Por Felipe Ogaz
En este artículo pretendo problematizar dos visiones sobre la inteligencia artificial, mismas que se encuentran en extremos opuestos del campo de la argumentación: o bien la idealizan evadiendo ver sus claras limitaciones o la demonizan evitando ver tanto su origen como sus funciones y fines. Estas posiciones deben ser repensadas en un contexto de globalización de la economía en el que, esta herramienta tecnológica, empieza a ser usada ―como han sido todas las tecnologías en tiempos de capitalismo― para generar millones de despidos, y con ello favorecer a la acumulación y apropiación de capitales siempre mediante las viejas y conocidas prácticas de la explotación laboral y la explotación desmedidas de “recursos” naturales. A raíz de la consolidación de este tipo de tecnologías podríamos estar ante un nuevo modelo de acumulación de capitales, y una forma distinta de revolución industrial lo vamos a reflexionar a continuación.
Unos con entusiasmo y otros con terror abordan su relación con la inteligencia artificial olvidando una serie de viejas discusiones, el contexto en el que se universaliza su uso y una serie de características particulares que ―espero― logre matizar un poco y contradecir éstas dos posiciones que a ratos rozan con el fanatismo.
Pequeño marco teórico
Con los cambios sociales que la tecnología desató para la época en que Karl Marx estuvo vivo, ya supo señalar con su característica agudeza que el uso de nuevas tecnologías en las dinámicas de la producción permitía y mejoraba el proceso de “secuestro de la totalidad de capacidad productiva del trabajador”1. Recordemos la fatídica visión que el mismo Marx proponía del obrero durante sus horas de trabajo: una especie de autómata que no era más que una extensión de la máquina tan bien graficada por Charlie Chaplin en Tiempos Modernos. Ahora traslademos esa imagen al trabajador gig o, más adecuadamente, al productor de contenidos freelancer.
Para continuar hay que saber reconocer lo que es el trabajo productivo en tiempos de capitalismo. Para ello cito de nuevo a Marx:
…el concepto del trabajo productivo se restringe. La producción capitalista no es ya producción de mercancías, sino que es, sustancialmente, producción de plusvalía. El obrero no produce para sí mismo, sino para el capital. Por eso, ahora, no basta con que produzca en términos generales, sino que ha de producir concretamente plusvalía. Dentro del capitalismo, sólo es productivo el obrero que produce plusvalía para el capitalista o que trabaja por hacer rentable el capital2.
A saber, dentro del capitalismo lo que se considera trabajo productivo puede perder totalmente su relación con la transformación de la naturaleza o con la simple producción de mercancías. Así, es posible considerar como obreros productivos también a los trabajadores de plataforma, a los diseñadores, programadores, a los creadores de contenido publicitario, etcétera. Es decir, a todos quienes están siendo parte del proceso de valorización del capital, es decir, a quienes vendiendo su trabajo y cediendo su energía vital: aumentan su rentabilidad. Esto no se puede hacer sin antes admitir primero que la principal contradicción existente en el medio de producción capitalista (sin importar su fase) es la contradicción capital-trabajo.
Por tanto, el concepto del trabajo productivo no entraña simplemente una relación entre la actividad y el efecto útil de ésta, entre el obrero y el producto de su trabajo, sino que lleva además implícita una relación específicamente social e históricamente dada de producción, que convierte al obrero en instrumento directo de valorización del capital. Por eso el ser obrero productivo no es precisamente una dicha, sino una desgracia3.
Subsunsión del trabajo por parte del capital
Es momento de hablar sobre los dos tipos de subsunsión con las que ―según Marx― el capital absorbe o somete al trabajo humano convirtiéndole en ganancia (plusvalía): subsunsión formal y subsunsión real.
La primera es, en efecto, formal. Así, cuando “el asalariado vende su fuerza de trabajo deja de ser dueño de sí mismo y se enajena al patrón y formalmente deja de ser propietario de sí mismo»4. Aunque ilegítima e inmoral, existe una supuesta cesión de derechos (de forma) mediante de contrato o acuerdo. Esta manera de sometimiento genera plusvalía absoluta, es decir, el capitalista solo podría obtener más ganancia aumentado las horas de trabajo del asalariado.
