Candidatos de alquiler y partidos de transacción que buscan llegar al poder con agenda propia, más no con un proyecto político medianamente consensuado que trascienda la lógica edulcorada de la tregua entre las élites (pacto y reparto), esa es la génesis del problema entre el actual presidente de la República, Daniel Noboa Azín, y su binomio, Verónica Abad. Problema que -una vez más- deja en claro que, el contar con un compañero de fórmula electoral no es lo mismo que tener un compañero de fórmula para gobernar, así sea por tan solo dieciocho meses de gestión. Coyuntura que nos invita a reflexionar sobre los criterios para el escogitamiento del segundo mandatario: su perfil, carrera política y empatía con los ciudadanos o -al menos- con un grupo específico de ellos en el que su imagen pueda influir.
¿Qué tanto sumó la presencia de Abad a la campaña y al triunfo de Noboa, más allá de sus polémicas declaraciones sobre la ideología de género (violencia política, equidad y paridad), los voucher para que “los pobres” se puedan atender en el sistema de salud, la privatización de la seguridad social o el “sufrimiento” de los empresarios al pagar el seguro a sus empleados? ¿Error constante de comunicación o extrovertida promotora anti-derechos que se encontró, al igual que Noboa, con un triunfo electoral no previsto? ¿Qué busca la señora Abad, hacer de la desavenencia una plataforma propia para fortalecer, con proyección al 2025, su discreto camino en la política? Solo así, quizás, se explicaría su reunión con Victoria Villarroel, vicepresidenta electa de la República Argentina por el Partido Libertario de Javier Milei o con Santiago Abascal del partido de extrema derecha español, VOX. ¿Acaso estas reuniones de Abad con líderes de la región y de Europa podían entorpecer el pacto político entre la Revolución Ciudadana (RC), el Partido Social Cristiano (PSC) y la alianza Acción Democrática Nacional (ADN) o es que intentó hacer arreglos con otras tiendas políticas -a espaldas de Noboa- para el reparto del poder en la Asamblea Nacional a costa de esa tan manoseada “gobernabilidad”? ¿Es esa la traición a la que se refirió Noboa en la entrega de credenciales?
Lo cierto es que el actual mandatario tuvo que ver alguna virtud en Verónica Abad más allá del sí flojo para integrar el binomio presidencial; mérito que la mayoría de ecuatorianos todavía desconocen, pero que seguramente no guarda relación con la tarea que el Presidente Noboa le encomendó: “colaboradora para la paz” en Tel Aviv para subsanar el histórico problema entre israelíes y palestinos. Tarea que, a más de costosa, no calza con su línea profesional y que, sin embargo, por simple capricho se impulsó para dejar una señal clara a todos los no alineados con el régimen, aunque en el camino Daniel Noboa abrió un chaquiñán enorme para que su vicepresidenta pase del cuasi-anonimato a la revictimización mediática, sin que en este tramo Abad se ruborice y reconozca que el primer acto de corrupción de un servidor público es asumir un cargo o función para el cual no se está preparado.
Y las preguntas saltan a la vista de manera mucho más directa, ¿cuál fue el hecho tan grave que cometió la Vicepresidenta Abad para que el Jefe de Estado haya preferido enviarla con sus maletas fuera del país -a una zona de conflicto bélico- antes que mantenerla en el anonimato, como un ornamento más de los tantos que han pasado por la Vicepresidencia de la República? ¿Noboa está administrando el Estado como si se tratara de los navieros o haciendas de su padre? ¿La presencia física de Abad es peligrosa para el Gobierno?
En todo caso, resulta inverosímil que la vicepresidenta de la República, pretenda enfilar críticas contra el correísmo radical, el socialcristianismo y el correísmo moderado (el de MOVER antes Alianza País que integra la alianza ADN de Noboa), cuando en febrero de 2023 la misma señora Abad participó en las elecciones seccionales como candidata a la alcaldía de Cuenca por la facción chimbadora del correísmo -el Movimiento Amigo- organización que se creó al calor de un juicio político y el posterior escándalo por delincuencia organizada en la construcción del hospital de Pedernales que tuvo como principal protagonista al fundador de esta tienda política, el ex asambleísta de Manabí por el movimiento Alianza País, Daniel Mendoza.
Desde luego, la señora Abad no tuvo ni de lejos vela en ese entierro, pero debe estar consciente que, al postular por una organización política -así sea una de alquiler o transacción- el candidato o candidata asume algo más que el nombre y el membrete para salir en la papeleta electoral; es el presente y el pasado de ese partido o movimiento, sus aciertos y también sus descalabros, entre ellos la corrupción.
Por otra parte, ¿qué tan probable es que el pacto (de futuro incierto) entre las bancadas con mayor número de legisladores (RC, PSC y ADN) tenga como finalidad el “posible retorno del ex presidente Rafael Correa” al Ecuador? ¿No será que en su afán de notoriedad la vicepresidenta Abad buscó hacerse de un espacio para surfear en las olas del anticorreísmo a costa del polémico apellido del autócrata? ¿Ante la evidente crisis de liderazgos, pretende “pescar a río revuelto” para representar a un nutrido, pero acéfalo anticorreísmo de derecha?
Mientras la ruptura entre el Presidente y la Vicepresidenta de la República copan hasta los espacios de farándula, el Ecuador atraviesa una de sus peores crisis económicas con un riesgo país que superó -al cierre de noviembre- en 2 016 puntos al de Argentina; y la idea de la consulta popular perece mediáticamente ante la urgencia por obtener recursos que permitan el funcionamiento del Estado.
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