
Hay una pregunta cuya explicación podría darnos pistas sobre la compleja –y a ratos indescifrable– situación política del país: ¿por qué la imagen del presidente Noboa no se desploma? Por mucho menos, la imagen de Lenín Moreno o de Guillermo Lasso andaba por los suelos.
Que Daniel Noboa mantenga, según la última encuesta de la empresa Comunicaliza, cerca de un 30% de intención del voto es una incongruencia que, de ser cierta, plantearía serias dudas sobre la capacidad de raciocinio de una buena parte de la sociedad ecuatoriana. Sobre todo, en un momento en que experimentamos una dramática transición desde la resistencia a la mera sobrevivencia. En efecto, y como acertadamente afirman muchos habitantes sometidos a la falta de energía eléctrica, agua y ahora hasta aire respirable, es esas condiciones, es imposible vivir.
Da la impresión de que la gente ha perdido la esperanza en el mundo de la política. Presume que ningún candidato, partido ni gobierno resolverá sus problemas. Recientes estudios constatan una peligrosa desafección ciudadana con la democracia, un sistema que únicamente ha entronizado a los menos solventes, honestos y capaces. “Cualquiera da lo mismo” se ha convertido en la consigna que resume el desencanto y el hartazgo popular con la política.
La vieja costumbre nacional de botar gobiernos ineptos ha perdido simpatizantes, entre otros factores porque ha operado como una puerta que se abre a un cuarto igual de oscuro que el anterior. Como en el juego de espejos, la imagen de fracaso termina reproduciéndose hasta el infinito. Y si hablamos de elecciones, las perspectivas lucen aún más desalentadoras. Si Daniel Noboa sobrevive a pesar de la ineptitud, la frivolidad y el ensimismamiento que caracterizan a su gobierno es porque la gente piensa que cualquier alternativa será igual o peor.
Y no se equivocan. Ni Noboa ni ninguno de los demás candidatos y candidatas en disputa están en condiciones de resolver los tres problemas más acuciantes y graves que afrontamos: crisis económica, inseguridad galopante y catástrofe energética. No lo pueden hacer porque hasta ahora no han definido las causas estructurales y globales que los provocan. No quieren poner el dedo en la llaga por miedo a provocar un baño de realismo entres los electores o, peor aún, por miedo a granjearse enemigos incómodos.
Tanto el deterioro de la democracia como la tentación autoritaria se han extendido durante los últimos años en toda América Latina. La desigualdad socioeconómica, que no ha cesado de ahondarse en toda la región, es el principal caldo de cultivo para la demolición de las instituciones. En su insatisfacción con la política, la población busca salidas suicidas, como una dictadura militar o un régimen populista. Y la clave desde las élites no apunta a evitar estas amenazas, sino a seducir al electorado para continuar gobernando.
Daniel Noboa está poniendo en práctica esta estrategia, especialmente con la población más joven. Una población que tiene una conducta política muy distinta a la tradicional y que reacciona más favorablemente a la imagen que a los hechos o los discursos. Ese podría ser el contingente social y electoral que todavía mantiene a flote la destartalada nave del gobierno.
Noviembre 18, 2024
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