#Opinión / Trump: la democracia gringa en pindingas

La pregunta de rigor no es si Donald Trump es o no culpable. Dada su trayectoria política y empresarial y su conducta personal, no es difícil concluir que, en efecto, cometió todos los delitos por los cuales acaba de ser condenado por un tribunal de justicia de los Estados Unidos. Es más, deben existir muchos otros delitos que lo comprometen, pero que todavía no han podido ser esclarecidos por la justicia. Que ahora vocifere en contra de la decisión judicial y acuse a medio mundo de corruptos no altera los hechos.

Tampoco es relevante preguntarse si el proceso judicial al que ha sido sometido es parte de una trama política para perjudicarlo, tal como él mismo lo pregona a los cuatro vientos. Las evidencias han sido tan contundentes que, muy al contrario, habría sido una vergüenza para la administración de justicia no haberlo juzgado. La única particularidad en este caso es que Trump es el primer presidente de ese país condenado por un delito común.

Lo que realmente debemos preguntarnos es si el viejo sistema liberal norteamericano resistirá al embate del que ha sido víctima desde que Donald Trump irrumpió en la escena política. Porque el expresidente, y hoy candidato, constituye la manifestación más destilada de la desinstitucionalización política que campea por todo el planeta. Trump representa la quintaescencia de la posmodernidad, ese fenómeno global cuyas principales características son la transitoriedad y la banalidad.

Hoy se cambia de celular como se cambia de pareja o de partido político. El consumo desaforado de cualquier producto aparece como el antídoto más efectivo contra la angustia existencial de la sociedad actual. La gente renuncia a la posibilidad y a la responsabilidad de establecer relaciones sólidas con los elementos de su entorno.

En el campo de la política, este fenómeno cultural ha sido traslapado a la relación de los políticos con las instituciones, esas construcciones históricas que fueron concebidas como mecanismos para regular la convivencia social. Pero desde un tiempo a esta parte, innumerables gobernantes, de todos los colores, pelajes y signos ideológicos, han optado por la demolición de esas instituciones como recurso predilecto para ganar las elecciones o para sostenerse en el poder. No solo se las cambia al calor de las coyunturas políticas, sino que se las diseña de manera tan apurada e insubstancial que pierden sentido a la vuelta de la esquina. Pero resultan útiles para el despotismo.

Estos caudillos posmodernos se nutren de la volatilidad política y del caos. Su negocio radica en generar el mayor desorden posible. Solo basta imaginar que Donald Trump gane las próximas elecciones para percatarse de la catastrófica dimensión del problema. Que un reo llegue a ser presidente de la primera potencia del mundo pondría en pindingas no solo a la imagen de los Estados Unidos, sino a todo el sistema político liberal de Occidente. La pregunta del millón es: ¿qué harán los gringos ante esa eventualidad?

Junio 1, 2024

 

Acerca de Juan Cuvi 180 Articles
Miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción (CNA), Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo, Parte de la Red Ecudor Decide Mejor Sin TLC.

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