
Donald Trump se viene como aluvión: un desbordamiento incontrolado de agua, piedras y lodo que arrasa, destruye o sepulta lo que encuentra a su paso. Pero que quiera no significa que pueda. Y mucho menos que pretenda reeditar un pasado ilusorio de grandeza.
El mundo actual es muy distinto al de la posguerra. En 1945 el capitalismo salió triunfante de la II Guerra Mundial, pero tuvo que aceptar un contrapeso geopolítico igual de exitoso: la Unión Soviética. Eso le permitió a Occidente, encabezado por los Estados Unidos, plantearse una contradicción tan eficaz como simplona con lo que eufemísticamente se designó como comunismo (que en realidad se refería al bloque soviético). Cuatro décadas de conflicto sirvieron para justificar una hegemonía global anclada en un modelo específico de sociedad y de economía. Fueron los años dorados del capitalismo.
Hoy, esa vieja contradicción global es inviable. China, Rusia y la India, las tres potencias que podrían oponerse al peso de los Estados Unidos, son países igualmente capitalistas. ¿Dónde, entones, radican los elementos de confrontación que le permitirían construir un enemigo necesario para intentar recuperarse como primera potencia del planeta?
A la luz del discurso y de las primeras iniciativas de Trump, existen tres ejes que pueden perfilar su contraofensiva conservadora. En primer lugar, la negación de los derechos culturales. La deportación masiva de migrantes latinoamericanos, o la intención de expulsar de la franja de Gaza a los palestinos, se inscriben en esa concepción racista del poder. El supremacismo blanco, anglosajón y cristiano no puede admitir los derechos de aquellos pueblos a los que considera subordinados o abiertamente inferiores.
En segundo lugar está su absoluto rechazo a lo que genéricamente podría definirse como derechos sexuales. Todo aquello que huela a diversidad tiene que ser eliminado de las políticas oficiales. En este punto, las posturas antifeministas adquieren una relevancia particular, porque además de reinstaurar un patriarcado añejo y trasnochado sirven como mecanismo para que Trump expíe sus propias culpas. Él fue condenado por haber sobornado a una actriz porno, con la que tuvo relaciones sexuales clandestinas, para que cambiara su testimonio en una corte. El machismo en su expresión más retorcida.
En tercer lugar aparece su ataque frontal a los derechos ambientales. Trump no tiene la más mínima contemplación con la naturaleza ni con el medio ambiente. Abandonar el Acuerdo de París es únicamente el abrebocas para una estrategia de depredación global. Cualquier organización, agrupación o persona que actúe a favor de los derechos ambientales tendrá que poner sus barbas en remojo, porque la lógica de producción y consumo desbocados de la sociedad gringa se impondrá a la fuerza.
Febrero 6, 2025
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