No toca sino seguir, y reír (Chardi Kala[1]).
Días como hoy me regresan siempre a la misma imagen.
Tenía 24 años y un mes, veíamos la televisión pequeña a color, el noticiero de la noche.
Era marzo del 2003 y en la pantalla había fuegos artificiales como si fuese un 31 de diciembre. Bush había decidido bombardear Irak y a mi se me caía el mundo porque estábamos en guerra. Acababa de traer al mundo a una bebé, ella tenía 3 meses.
Eran las 9 de la noche, daba de lactar y salí a fumar un tabaco al frente del departamento del 4.º piso, cerca de la estación del Trole. Eran las 9 de la noche y no podía hacer nada para ofrecerle un mundo distinto a la bebé que acostaba a diario. Lloré, olía a tabaco y a leche materna.
De alguna forma la maternidad me hizo más sensible a la guerra, que muera gente, ahora implicaba que podía morir mi hija o que, algún rato, yo podía faltarle.
Hicimos incontables protestas por Irak (Aturem la Guerra, No más Guerra, Stop the War, Codepink Women for Peace); los niños y niñas de ese Irak que ahora llegaron a los 21 años -como mi hija- no han conocido nada más que conflagración.
“Israel sufre ataque” o “Irán anunció ataque a objetivos en Israel”, se leen los titulares, dependiendo de si una sigue los medios masivos con un discurso de EEUU/pro belicista o medios alternativos con las voces de los y las palestinos, libaneses o incluso de judíos críticos en Tel Aviv (https://www.democracynow.org/es/2024/9/30/israel_assassinates_hezbollah_leader_nasrallah).
Todas las líneas rojas, todas, las que usualmente se respetaron en conflictos bélicos y con atención humanitaria en zonas de guerra, se habían roto durante el 2023. Vimos al Director General de la Organización Mundial de la Salud (Tedros Ghebreyesus) llorar en rueda de prensa; lo inhumano del genocidio en Gaza ha durado casi un año.
Sigo a las voces palestinas que nos advertían de lo absurdo del exterminio de niños y niñas, me doy un tiempo a diario para que se rompa un poco más el corazón y seguir- porque acá en el Ecuador tampoco está fácil.
En el medio alternativo de Medio Oriente encuentro- entre los posts de “actualizaciones al minuto”- un video con una grabación de la felicidad de centenares de palestinos y palestinas (muchos, muchos en la calle), cuando ven en la noche que las bombas surcan el cielo y van hacia otro lado.
No es difícil imaginar que si una sería la fulminada, esto que todos los titulares pro-belicistas colocan como “ataque a Israel”, es alivio en la piel de quienes han estado recogiendo en pedazos a sus hijos/as, esposos/as, padres, ancianos/as o hermanos/as en las aceras empolvadas de la franja de Gaza o en Cisjordania, en Líbano la última semana.
Es medio día, estoy en mi oficina, LLORO. Vuelvo a ser la mamá de mi niña de 21, en un mundo en guerra.
Veo las fotos de niños israelitas en canales, guarneciéndose, asustados por las sirenas. Pienso en mis hijos. Se ha perdido la humanidad. Ese regocijo en lo barbárico que según Gydeon Levi se sentía en Tel Aviv hace unos pocos días, se transformó en pánico. ¿Así se para la masacre? ¿Y los wawas en el canal asustados?
Me aterra Biden / Harris, me aterra Trump y Netanyahu. Nos duelen los niños desde Irak hasta Siria, Yemen, las niñas en Afganistán; y nuestras propias niñeces en el narcoestado.
En este mundo digital, solo un MEME de una gallina y un caldo de gallina que pone: “hoy estamos, mañana no sabemos” me arranca una carcajada. Comparto y me rio. La risa ahora es supervivencia. La risa es remedio cuando todas las semanas hay secuestros de conocidos, fuegos y guerras; es el receso necesario cuando se vive como si se estaría atendiendo en una sala de emergencias en la que nadie viene a relevarnos del turno. Somos los que estamos y es lo que hay.
A la noche una querida amiga/alumna me pregunta: “¿Crees que en algún momento esto mejore?” Intenta no perder la esperanza y tiene la mitad del camino recorrido que yo.
Solo atino a mandarle un videito corto que filmé en el Café Gurí, cuando el invitado fue José Ignacio López Vigil (Pepe El Hereje). “OJALÁ QUE EXISTAS DIOS”.
Habrá que creer………………….
- Chardi Kala es un concepto Sikh, explicado por Valerie Kaur en su obra Revolutionary Love. Es más o menos como sostener la dicha aún en medio del conflicto, en un estado de presente continuo (estar ahora). En este caso, como sostener la risa en medio de una guerra mundial; una energía que mantiene en movimiento también a los que quieren un mundo mejor. ↑
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