A propósito del próximo estreno de La Petisa Babilonia en Mallorca España, un monólogo que forma parte de una trilogía, titulado Houda Asmi que refleja de manera sensible una de las más preocupantes problemáticas actuales y que tiene que ver con las personas desplazadas por las guerras en diferentes lugares del planeta. Va este cuento titulado Mi nombre es Adbi (lo publicaré en dos partes) que sale de la inspiración de los tres textos teatrales: Houda Asmi (montaje en España) Arrét Sorté (montaje en Francia) y Las muñecas rotas de Lu y los unicornios ( montaje en Colombia) un pequeño pero esperamos que sea un sonoro grito frente a la falta de sensibilidad, humanidad, y soluciones verdaderas para quienes deben dejar sus hogares, sus vidas, su gente a causa de la arrogancia de gobiernos lejanos a la realidad.
Aquí va la primera parte del cuento.
MI NOMBRE ES ADBI
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La muerte la persigue.
Escondiéndose entre las sombras voraces de sus peores días, la acompaña junto a los gritos ajenos que ya le eran familiares, tanto en el transitar de su camino peregrino, como en la noche anterior donde se hizo difícil conciliar el sueño.
Aún tenía pegado a la piel el polvo de los ladrillos hechos añicos y del asfalto que se rompe.
Destino. Destino terrible de una guerra. Asfalto roto, ladrillos rotos, corazón roto, lágrimas y gritos. La noche.
La noche y la muerte.
La muerte que la ronda, hambre y la muerte, la muerte que va con ella, hambre.
Adbi camina el mundo hacia ningún lugar, un poco cansada, un poco leve, un poco con el cansancio de llevar un morral de sueños destrozados en la espalda, donde guarda sus recuerdos más preciados, camina el mundo hacia ningún lugar, respirando un poco esa tranquilidad que le hacía falta de varios días.
Ella, la de los momentos tristes, ahora lejos de su cotidianidad, ahora lejos de todo aquello que dejó atrás y que cada tanto voltea a mirar para no perder la idea de esos momentos, de esos recuerdos malditos en el tiempo, porque es extraño sentirlo, pero esos recuerdos o momentos recientes, parecen de un pasado lejano, solo algunas fotografías que las lleva en su morral, le dan cierta luz y cierta tranquilidad de pensar que no siempre fue así, que hubo mejores momentos y mejores recuerdos.
Ahora, sola, con sus pensamientos de los mejores días, camina el mundo hacia ningún lugar.
El amanecer.
Amanecer entre pasos cansados y un frio abrumador. Neblina y frio, neblina y amanecer, pasos cansados y una banca de parque solitaria, salvada milagrosamente entre escombros y maderas, olores fétidos y rastros de ropas rotas con sangre seca ya olvidada.
Adbi sentada en una banca de parque, solitaria y abrumada, descansa de caminar; a su lado, el morral donde guarda las historias de su vida, de su corta vida, diecinueve años para ser precisos, y aquel instante de silencio se rompe cuando en su cabeza y en la mitad de un cansancio ya pasmado, suenan las voces del adiós, suenan las voces de personas amadas que se despiden, de personas queridas que saben que quizás no van a encontrarse nunca más y es por eso que aquellas voces en su cabeza, tienen el silencio de la tristeza.
Olor a pan, olor a café, olor al cigarro de un hombre viejo que fuma desde temprano, sentado a la orilla de la vereda mientras ve pasar a los pájaros migratorios que no se detienen. El café y el pan, una madre de sonrisa alegre y un par de hermanitos que ya brincotean buscando en que entretenerse. Al frente de casa la tienda abre sus puertas, la señora que la atiende mira con cierta sonrisa de buen día, mientras el hombre fuma y viene a ella el olor del café recién hecho en olleta y a la leña junto al pan.
Pero esos momentos de barrio, de cuadra y de vecinos mañaneros, de repente se tornan grises, una ráfaga de malos aires y el sonido nefasto e incesante de los misiles que caen.
Sonidos, gritos.
Sonidos y personas que corren hacia cualquier lugar, un radio que grita noticias nada alentadoras y los misiles cayendo a la suerte de todo lo que toca y lo destruye.
