¿Y ahora qué hacemos con la esquizofrenia nacional?

Ríos de tinta correrán a propósito del secuestro, desaparición, asesinato e incineración de tres adolescentes y un niño del barrio Las Malvinas. Triste, lamentable e indignante que una tragedia de semejantes proporciones sirva ahora de insumo para el debate sobre derechos humanos, racialización de la represión, brutalidad militar-policial y un largo etcétera de temas relacionados. En una democracia medianamente institucionalizada, ese debate debería ser permanente; no se requeriría de un crimen atroz para que los actores políticos, sociales y mediáticos lo asuman.

Pero en un país que se cae a pedazos, muchos de esos actores esperan caer parados sobre el montón de escombros más alto. Hoy, el Ecuador navega entre la inmundicia de quienes pretenden sacar provecho electoral de esas muertes, la hipocresía de quienes se rasgan las vestiduras por un hecho absolutamente previsible, y el cinismo de quienes quieren acomodar las evidencias para tergiversar la verdad.

Mientras tanto, la sociedad ecuatoriana se adentra en el escabroso terreno de la esquizofrenia general. Más precisamente, del trastorno de identidad disociativa. Que una decisión política genere entusiasmo y horror de manera simultánea es una muestra del desdoblamiento de personalidad colectiva al que nos ha conducido el populismo punitivo. No solo el del actual gobierno, sino el de todos los que llevan jugando a los estados de excepción desde hace varias décadas.

En efecto, en enero del año pasado un altísimo porcentaje de la población aplaudió la medida de sacar a los militares a las calles. Era la estrategia que supuestamente neutralizaría al crimen organizado y aseguraría paz y tranquilidad para todos. El presidente Noboa no solo hizo caso omiso, sino que ridiculizó las advertencias que muchos analistas políticos, articulistas de opinión, organizaciones sociales y organismos internacionales hicimos respecto de la ineficiencia y peligrosidad de esa iniciativa. No se necesitaba de mayor claridad para anticipar el riesgo de contaminación de los militares, así como de los desafueros que se iban a cometer, una vez que se los envió a cumplir tareas policiales. Los ejemplos de otros países (particularmente de México y Colombia) eran suficientes como para sacar conclusiones.

¿Qué porcentaje de esa población entusiasta mira hoy con pavor los efectos de esa mal llamada política de seguridad? ¿Cuántos ecuatorianos se debaten entre la desesperación por una inseguridad criminal que no cesa y la angustia por los excesos de la fuerza pública que seguirán cometiéndose? ¿Cuántos les atribuyen a los militares la condición de guardianes y verdugos al mismo tiempo?

Fue la sociedad alemana la que aupó y sostuvo al régimen nazi, bajo el argumento de que Hitler les había rescatado de la debacle de la república de Weimar. Cuando los campos de concentración y los crematorios eran un secreto a voces, esa misma sociedad tuvo que dividir su conciencia en dos partes para poder sobrellevar el horror del Holocausto.

Enero 5, 2025

 

Acerca de Juan Cuvi 180 Articles
Miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción (CNA), Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo, Parte de la Red Ecudor Decide Mejor Sin TLC.

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