Algún oscuro misterio encierra la decisión de Carlos Pólit de acogerse al derecho a silencio en el juicio que le siguen en una corte de Miami. Su respuesta no guarda coherencia con la estrategia de defensa que diseñó hace un año. Sobre todo, con la millonaria contratación de dos abogados expertos en casos difíciles. Se suponía que iban a pelear hasta el último a fin de obtener alunas compensaciones.
¿Será que finalmente Pólit optó por la colaboración eficaz con la justicia de los Estados Unidos, tal como lo insinuó en un momento del proceso? De ser cierta esta opción, ¿será que los gringos ya cuentan con información ultra reservada y ultra delicada que sacarán a la luz cuando les convenga? ¿O simplemente el excontralor se echó toda la carga encima para proteger a su hijo John, también señalado en la trama de manejo ilegal de dinero proveniente de los sobornos?
La posibilidad de que en el momento menos pensado aparezcan nuevos hechos y personajes relacionados con el esquema de corrupción que montaron en el gobierno de Correa es factible. Cada caso que ha sido llevado a los tribunales ha generado una seguidilla interminable de sorpresas y novedades. Como en un ovillo que no termina de desenrollarse.
La colaboración eficaz funciona bastante bien en el sistema judicial norteamericano. Inclusive hay procesados que pueden evitar ir a la cárcel, como sucede con diego Sánchez y José Conceiçao Santos, dos testigos fundamentales para la acusación de la fiscalía. ¿Será que Carlos Pólit permanece impávido y resignado frente a la eventualidad de una larga condena, mientras sus compinches se libran olímpicamente de la cárcel? ¿O será que se acoge a la omertá, ese código de honor mafioso que se traduce en la ley del silencio?
En cualquier caso, el daño infligido al Ecuador por el juicio a Carlos Pólit es devastador. No por los montos que se llevó y que seguramente nunca devuelva, sino por la imagen de inviabilidad institucional que proyectamos como Estado. En efecto, ha sido la justicia de otro país (y no precisamente de un país democráticamente ejemplar) la que termina sancionando a uno de los personajes más descaradamente corruptos de nuestra historia. Y pese a la cantidad de evidencia sobre actos dolosos cometidos en nuestra jurisdicción, y que justificarían iniciar acusaciones de oficio, es muy probable que nuestra justicia no actúe como corresponde.
Por ahora, los panas y coidearios del excontralor se han cuidado de descalificarlo, tal como habrían hecho con cualquier otro personaje ajeno a las filas verde-flex. Todavía no están seguros si habló. Eso solo lo sabremos una vez que la jueza Kathleen Williams dicte la sentencia. Si esta llega a ser leve, los posibles sospechosos de complicidad tendrán que poner las barbas en remojo antes de desatar su furia contra el examigo.
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