Adbi cierra los ojos en esa banca, sola, empapada de frio y de esos recuerdos que la traicionan para hacerla llorar, mientras espera, mientras siente que ya no existe nada de lo bello de esos días, solo sus fotos.
Anhela un cafecito como aquellos, un pan caliente e incluso el olor del cigarro del viejo que amanecía todos los días a fumar a la orilla de la vereda, mientras se le pasaba el tiempo, observando pasar a los pájaros migratorios.
Ella, sentada ahí, con un cansancio que no le permite dormir, el dolor de sus pies y el hambre, observa y se escucha, y escuchando es que decide que desea escuchar otra cosa, entonces de su morral saca un radio, un radio pequeño, un radio de abuelo que al principio no toma bien las señales del aire, pero cuando lo hace, suena un bolero, un bolero de adiós, un bolero de esos que tocan el alma, cuando se camina el mundo hacia ningún lugar.
Cierra los ojos por un momento y quiere bailar, bailar sonriendo, bailar feliz, bailar la vida y no la muerte, cierra los ojos y en sus sueños despiertos baila ese bolero, grita, esta hermosa, se siente hermosa, baila y grita, baila y canta, solo baila y se resiste en ese sueño despierto a vivir lo que está viviendo en el presente, baila el bolero y sonríe.
Sonríe.
Sonríe y sonriendo va sintiendo el sueño verdadero.
Su sonrisa, el bolero, cada vez más lejano y el sueño, el sueño sobre la banca, en la mitad de un montón de escombros, en el centro de una ciudad casi inhabitable, de un país que está en guerra.
En sus sueños verdaderos, Adbi es feliz, pasa de soñar a nadar, entre aguas y hermosos silencios, al fondo de un rio viendo pasar peces que nadie los perturba. Adbi en sus sueños verdaderos nada profundamente. Mientras en la realidad duerme, mal sentada y un poco rota, en sus sueños nada. Escucha sonidos del agua. Escucha un bello canto que no sabe de dónde viene, pero lo disfruta en medio del agua.
Un sueño que parece muy largo, del que no quiere despertar, pero la incomodidad con la que se duerme, la regresa a la realidad y al hacerlo ve que sus manos no son limpias como en el sueño sino están sucias, se siente sucia y huele mal, no como en el sueño donde el olor era dulce, aun estando dentro del agua de un rio, en su sueño sentía el olor dulce.
Se mira a sí misma y suspira.
Suspiros resignados, suspiros de poco aliento, suspiros tristes y un poco con una melancolía producto de ese fugaz sueño donde después de bailar y bailar, era feliz también nadando.
A su lado el radio, aun encendido, aun emite algún otro bolero, pero ya nada la regresa a la armonía de ese baile y de ese nadar entre peces calmados.
Y ahí pasa el tiempo, largo rato, demasiado largo rato, queriendo no ir a ningún otro lugar, dormita por momentos, acaricia sus pies maltratados, intenta limpiar un poco sus ropas del polvo, se saca la sangre de la cabeza producto de algún pedazo de ladrillo que le cayó encima, desenvuelve un sanduche que devora con un poco de agua, le reza a un dios antes de comerlo, a ese dios al que le ha dejado de creer por abandono, pero al que le guarda la esperanza de que volverá, y así llega la tarde.
Y con la tarde un poco de optimismo para hacer espacio y armar la carpa, entonces del morral que lleva consigo saca un amarre de telas impermeables y varillas, la arma más rápido de lo que piensa y mientras la arma y acomoda sus cosas adentro, decide que no quiere más tristezas antes de que venga la noche.
Canta, suave al principio y después fuerte, sabe que nadie la va a escuchar, así que no le importa cantar desafinado, canta fuerte y alegre.
Canta queriendo limpiar su alma, canta para llenarse de fuerzas porque sabe que en ese camino por donde va, las esperanzas son pocas de encontrar a alguien vivo.
La frontera aún está lejos y seguramente no exista paso para ella, pero aun así decide mientras acomoda sus cosas, cantar y así llega la noche.
Noche y oscuridad…
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