Cuando el sistema burgués ―fruto de la lucha y martirio de los trabajadores y sus organizaciones― establece límites a la explotación de los trabajadores, límites como un tiempo determinado para la jornada laboral aparece la plusvalía relativa que debe generar ganancia para el capitalista mediante impulsos a la productividad basados en la innovación. Aquí aparece la tecnología que le permite generar más ganancias pagándole lo mismo al trabajador por el mismo tiempo de trabajo. Esta es la subsunsión real y en precisamente en la mejora del proceso productivo donde se vuelve fundamental la tecnología. En ambas formas, real y formal, la tecnología juega un papel central y más que nada un rol político pues transforma o define el método de explotación y las relaciones sociales que lo median en favor del capitalista. El capitalismo prevalece cuando hay trabajadores que se autoexplotan o son explotados rindiéndoles cuentas a un algoritmo. Esto se ve claramente en el aumento en las horas de trabajo que los explotados necesitan para sobrevivir, lo cual le genera plusvalía absoluta, la forma de ganancia que menos esfuerzo le requiere al capitalista. Pero no solo eso, en las nuevas formas de explotación (Gig, plataforma, colaboradores, etc.) la generación de plusvalía absoluta se potencia todavía más, pues además del tiempo de trabajo buena parte de los recursos y herramientas necesarias para que el proceso de rentabilidad exista son aportadas por el mismo trabajador. Para llevarnos a este momento de acumulación de plusvalía absoluta han servido estas nuevas formas de tecnología.
Avances en la técnica e inteligencia artificial
Las industrias financian y sostienen denodádamente el desarrollo de las nuevas tecnologías precisamente para conseguir más ganancias reduciendo el tiempo de trabajo y aporte humano necesario para ello. Por lo tanto, no están buscando mentes independientes que puedan dominar el mundo y tomar sus propias decisiones sino esclavos perfectos que trabajen por el mínimo costo. Estas son las aplicaciones concretas de las inteligencias artificiales: quieren entidades que reemplacen las tareas humanas con mucho menor costo. Quieren algo cercano a los robots que se ven en sus series de ficción: C-3PO o R2D2 tal vez con tejido orgánico recubriéndoles.
La idea de una mente artificial que logra independizarse de su creador y domina el mundo olvida esto: los grandes capitalistas no quieren entes autónomos ¡nunca los han querido! quieren autómatas totalmente obedientes, así como quieren y usan esclavos. La esclavitud solo se sostiene con la total dependencia, la absoluta sumisión a cambio de garantizar la supervivencia. Solo así puedes explicar los niños trabajando en las minas francesas en África. La autonomía es un valor para la liberación. Quieren un trabajador que les entregue toda su capacidad productiva demandando lo menos posible. Un robot, la obediencia absoluta.
¿Revolución industrial?
Tal vez el término suena algo contradictorio, pues “industria” se ha asociado tradicionalmente con la transformación de la naturaleza en busca de la generación de mercancías, pero vamos, la industria del entretenimiento y del conocimiento son industrias que producen bienes y mercancías, pero sobre todo ganancias. Lo que vivimos sí es una revolución industrial centrada precisamente en estas últimas formas de industria, que puede ser definida y particularizada porque aparece con una forma novedosa de valorización de los capitales, que ―como siempre ha pasado― hará que unos se impongan ante otros.
Así, Elon Musk y un grupo de sus más horribles compinches, se oponen a la universalización de la inteligencia artificial, no porque le interesa el bien de la humanidad como afirman ―de hecho, es lo que menos le interesa― sino porque sus propias formas de explotación se van volviendo obsoletas. Él mismo finalmente no es más que un minero de diamantes de sangre o un productor de automóviles, como lo son las otras personalidades de su ridícula cruzada.
