La telenovela de la podredumbre nacional se desarrolla en cámara rápida. No hay tiempo ni para respirar. Cada capítulo nos quita el aliento, nos enfurece o nos aterroriza como en una película de suspenso. Lo triste es que esas emociones se producen a costa de la debacle del país.
Que los culpables de tantos delitos contra la fe pública y la administración del Estado terminen encarcelados es una esperanza colectiva, aunque ya dejó de ser una necesidad. El panorama está tan deteriorado que la gente de a pie empieza a dudar si la aplicación de la justicia servirá de algo. Porque los datos de la corrupción son tan demenciales, escandalosos y cínicos que parecerían ser parte de cierta normalidad en el funcionamiento de la sociedad.
Todo el mundo se pregunta si en esas condiciones es posible encontrar una salida, o si el Ecuador se despeñará hacia la absoluta descomposición social e institucional.
No recuerdo ningún momento de nuestra historia en que se haya instalado una estructura delincuencial tan extensa y articulada como la que está saliendo a la luz con los casos Encuentro, Metástasis, Purga, Playa y Pólit. Y todas las prácticas e involucrados son comunes a los distintos grupos, galladas y seudo partidos que han manejado la cosa pública desde una lógica totalmente mafiosa.
Es difícil, por ejemplo, creer que detrás del enfrentamiento entre los gobiernos de Ecuador y México no está la mano de los carteles de la droga. Espero sinceramente equivocarme. Porque las irracionalidades cometidas por los principales actores del conflicto exigen un análisis que se salga de la visión episódica y epidérmica en que han caído la mayoría de las versiones. Reducir el problema a la confrontación entre un presidente deslenguado y un niño rico que desconoce las reglas de la diplomacia refleja un simplismo patético. Bueno para los memos y las caricatura, pero inútil para desentrañar los hechos.
En esas condiciones, las preguntas centrales no pueden irse por el atajo, so pena de continuar revoloteando como mariposas. ¿Por qué dos países democráticos llegan a la barbaridad (por decir lo menos) de romper relaciones diplomáticas a causa del control de un personaje siniestro, descalificado y patético como Jorge Glas? ¿Qué importancia tiene para ambos bandos? ¿Vale la pena el descalabro internacional al que han conducido los dos mandatarios a sus respectivos países únicamente para ejercer la potestad sobre un delincuente que cometió el más execrable de los crímenes, haberse feriado el dinero de los damnificados por el terremoto de Manabí?
La idea de la testosterona, la confrontación ideológica regional o la dignidad nacional no cuadran con el desenvolvimiento de los acontecimientos. Hay demasiados actos que no se entienden. No se sorprendan si con el paso de los días se descubre, como en una radiografía, el verdadero esqueleto del monstruo.
Abril 12, 2024
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