Por Santiago Montag Damasco
El pueblo kurdo fue perseguido y discriminado bajo el régimen de los Assad, pero también se enfrentó a las peores atrocidades del Estado Islámico y a los ataques de Turquía en los últimos años
La caída de Bashar al Assad el 8 de diciembre llenó de personas las calles de Damasco. En las inmensas avenidas, arrebatadas de carros de combate militares abandonados por las tropas del régimen, los sirios festejaban lo que perciben como su “libertad”. Desde niños hasta jóvenes, adultos, familias enteras con sus bebés participan en cada evento que conmemora el día que fueron destruidas las estatuas de Bashar al Assad y de su padre, Hafez al Assad. “Ahora puedo ver los colores de los edificios, de las plantas de los balcones, de la ropa de mis amigos, hasta hace unos días el mundo era gris para mí” decía sonriendo Nayef, un joven que ondeaba la nueva bandera del país negra, blanca y verde con tres estrellas rojas en el medio.
El derrumbe del régimen trajo alegría, pero también preocupación para todos los sirios. A pesar de las celebraciones cotidianas en la Plaza de los Omeyas, los festivales, los rezos colectivos en las mezquitas, y una juventud que no deja de entonar las canciones revolucionarias de la Primavera Árabe, la incertidumbre recorre el pensamiento de millones de personas. Especialmente, de las del pueblo kurdo.
En la calles, en los bares, en los taxis, las peluquerías, todos comparten el mismo interrogante: ¿qué hará el nuevo gobierno con las minorías? La Organización por la Liberación del Levante (HTS por sus siglas en árabe) tiene una larga reputación de vínculos con grupos terroristas como Al Qaeda y Al Nousra que no se diferencian del Estado Islámico, cuyo desprecio a los otros grupos religiosos y étnicos es una constante. Así lo es el caso de los kurdos, un pueblo que lucha por su autodeterminación al menos desde la caída del Imperio Otomano y que se enfrentó a las peores atrocidades del Estado Islámico y a los ataques de Turquía en los últimos años. Este momento se percibe por muchos de ellos como la oportunidad de rediscutir su lugar dentro de la nueva Siria.
El régimen de Hafez y la destrucción de la identidad
Muhamad Ibsh vive en el barrio kurdo de Rukh al-Deen, recostado sobre las montañas al norte de Damasco. Con sus pequeñas callejuelas y húmedas escaleras es uno de los barrios más pobres de la ciudad donde viven miles de personas desplazadas de los suburbios destruidos por la guerra. A días de cumplir 70 años, Ibsh esperaba en un rincón oscuro de un shisha bar del centro damasquino para tomar la entrevista. “Estamos viviendo una pequeña ventana de libertad, es preferible mantenerse en las sombras”.
El kurdo con bigote blanco se crió en Afrin, al norte de Siria, pero pasó gran parte de su vida en Damasco, ya que tras salir de prisión tuvo prohibido su regreso. Ibsh se mueve con cautela, pues “durante los años de Assad no podía caminar por la calle sin cuidarme las espaldas de los servicios de inteligencia que me perseguían por mi actividad política”. Su vida atravesó todos los grandes acontecimientos del país desde que el partido Baath, junto a otros partidos políticos, tomaran el poder mediante un golpe de Estado en 1954, lo que le permite comparar entre generaciones. “La realidad de los kurdos de otras regiones de Siria es diversa, incluidos sus objetivos políticos. En Damasco es imposible observar alguna de las banderas de la nación kurda” explica exhalando una nube de humo con aroma a frutos proveniente del narguile.
A través de una comunicación virtual, el jóven Mustafa, de 25 años, explica por teléfono desde Kobane, una región al norte de Siria gobernada por la AADNES (Administración Autónoma Democrática del Norte y el Este de Siria), que “el gobierno del partido Baath se lo considera uno de los periodos más injustos para los kurdos, ya que se nos negaba sistemáticamente nuestra existencia”. Pero la persecución política a los kurdos no sucede solo en Siria, también en Turquía, Irak e Irán. El objetivo de estos Estados ha sido impedir la autodeterminación de la nación kurda, es decir que controlen su propio territorio y el destino de su pueblo, lo que implicó una aparato de leyes racistas y represión.
