
Imposible creer que la confrontación entre el presidente Noboa y los altos jerarcas del correísmo tiene algún trasfondo ideológico. Todos tienes intereses, si no comunes, al menos coincidentes.
Durante los diez años de correato, Isabel Noboa, tía y asesora a la sombra del actual primer mandatario, fue asidua comensal de Carondelet. Nobis, el grupo económico del cual ella es la principal accionista, ha sido uno de los mayores beneficiarios de la década despilfarrada. Basta revisar el índice de desarrollo empresarial para constatar el nivel de incremento de ingresos y activos que consiguió gracias a las políticas económicas de ese régimen.
Por eso la contradicción entre una derecha encarnada por el gobierno y una izquierda supuestamente representada por el correísmo no es más que una ficción, una estrategia electoral hábilmente diseñada y acordada por los grupos de poder económico del país. Nada nuevo en la vieja tradición política latinoamericana: crear confrontaciones excluyentes que faciliten los posteriores pactos.
El itinerario no es difícil de descifrar. La bronca entre el gobierno y el correísmo busca apuntalar ambas candidaturas frente a la eventual amenaza de un tercero excluido. Ambas fuerzas políticas están conscientes de que cualquier candidato imprevisto que se cuele en la segunda vuelta, arrasa. Ya experimentaron esa amenaza en 2021, cuando entre Lasso, Nebot y Correa acordaron sacar a Yaku Pérez de la contienda.
La urgencia es por demás obvia. Noboa tiene posibilidades de entrar en la segunda vuelta, pero únicamente le ganaría a Luisa González. Por eso necesita que ella sea su contendora. Pero, además, ambas tiendas políticas requieren consolidar unos bloques legislativos suficientes para poder simplificar el reparto posterior. El arrastre en primera vuelta es fundamental para este propósito.
El viejo sueño del bipartidismo hegemónico nunca ha dejado de pulular por la cabeza de las élites ecuatorianas. Liberales y conservadores se repartieron el poder hasta la irrupción de Alfaro. Luego del asesinato del Viejo Luchador lograron rehacer el esquema –con ciertas dificultades, límites e imprevistos– hasta cuando se desplomó el régimen oligárquico, a finales de los años 70. No obstante, el discurso de la racionalidad política basada en la existencia del menor número de partidos posible se reactiva con cada elección.
En estas condiciones, proyectar la imagen de que la derecha y el correísmo son las principales fuerzas antagónicas es un tongo que beneficia a ambas, porque excluye de entrada cualquier proyecto alternativo, particularmente a la izquierda y los movimientos sociales, que quedan sin opción electoral. La posibilidad de un cambio profundo de la sociedad queda diluida entre la materia viscosa de la retórica populista y el pragmatismo de la derecha.
Diciembre 17, 2024
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