#Opinión / Un espíritu ronda por Carondelet

El expresidente Abdalá Bucaram renunció a ocupar el palacio de Carondelet porque afirmaba que allí moraban muchos fantasmas. De aquellos que dan miedo, se entiende. Difícil comprobarlo. Pero lo que si parece convincente es la existencia de una fuerza misteriosa que termina poseyendo a los inquilinos de ese recinto del poder: el espíritu de la fatuidad. En otras palabras, de la vanidad injustificada.

Cada mandatario que llega al sillón presidencial termina con unos delirios de grandeza que no caben en el universo. Todos anhelan que el telescopio James Webb descubra en el infinito espacial una galaxia estampada con su nombre, que inmortalice su trascendental paso por la historia.

Guillermo Lasso no es la excepción. Ahora quiere publicar una excelsa obra literaria que recoja el monumental legado de su gobierno. Su imperecedero e inigualable periplo por la política nacional quedará estampado, per saecula saeculorum, en las páginas escritas de su propia mano.

Pretender convertir 900 días de ineptitud en una epopeya resulta demasiado complicado, por más tiempo, recursos económicos e insumos literarios que se inviertan. No existe masilla, ni pasta, ni pátina que pueda maquillar grietas tan profundas. Ni siquiera el marketing más agresivo conseguirá atenuar, y mucho menos borrar, el recuerdo del estrepitoso fracaso de su gobierno.

Los delirios de grandeza tienen mucho que ver con la estrechez de los escenarios. Mientras más insignificante es la función y más pequeño el territorio, mayor es la enajenación del involucrado. Por eso aparecen tantos megalómanos por nuestro terruño.

Alcaldes que se hacen retratar en ridículos frescos renacentistas en la cúpula de un edifico público; presidentes de la judicatura que realizan ampulosas declaraciones, aunque hablen con faltas de ortografía; dirigentes deportivos que viven ofreciendo inalcanzables triunfos continentales; escritores convencidos de que no ganan un premio literario importante debido a la conspiración de sus homólogos. En fin, todas las pequeñeces humanas convertidas en portentosos objetivos, proyectos, imágenes y pretensiones.

El problema se agrava con los expresidentes de una república, porque son los primeros llamados al equilibrio y la objetividad. En principio, se supone que el poder político no es una apuesta personal, como la que hace un futbolista, una reina de belleza o un influencer. Es, al contrario, una apuesta colectiva, cuyo éxito depende de la confluencia de una infinidad de satisfacciones.

Si hay un pueblo mayoritariamente decepcionado, la opción más decente de un primer mandatario sería retirarse en el más discreto silencio. Y no agredir la sensibilidad ciudadana con burdas alucinaciones.

 

Noviembre 18, 2023

Acerca de Juan Cuvi 180 Articles
Miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción (CNA), Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo, Parte de la Red Ecudor Decide Mejor Sin TLC.

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