Cuando Ibsh era estudiante en 1970 empezó a militar en el Partido Democrático Kurdo para conseguir derechos civiles y democráticos dentro de Siria, donde a cientos de miles se les negaba la ciudadanía. Al año siguiente, Hafez al Assad tomó el poder. En 1974, el gobierno buscó destruir la identidad kurda “cambiando la demografía de las zonas kurdas mediante el proyecto del Cinturón Árabe”. Este proyecto consistía en confiscar tierras agrícolas propiedad de residentes kurdos a lo largo de la frontera sirio-turca en Hasaka y dárselas a campesinos árabes traídos de las provincias de Raqa y Alepo, tras inundar sus tierras con agua del lago de la presa del Éufrates.
Al padre de Ibsh “cuando estuvo en prisión le expropiaron las tierras para dárselas a extraños, y cuando quedó libre ya estaban en manos de árabes que provenían de otras partes del país, pero al salir sobre todo había perdido sus derechos civiles”. Ni siquiera podía ponerle nombres kurdos a sus hijos. El régimen de Hafez al Assad, dice Ibsh, “cambió los nombres de muchas ciudades y pueblos para que nunca vuelvan a ser áreas kurdas”.
“Nunca tuvimos una ciudadanía igualitaria en este país” explica Ibsh, “el sufrimiento kurdo se fue volviendo insoportable, mi organización en esos años estaba estancada, así que decidí alejarme e integrarme en organizaciones que luchan para encontrar una solución a la cuestión kurda”.
Para llevar adelante el plan de exterminio de la cultura kurda, las autoridades prohibieron su fiesta nacional: el Newroz, realizada cada 21 de marzo. Hafez al-Assad “promulgó el Decreto nº 104 de 1988, que convertía este día en el Día de la Madre oficial del país para marginar la celebración kurda”, dice Mustafa. “Tampoco se nos permitía utilizar nuestra lengua materna”, cuenta Ibsh.
Por otro lado, la marginación y la discriminación llevaron a una reducción de las oportunidades de trabajo y acceso a la educación. Mustafa cuenta que “cualquier actividad política o cultural kurda fue severamente reprimida, y los servicios de seguridad vigilaban constantemente”.
Así le sucedió a Ibsh, que lo vivió en carne propia al haber estado 12 años encarcelado, “Si pertenecías a alguna organización o movimiento kurdo eras detenido arbitrariamente y torturado en prisiones como las de Saydnaya o Palmira. A mí me tocó en la conocida Rama Palestina, así fue como llegué a Damasco y nunca más me pude ir”.
“Nuestro mayor terror procedía del Mukhabarat [NdE: el cuerpo de inteligencia interna], porque sabíamos que irrumpía en las casas y se llevaban a veces a familias enteras a destinos desconocidos”.
Además, las zonas kurdas fueron deliberadamente marginadas y víctimas de la desinversión de infraestructura, lo que provocó una pobreza y un desempleo generalizado como se observa en Ruk al-Deen. Mustafa comenta además que “nos vimos obligados a desplazarnos a grandes ciudades como Damasco o Alepo para trabajar en profesiones mal pagadas, donde sufríamos una discriminación adicional”.
Los años de Bashar al-Assad
La muerte de Hafez al-Assad en el 2000 dio lugar a la llegada de su hijo al poder: Bashar al-Assad. Ese mismo año nacía Majd Al-Din Hussein en la ciudad de Alepo, al norte de Siria, aunque su familia kurda es originaria de Afrin. En sus 24 años de vida, cuenta conversando en el balcón de su casa en el barrio de Sheik Massoud en Alepo, experimentó la hostilidad del régimen hacia los kurdos.
El joven Majd nunca salió de su ciudad natal durante la guerra civil iniciada en 2012. “La vida bajo el régimen de Assad era como estar en una prisión, independientemente de tu etnia: kurda, árabe o cualquier otra”. Aquí “había retratos de Assad por todas partes: en persianas, paredes, oficinas, tiendas, rotondas e incluso en el material escolar. Era como si Assad fuera un dios” dice el joven tomándose la frente. Hoy todos esos pósters y carteles pueden verse quemados o arrancados de las paredes, y las persianas de los negocios donde estaba pintada la bandera siria están siendo reemplazadas por los nuevos colores.
Durante los años que se refiere Majd, la principal política de Bashar estuvo centrada en el “arabismo” de Siria: reforzó la identidad árabe del país privilegiando a un grupo étnico (árabes) y religioso (los alauitas), lo que reforzó la división de la sociedad, e implicó ignorar deliberadamente los derechos de los otros grupos.
¿A dónde va la cuestión kurda después de Assad?
