Todo era cuestión de tiempo. Evadir la acción de la justicia con trampas y leguleyadas es como emprender una travesía en un barco destartalado: el rato menos pensado se hunde. Tal como se acaba de hundir la estrategia de impunidad de Jorge Glas.
El esquema de corrupción en el sistema judicial ecuatoriano era un secreto a voces. La diferencia hoy, con el caso denominado Metástasis, es que por fin se encontró la punta del ovillo. Lo que aparezca de aquí en adelante será espeluznante. Hay suficientes chats en los celulares de Leandro Norero como para llenar un estadio con las inmundicias de la corrupción institucional. Ojalá la sociedad ecuatoriana tenga fuerzas para afrontar este descalabro emocional.
La particularidad con el caso de Glas es que nos deriva directamente al campo de la narcopolítica, esa manifestación del poder en su forma más perversa. No se trata de los típicos chanchullos, corruptelas y amarres que caracterizan a nuestra política desde hace siglos, sino a una operación abiertamente criminal. Por ejemplo, los asesinatos de autoridades, políticos y periodistas que han sido perpetrados como parte de esta trama delincuencial.
A la luz de las evidencias que van apareciendo, se confirma la tesis de que durante los diez años de borregato se puso en práctica una estrategia de manejo del Estado que fue mucho más allá del simple saqueo de los fondos públicos. Una combinación de permisividad y complicidad con determinados grupos criminales permitió su expansión y consolidación. Los vasos comunicantes entre gobierno, narcotráfico y justicia dejaron instalada una compleja red de circulación de intereses que ha terminado por dinamitar la administración pública. El manejo de la justicia se cae a pedazos.
Una duda surge en medio de la descomposición que nos invade: ¿hasta cuándo los simpatizantes y electores correístas van a seguir pasando por alto estos hechos? ¿Cuánto tiempo más van a continuar impávidos e inalterables frente a la decadencia de sus dirigentes y candidatos? ¿Vale la pena seguir mirando hacia otro lado o tapándose la nariz?
En su monumental obra sobre el totalitarismo, Hanna Arendt sostiene que los proyectos autoritarios se sostienen a partir de la enajenación mental de las masas, como resultado del fanatismo ideológico. Sus militantes y seguidores experimentan una completa pérdida de identidad individual en función de los intereses supuestamente superiores de la organización que los representa. En buen romance, en función del proyecto. “Un miembro teme abandonar el movimiento más de lo que teme su complicidad con acciones ilegales”, concluye Arendt.
Es cierto. Pero todo tiene un límite. Hasta los enajenados tienen la opción de reconectarse con la realidad. Y con la decencia pública.
Diciembre 18, 2023
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