Que el último apague la luz y cierre la puerta puede dejar de ser la metáfora nacional sobre la inviabilidad del Estado ecuatoriano para convertirse en una pavorosa posibilidad. Por ahora, los apagones ya empezaron. Habrá que ver quién es el candidato para clausurar la escasa institucionalidad que aún nos queda.
Tal como están planteadas, las próximas elecciones son la antesala del mismo proyecto de depredación de la democracia que se viene implantando desde hace tres décadas, exactamente desde el momento en que Abdalá Bucaram llegó a la Presidencia de la República. Los proyectos populistas que supuestamente iban a poner fin al dominio de las viejas oligarquías criollas terminaron reproduciendo los mismos esquemas de poder espurios y viciosos que decían combatir. Con un aditamento perverso: la nueva retórica cuenta con instrumentos más eficaces que los que permitieron a las élites políticas tradicionales mantenerse en el vértice de la pirámide social. Básicamente, tienen a la mano las redes sociales, TikTok y la inteligencia artificial, cuya capacidad para manipular conciencias e imaginarios colectivos es ilimitada.
Por eso es falsa la dicotomía correísmo-anticorreísmo con la que algunos sectores interesados quieren diseñar el próximo escenario electoral. La contradicción fundamental debería darse entre un proyecto auténticamente democrático, con reales perspectivas de cambiar la sociedad, y otro proyecto autoritario y corrupto, del cual son tributarios las dos fuerzas electorales por ahora mejor posicionadas (al menos en las encuestas): el oficialismo y el correísmo.
La estrategia no es nueva. En 2021, Guillermo Lasso, Jaime Nebot y Rafael Correa pactaron la exclusión de Yaku Pérez de la segunda vuelta electoral. Desde la visión de las élites era inconcebible un gobierno que se apartara del libreto establecido por los grupos de poder económico. Todo, menos un indio, fue la consigna detrás de la cual se perpetuó uno de los fraudes electorales más descarados y escandalosos de los últimos tiempos.
En el fondo, de lo que se trata es de sostener y –de ser posible– profundizar un modelo que garantice la acumulación de riqueza en favor de los grupos de poder tradicionales, y de aquellos que han emergido a la sombra del populismo. En esas condiciones, la confrontación correísmo-anticorreísmo no es más que una pantalla, un simulacro electoral, un hábil mecanismo de ilusionismo político para desparecer las contradicciones estructurales de nuestra sociedad.
En esta puestea en escena, las élites nacionales, que en apariencia se alarman frente a la amenaza del populismo correísta, no hacen nada. No necesitan hacer nada. Porque de cualquier gobierno que surja de las próximas elecciones sacarán provecho. Todavía confían en que la devastación democrática e institucional que vive el Ecuador puede ser manejada desde los entretelones de los poderes reales. Se preocupan de la democracia, pero de dientes para afuera.
Septiembre 22, 2024
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