Tras la caída de Assad, acelerada por la avanzada de las fuerzas del HTS y el Ejército Nacional Sirio, los kurdos no bajan la guardia. El señor Ibsh dice que se siente “feliz pero preocupado: estamos en un período peligroso, debemos tener cuidado”.
Las últimas semanas fueron de gran conmoción para Mustafa, pero “la situación se ha complicado aún más”, porque, dice, “los kurdos ahora tratan, por un lado, de garantizar sus derechos en la nueva Siria y, por otro, se enfrentan a las constantes amenazas de Turquía”.
En contexto, desde el establecimiento de la Administración Autónoma en el norte y el este de Siria durante la guerra civil, pero también en el enfrentamiento contra el Estado Islámico, Turquía intenta invadir la región y apoya a grupos armados como el Ejército Nacional Sirio (ENS) para liquidar la experiencia de autogobierno allí construida. Mustafa comenta varios crímenes de estos grupos. “Les hemos visto entrar en Manbij y Shahba, matando a civiles, saqueando sus casas y cometiendo violaciones como detenciones arbitrarias y ejecuciones públicas”. En estos momentos “quieren invadir Kobane con apoyo turco, con el pretexto de que los kurdos son separatistas y quieren dividir Siria”.
Existe entre algunos sirios cierto optimismo vinculado a los cambios de postura del líder de HTS, al-Joulani (ahora bajo el nombre de Ahmad al-Sharaa), en relación a las formas de gobernar alejadas del radicalismo islámico. En ello entra la cuestión kurda siria, donde incluso muchos kurdos en Damasco creen en una resolución y están en contra del proyecto del norte y noreste. Por eso, hace pocos días, salió a la luz un vídeo donde el nuevo líder del país afirmaba que los kurdos forman parte de Siria. Pero como explica Mustafa “esto no ha supuesto ningún cambio en la realidad”. “Aunque al-Joulani se haya quitado la capa islámica suní y se ponga un traje formal, se saque fotos con la prensa, prometa salarios más altos y el fin del servicio militar obligatorio, sigue habiendo preocupación por parte de otras minorías”.
Existe una inquietud constante por el futuro de los kurdos, pero como plantea Ibsh, la fragmentación política y territorial juega en su contra. Dice que “los kurdos deben unirse frente a estos desafíos porque es un momento clave para su destino, sobre todo porque Turquía busca cualquier debilidad para ampliar su influencia”.
Los kurdos han sido una ficha más en el tablero geopolítico de las potencias como Estados Unidos, Turquía, Europa, Rusia, y los Assad, por eso explica Ibsh que en este momento que “estamos a merced de lo que decidan los gobiernos extranjeros, sobre todo Donald Trump”.
Por su lado, Majd es prudentemente optimista. Su posición es que “hay posibilidades de que se produzcan cambios positivos, sobre todo si no aumentan las tensiones sectarias entre los drusos, chiitas, sunitas, cristianos, etc”. Además explica que “la reapertura de las rutas comerciales y los mercados podría insuflar vida a la economía”. Sin embargo, piensa que “todo el mundo en Siria vive hoy con miedo a lo desconocido”.
Esto nos lleva al gran interrogante: ¿seremos testigos del nacimiento de una nueva Siria o el país volverá a caer en los conflictos entre facciones y la violencia sectaria?
El caos no abandonó el país. Mustafa describe un panorama desolador, “Siria se enfrenta a una guerra sectaria en curso”, dice. Aún “continúan las detenciones arbitrarias y las ejecuciones sobre el terreno, especialmente contra alauíes y partidarios del antiguo régimen”. Además, “la bandera negra del ISIS aún puede verse en zonas controladas por Hay’at Tahrir al-Sham y el Ejército Nacional Sirio”.
Desde Kobane, Mustafa finaliza con la clara demanda de su pueblo. “No nos importa quién gobierne, lo importante es que haya justicia y nos concedan a cada individuo y región sus derechos a practicar libremente su vida y la identidad cultural que les representa. El nuevo gobierno debe ser el consenso de todos los sirios y debe basarse en un sistema político que responda a las aspiraciones del pueblo sirio en todos sus componentes, mediante elecciones libres y justas supervisadas por comités internacionales”.
Lejos de la estabilidad que buscan mostrar los grandes medios tras la caída de Bashar al-Assad, Siria se encuentra en un proceso de reconfiguración y balance de poder interno que implica enfrentar un doloroso pasado para construir la paz del futuro entre los pueblos que la habitan. Pero, ¿existe tal cosa?
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