La emergencia de revoluciones tecnológicas genera otras formas de dar valor a los productos, lo que a su vez va dejando obsoletas otras formas de valoración. Esta nueva forma aparece más eficiente para el capitalismo pues solo hay que pagar una vez por su creación (programación) misma que se reproduce y se vende infinitamente en el ambiente digital. Así mismo, la concentración del capital es más eficiente pues se la entrega directamente a su creador ―a quien tuvo la idea― casi sin reconocer el esfuerzo de los trabajadores que intervienen invisibilizados en la provisión del servicio. Ahí están Spotify, Netflix, Duolingo, Uber y las otras, en una renovación del perverso juego de las patentes.
En ésta forma específica de valorización que va creando esta revolución tecnológica en concreto. El valor está entregado por la función o servicio de un programa, por un abstracto que actúa sobre la realidad, el cual solo fue creado (supuestamente) una sola vez y (supuestamente) no necesita de una base material para reproducirse. Sin computadoras, sin fábricas, sin minería, es decir sin trabajo humano, esta forma de economía sería simplemente imposible. Elon Musk obedece a un tipo de producción que, todavía ligada a formas de producción material, se niega a ser secundarizada. Estos empresarios supuestamente altruistas pertenecen a un tipo de burguesía en decadencia que va siendo superada por una mucho más cruel y ―por supuesto― más eficiente en términos capitalistas.
¿La herramienta perfecta?
Tampoco se puede decir que sea una herramienta perfecta precisamente porque tiene un fin ―un propósito― que la limita dentro de la creación y consolidación de esta nueva etapa de acumulación y explotación en el capitalismo. Ya lo hemos dicho, su fin no es la liberación ni la autonomía, sino crear condiciones para la expansión comercial de esta nueva forma de dominación del mundo. Por lo tanto, los fines que hemos expuesto delimitan sus funciones.
Seamos claros, su fin ―como el de toda tecnología financiada o apropiada por el capital― sigue siendo secuestrar la capacidad productiva de un grupo de trabajadores y, en este caso específico, de creadores. Vamos a apoyarnos con un par de ejemplos. En efecto, puede ser bueno para las luchas sociales que para una tarea que hace un par de décadas necesitaban 5 personas, ahora gracias a este grupo de herramientas puede ser realizada por una sola, pero es sobre todo bueno para quienes quieren ahorrarse el dolor de pagar precios justos a los trabajadores. Lo mismo que sucedió cuando en algún momento se libró parcialmente de los soldadores en las fábricas de automóviles, ahora mismo el capital se está librando de redactores y diseñadores. En algún punto, tal como pasó con estas áreas del trabajo, las condiciones mismas de la acumulación de capitales y las condiciones materiales en las que sucede este proceso le señalarán sus límites. Pronto volverán a existir plazas de trabajo para estos profesionales, eso sí, más específicas y con peor sueldo.
En palabras fáciles, aunque la tecnología pueda ser usado para otros fines, su fin último es sofisticar el proceso de explotación lo que ellos le llaman “mejorar la productividad”. Este proceso de exclusión laboral va generando masas de humanos, cuyo único bien para intercambiar es su fuerza de trabajo. Es decir, va generando, como han hecho otras tecnologías, más proletarios o personas en estado de vulnerabilidad que vendan su fuerza de trabajo en las peores condiciones, pero además se sientan libres y colaboradores, o emprendedores, palabra que además les reafirma y les auto consuela.
Conclusiones
La primera y más evidente conclusión es que, en tanto la contradicción capital-trabajo sigue siendo la principal contradicción en la sociedad capitalista actual, el uso de éstas formas de tecnología pone en mejores condiciones al explotador y atenta contra los derechos laborales de nosotros, los explotados, por estas formas nuevas de contratación, y por todas las formas de trabajo mediadas por la tecnología.
