La izquierda ha sido la más perjudicada por la posmodernidad, particularmente debido a la relativización de sus discursos. Hoy ya no existen mínimas demarcaciones a sus propuestas. La intangibilidad parece ser la norma.
Hace 50 años la izquierda todavía manejaba certezas. Quizás utópicas, irrealizables o equivocadas, pero certezas al fin y al cabo. La más consensuada: pues que su misión apuntaba al cambio profundo de la sociedad. Solamente así se podrían superar las injusticias, las desigualdades, la pobreza, la marginalidad, la ignorancia; en otras palabras, todas aquellas anomalías provocadas por un sistema basado en la desigualdad social.
Ese era el acuerdo principal; la línea roja, como se suele señalar desde el lenguaje tecnocrático. Las diferencias radicaban en la forma de alcanzar ese gran objetivo: revolución o reforma, lucha armada o elecciones, toma del Estado o consolidación de la organización popular.
Hoy, esos debates están prácticamente ausentes del mundo de la izquierda. El utilitarismo de la política formal parece haber copado el imaginario de quienes actúan a nombre de esa tendencia ideológica. Al final, los grandes problemas y conflictos del país quedan reducidos a una disputa por el control del aparato burocrático del Estado. Y no precisamente con el ánimo de conseguir algún cambio de carácter estructural. La revolución fue cambiada por la teta pública.
La última negociación legislativa a propósito de la Ley de Extinción de Dominio es la constatación más palmaria de la lógica que domina a la clase política ecuatoriana, sin importar su filiación política o ideológica. El propósito fundamental es proteger una actividad que ha terminado convertida en una fuente inagotable de enriquecimiento personal.
Impedir que la justicia intervenga eficazmente en los casos de corrupción y de lavado de activos es la forma más desvergonzada de protegerse mutuamente las espaldas. Hoy por ti, mañana por mí, como reza el refrán. Los rabos de paja son tan largos y frondosos que todos, indistintamente, buscan neutralizar la más mínima chispa de la justicia. El incendio sería endemoniado.
En esas condiciones, el debate político en el país dejó de referirse a propuestas antagónicas respecto del modelo de Estado y de sociedad que se quiere construir, para centrarse en los mecanismos que aseguren una menor o mayor impunidad para los políticos, funcionarios públicos y empresarios mafiosos. La impunidad es el gran objetivo de la nación. Y en este punto, la derecha, y quienes cínicamente fungen de izquierda, se han puesto de acuerdo.
Únicamente en este escenario es entendible la desesperación del bloque legislativo correísta por el fracaso de las reformas a la carta del COIP. La anulación de las sentencias por corrupción era el complemento ideal de la espuria Ley de Extinción de Dominio que aprobaron en la Asamblea Nacional. El banquete de la impunidad está incompleto.
Febrero 27, 2023
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