Pedirle a la denominada clase política que defienda y respete la institucionalidad del país suena a ingenuidad. Lucran del caos y el desorden. Desde la colonia, hace más de cinco siglos, la informalidad se instauró como impronta de nuestra sociedad.
Por eso, precisamente, la simulación es una condición intrínseca de nuestra política. Redactamos y aprobamos normas a sabiendas de que serán de nula aplicación o de aplicación restringida, porque la dinámica de los poderes fácticos termina imponiéndose. Más de 20 constituciones no han servido para asegurarnos una cultura medianamente democrática.
Hay inventos que rebanan la más elemental racionalidad. Como el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS). Llamado a ser el organismo que profundice la democracia y combata la corrupción, se ha convertido en el principal instrumento del autoritarismo y la venalidad política. En esencia, ha simplificado la injerencia de los intereses particulares y mafiosos en las decisiones públicas: ahora se necesita cooptar, seducir o abiertamente comprar cuatro voluntades para colonizar las principales instituciones del Estado.
Detrás de esta aberración jurídica y política están los delirios refundacionales del proyecto de Alianza PAIS. Blindar una constitución bajo el peregrino argumento de la eternización de una propuesta de transformación social refleja una visión estática y reaccionaria de la Historia. Solamente el fundamentalismo religioso está convencido del camino irreversible hacia las causas finales. Es decir, de la intervención de la providencia en la ejecución de su plan y sus obras.
Pero como la política ecuatoriana es asunto de seres humanos imperfectos (llamingos, como diría el Miche), ahora no sabemos cómo librarnos de un engendro con tufo divino. Porque la única forma de eliminar al CPCCS es invocando la intervención providencial de una Asamblea Constituyente. Mientras tanto, no tenemos más opción que convivir con el monstruo.
Hoy asistimos a un nuevo episodio de la saga con la que el CPCCS nos avergüenza como país. Desde su creación, hace ya 17 años, no ha sido más que un billete falso del que todos quisieran apropiarse para pasarlo de agache. En otras palabras, para estafar a los demás.
Que hoy destituyan a los cuatro consejeros correístas que se han pasado la ley y la Constitución por el forro no resuelve el problema de fondo. Ya vendrán otros a reproducir las mismas prácticas que se sacralizaron desde el inicio. No son ellos los responsables. ¡Es el organismo, estúpidos! habría que decir, parafraseando la expresión que se hizo célebre a propósito de la economía.
¿Qué opinan los candidatos presidenciales al respecto? Nada. Al parecer, están esperando a ver si su gallada logra entrar al reparto del CPCCS después de las elecciones.
Enero 27, 2025
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