La discusión sigue siendo exactamente la misma que hace un siglo y la solución también. Todo sigue girando en torno a la vigorosa y no resuelta contradicción entre el capital y el trabajo, nuevamente disfrazada en términos de eficiencia y de mejoras a la productividad. Si el trabajo estuviera sobre el capital, es decir si lo humano estuviera sobre el capital, el límite sería obvio y además inmediato. De hecho, esta evolución tecnológica sería favorable para la humanidad, pero no es así ¡será usada en contra de los trabajadores y contra la sociedad! lo cual requiere de una respuesta masiva y organizada de los trabajadores para defenderse.
Está claro que esta forma de producción invalida e invisibiliza más que ninguna anterior el trabajo humano, cotidiano, real, delicado, aquel que transforma la naturaleza y crea la sociedad. Ensalza la creación única-individual, el genio de los supuestos creadores-programadores enmascarando la base material-natural que necesita toda forma de capitalismo para existir. Lo hemos dicho ya, sin la explotación minera de niños en África no habría los dispositivos electrónicos que permiten a Spotify, Uber, Facebook o Netflix generar esos millones sobre la base (solo supuesta) de la sola creación técnica. Así como un robot que no puede crearse a sí mismo, este enmascaramiento permite la expansión de la explotación y del status quo de desigualdad. Es aquí donde reside su peligro real y la necesidad de una respuesta por parte de los trabajadores. Como hemos visto, los trabajos en plataformas vuelven a producir plusvalía absoluta, lo que debe ser considerado por la clase trabajadora como un riesgo para todas sus conquistas laborales.
Una de las discusiones más interesantes a este respecto gira en torno al sistema de valoración de los productos, en un momento en el que se valora más la función o el servicio que la producción en sí misma. Es decir, se valora más las creaciones o abstracciones ―léase programación en códigos― que los mismos diamantes de Elon Musk. Esta forma desarrollada de explotación, cobra (supuestamente) por algo que no se desgasta, que en la práctica no existe (que solo existe bajo ciertas condiciones). Por eso es la forma más perfecta de acumulación que se haya desarrollado hasta el momento. A saber, el código de Spotify supuestamente fue creado una sola vez pero genera y genera millones de dólares por minuto.
Aunque se rompe totalmente la relación entre la producción material, el consumo en realidad cobra por todo, pero se le da más valor a la función o al servicio que un artefacto genera a través de un programa, que al artefacto mismo. Por eso la pataleta de Elon Musk y por eso también la necesidad de alertar sobre la expulsión de millones hacia el trabajo precarizado. Ellos y nosotros buscamos, en efecto, ponerle un límite pero por las razones más opuestas. Aunque suene terrible hay que estar conscientes de que el capitalismo no va a dejar de perfeccionarse a menos que lo destruyamos. Revolución es solamente destrucción del capitalismo pues no cabe la opción de reformarlo para hacerlo más vivible o tolerable.
Los robots todavía necesitan de manos humanas explotadas y esclavizadas para existir y está muy muy lejos la posibilidad de que se generen a sí mismos. No solo porque no lo quieren así sus creadores sino por un tema material, y a los precios que solo pueden ser bajos gracias a los humanos explotados. Todavía es y será más barato explotar niños en África, a los que casi no se les paga más allá del alimento; o a chinos sumisos que no reclaman derechos laborales, que generar robots con suficientes niveles de autonomía que los reemplacen. Es una simple y cruel cuestión de precios.
El trabajo meticuloso creativo, dedicado también en ciertas áreas del periodismo, la publicidad y probablemente la literatura pasará a ser trabajo artesanal más escaso y en algunas sociedades mejor valorado.
Entonces la inteligencia artificial no deber demonizada, ni temida, pero tampoco puede ser idealizada. Y ¡No! no será usada por una mente robótica malvada para destruir el mundo como en Terminator, sino por los mismos capitalistas explotadores de siempre que ya lo están destruyendo. El calentamiento global es de su directa responsabilidad. Una nueva forma de burguesía digital que se intenta pasar a ser hegemónica a través del desarrollo de la tecnología. Nada nuevo.
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