria de la economía, el presidente Lasso acaba de afirmar que la aplicación de los resultados de la consulta popular es inviable. Poco le importan la democracia ni los derechos; la clave está en la protección de los negocios particulares articulados a la explotación petrolera. Porque hasta el argumento de la reducción de los ingresos fiscales es deleznable: ¿alguien del gobierno ha demostrado que, en efecto, esos recursos se destinan en su totalidad para beneficio del pueblo? ¿O una buena parte va a los bolsillos privados, o se desvía en la maraña de la corrupción estatal?
Que los movimientos sociales que militan a favor de la defensa de la naturaleza desplieguen argumentos económicos para sostener su posición es positivo. A los irresponsables devotos de la mercantilización de la vida hay que darles una cucharada de su propia medicina. No obstante, más trascendencia tiene el debate sobre el modelo de civilización que tiene posibilidades hoy en día. Una vez más, el destino de la humanidad regresa al profundo terreno de la filosofía: ¿a dónde queremos ir como especie?
Y es que los fenómenos climáticos anómalos ya no son noticia; sin embargo, será imposible naturalizarlos. Los impactos son demasiado brutales. Las temperaturas extremas, por citar únicamente al más mediático, generan condiciones insoportables para distintas formas de vida. No únicamente para la vida humana. Si no se aplican correctivos radicales, las perspectivas son trágicas.
Pero mientras científicos y activistas de todo el mundo están planteándose seriamente opciones para recuperar la capacidad de resiliencia del planeta, en nuestro país las élites empresariales optan por chamuscarlo.
Septiembre 7, 2023
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