El embajador de los Estados Unidos, Michael J. Fitzpatrick, acaba de hacer unas revelaciones inquietantes a propósito de la penetración del narcotráfico en todas las esferas de la sociedad y del Estado ecuatorianos. Hasta equipos de fútbol y medios de comunicación serían parte de este negocio ilegal. Noticia, como irónicamente diría nuestra gente. Porque del problema se lleva hablando más desde hace décadas, sin que los responsables de resolverlo hayan hecho algo medianamente serio al respecto.
Sin embargo, el embajador omite referirse a dos facetas concretas del fenómeno: la narcoeconomía y la responsabilidad de los Estados Unidos en el problema.
Respecto de lo primero, da la impresión de que nadie quisiera hablar sobre la función que cumplen las actividades ilícitas en el sostenimiento del modelo económico del país. Miles de emprendimientos y empresas pequeñas, medianas y sobre todo grandes dependen en buena medida del dinero sucio. No obstante, como reza la canción de Héctor Lavoe, Juanito Alimaña, “aunque ya lo vieron, nadie ha visto nada”.
En este contexto, la pregunta inevitable y terriblemente incómoda es simple: ¿qué porcentaje de nuestra economía se sostiene en esas actividades? Y no solo las actividades directas, sino aquellas indirectas, complementarios y conexas. ¿Qué sucedería con la eventual desaparición del tráfico de drogas?
Según Fernando Carrión, un experto en el tema, en el Ecuador se lavan unos 3.500 millones de dólares al año. Otras fuentes hablan de que esa cifra podría duplicarse. Tampoco hay precisión sobre el volumen anual de la exportación de cocaína, del dinero que ese negocio genera a nivel global, ni del monto que se queda en el Ecuador. Se puede especular que la cifra es tan gigantesca que sostiene a la dolarización.
Respecto del segundo punto, el señor Fitzpatrick asume el conflicto como si se tratara de universos paralelos. Es decir, como si la producción y el trasiego de drogas estuvieran desligados totalmente del consumo. Según su análisis, que los países del Sur estemos azotados por la violencia no tiene nada que ver con la demanda de drogas en el Norte. Allá en los Estados Unidos todo se resume a un asunto de salud pública, de anomalía financiera, de crisis familiar.
En el fondo, persiste una concepción absolutamente colonial del problema del narcotráfico. Nosotros estaríamos destinados a padecer, por historia y por cultura, la violencia del crimen organizado, porque somos pueblos atrasados, informales e indisciplinados. Las profundas desigualdades globales no incidirían en las lógicas de descomposición social e institucional que nos afectan.
En ningún momento el señor Fitzpatrick se pregunta por las causas del demencial consumo de drogas en su país. La adicción cada vez mayor al fentanilo, que amenaza con convertirse en una catástrofe social en los Estado Unidos, no tiene nada que ver con la producción y comercialización de cocaína en los países andinos, sino con una cultura de la evasión individual provocada por un sistema que devasta la vida de las personas y descompone el tejido social. Es el capitalismo –hay que decirle al embajador–, y no la incapacidad política de nuestro Estado, el que incide en la criminalización de nuestra sociedad.
Diciembre 8, 2023
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