Por Santiago Pérez García.
En los últimos meses hemos podido presenciar una serie de eventualidades que nos recuerdan lo pintoresca que puede ser la escena política latinoamericana. Hemos visto al candidato argentino Javier Milei salir con motosierra en mano, increpando sobre los recortes presupuestales que haría de llegar a ser electo y también, su emotivo cántico al pasar las primarias, entonando que es el León, a lo que fácilmente se interpreta que va a acabar con sus presas políticas y su debilidad legislativa en la toma de decisiones “libertarias”, en pro del libre comercio y la fluctuación del ejercicio neoliberal. Por otro lado, también se presenció la llegada de Nayib Bukele a las Naciones Unidas, cual Bruce Wayne después de hacer su labor justiciera. Omitiendo del paisaje los presuntos abusos de poder, socavo de libertades e incluso muertes en su excéntrico proyecto de Mega Cárcel en El Salvador.
Este escenario tan rocambolesco, nos hace recordar al semiólogo Roland Barthes en su famosa obra Mitologías, en la que, a partir de una selección de imaginarios colectivos (podríamos fácilmente ubicarlos en la categoría de significantes), nos emplaza en un proceso de “mitificación” universal, bajo el cual sopesamos y absorbemos dichas representaciones.
Este escenario tan rocambolesco, nos hace recordar al semiólogo Roland Barthes en su famosa obra Mitologías, en la que, a partir de una selección de imaginarios colectivos (podríamos fácilmente ubicarlos en la categoría de significantes), nos emplaza en un proceso de “mitificación” universal, bajo el cual sopesamos y absorbemos dichas representaciones. En los dos casos citados, es bastante perceptible el deseo de incorporar una simbología que los acerque a la categoría de mito. Es decir, dejar una huella indeleble en el inconsciente colectivo que le encarne como el arquetipo de la liberación del pueblo de la vieja política izquierdista que quebró la nación y, por otro lado, el justiciero sin capa y con rostro que ha hecho frente a la delincuencia del país, devolviéndole la confianza a sus conciudadanos. En este sentido, ¿es la mitificación un recurso que construye sesgos interpretativos en la lógica política y social?, ¿podría trasladarse dicho fenómeno a las redes, creando narrativas que inducen a la construcción consciente e inconsciente de dicho fenómeno?
A este respecto nos menciona Barthes: “Algunos candidatos (…) adornan con su retrato sus folletos electorales, (…) un poder de conversión que es necesario analizar. Ante todo, la efigie del candidato establece un nexo personal entre él y los electores; el candidato no sólo da a juzgar un programa, sino que propone un clima físico, un conjunto de opciones cotidianas expresadas en una morfología, un modo de vestirse, una pose. (…) El fondo paternalista de las elecciones, su naturaleza «representativa», desordenada por la representación proporcional y el reino de los partidos (la derecha parece usarla más que la izquierda)” (Barthes 90).
Construir un imaginario mítico siempre ha instituido uno de los recursos comunicativos más viables en la defensa de cualquier empresa ideológica. La construcción de significaciones sobrehumanas crea una línea directa con sus seguidores.
Es notorio cómo el aparataje comunicativo debe entrar al servicio del impacto semántico en torno a la carga de significados. Convertirse en un Prometeo de la noche a la mañana no es nada sencillo. Recordemos como Goebbels, en su campaña informativa y publicitaria para la SS, revestía al nazismo con un halo mítico. Hombres rubios y perfectos de proporciones desmesuradas, construyendo un mundo idílico para sus compatriotas. En su contraparte, judíos y polacos representados con categorías de significado monstruosas, que los acerca a lo más vil y miserable del mundo, un enemigo que va en contra de los bellos ideales políticos, sociales y estéticos que ellos estaban construyendo. Fenómeno bien expuesto por el director Taika Waititi en su película JoJo Rabbit.
Construir un imaginario mítico siempre ha instituido uno de los recursos comunicativos más viables en la defensa de cualquier empresa ideológica. La construcción de significaciones sobrehumanas crea una línea directa con sus seguidores. Creemos en sus capacidades intelectuales, enaltecemos su aspecto físico, porque es el que se acerca a mi constitución humana, y en este sentido, atacamos a la contraparte, puntualizando en su incapacidad intelectual, su estatuto estético y más que nada, la defensa de valores que consideramos, van en contra de los principios que deben sostener a una sociedad ética y moralmente adecuada.
Si bien para Roland Barthes, “El mito no se define por el objeto de su mensaje sino por la forma en que se lo profiere: sus límites son formales, no sustanciales. ¿Entonces, todo puede ser un mito? Sí, yo creo que sí, porque el universo es infinitamente sugestivo. Cada objeto del mundo puede pasar de una existencia cerrada, muda, a un estado oral, abierto a la apropiación de la sociedad, pues ninguna ley, natural o no, impide hablar de las cosas” (Barthes 108).
Por lo anterior, no es extraño encontrar una horda de seguidores a personajes como Milei o Bukele, que se han encargado de adecuar una retórica que en apariencia es contraria al sistema ideológico habitual, además de recubrirla con un grotesco performance de pop star.
Por lo anterior, no es extraño encontrar una horda de seguidores a personajes como Milei o Bukele, que se han encargado de adecuar una retórica que en apariencia es contraria al sistema ideológico habitual, además de recubrirla con un grotesco performance de pop star. Son vitoreados y abucheados por igual, pero es este proceso de significación el que justifica sus acciones. Como diría alguna vez Kundera (espero no estar errado) “No por más pancartas que se peguen de Stalin, la gente va a amar más a Stalin”. Hecho que señala el injustificado exceso de narrativa mitificante, valga el neologismo, pero que puntualiza algo muy concreto: lanzados los significantes, creados los imaginarios.
La escena colombiana no es ajena a dichos preceptos. La llegada de un mandatario como Gustavo Petro, establece un antes y un después en el revolcón comunicativo en torno al fenómeno de la mitificación. Es evidente la creación de imaginarios en torno a la representación de posturas como el petrismo y el uribismo. Tenemos nuestros dos mesías, cada uno en un polo del espectro. Es en esta atmósfera en la cual entra el catch en juego, no como deporte innoble, tal como refiriera Barthes, ataño a algunas opiniones, sino como representación simbólica. Citando una vez más al semiólogo francés: “Ya se ha señalado que (…) el catch representa una suerte de combate mitológico entre el bien y el mal (de naturaleza parapolítica, dado que el mal luchador siempre se considera que es un rojo). El catch engloba una heroización totalmente distinta, de orden ético y no político. Lo que busca el público, aquí, es la construcción progresiva de una imagen eminentemente moral: la del canalla perfect.” (Barthes 13).
Cabe el cuestionamiento, ¿en realidad queremos o necesitamos ser salvados?
Referencias
Barthes R (1980). Mitologías. Segunda edición. Madrid. Siglo XXI editores
Por Santiago Pérez García. De la ciudad de Medellín. Docente. Su Instagram es: santiagoperezgarcia80.
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