
La vergonzosa pobreza del debate presidencial entre Daniel Noboa y Luisa González debería plantearle a los movimientos sociales y a los sobrevivientes de la izquierda, por enésima vez, el desafío de construir un proyecto realmente alternativo para el país. La confrontación entre dos fuerzas políticas aparentemente contrapuestas está posibilitando a las elites un nuevo retoque a los viejos acuerdos fácticos.
La estrategia no tiene nada de novedoso. En la historia del país se han reiterado clivajes de todo tipo, a partir de los cuales los grandes grupos económicos han acordado sus pactos y repartos. Liberales frente a conservadores, hacendados serranos frente a latifundistas costeños, agroexportadores frente a importadores… Las pugnas, en ciertos momentos ásperas, no han sido ajenas a esta lógica de preservar el poder y, sobre todo, de impedir el surgimiento de un proyecto que afecte las estructuras sociales.
El célebre jurista argentino Roberto Gargarella sostiene que el tercero excluido luego de las guerras de independencia de América Latina fue el radicalismo. Y añade que esta corriente política y doctrinaria sería la base para la posterior construcción de la izquierda en esta parte del mundo.
Frente al pacto de las élites liberales y conservaras para sostener un sistema basado en la hegemonía de la sociedad blanco-mestiza, el radicalismo postulaba una distribución más equitativa de la riqueza, un sistema político más participativo, una relación más estrecha entre representantes y representados, la imposición de límites a la concentración de poder en el Ejecutivo y una mayor descentralización administrativa del Estado. En síntesis, lo que hoy podría considerarse como elementos sustanciales de un proyecto de izquierda.
El pacto entre liberales y conservadores, con excepciones notables como la revolución alfarista, perduró hasta los años 80 del siglo pasado, cuando el colapso del sistema político oligárquico aniquiló a sus partidos emblemáticos. A partir de entonces, el discurso recurrente de las élites ha sido el de reconstruir un esquema centrado en el menor número de partidos posible. La noción de estabilidad desde una lógica conservadora constituye el referente más sobresaliente de esta propuesta.
Hoy, la hegemonía compartida entre el noboísmo y el correísmo podría ser la imagen más cercana a esta ilusión de gobernabilidad. Al margen de las disputas y eventuales escaramuzas con las que deban resolver sus diferencias (no olvidemos que durante el siglo XIX y parte del XX llegaron incluso a las confrontaciones violentas), el objetivo principal es apuntalar un sistema de dominación que neutralice la más mínima posibilidad de transformación radical –valga el término– de la sociedad.
¿Cabe, en estas circunstancias, proponerse un proyecto que establezca una clara distancia con los fundamentos de este pacto entre los grupos de poder? Indudablemente que sí, a pesar de las enormes adversidades y dificultades que toca enfrentar. Los movimientos sociales ecuatorianos han demostrado una iniciativa ejemplar en el contexto latinoamericano. Basta señalar los levantamientos indígenas o la lucha por el Yasuní para confirmarlo.
Marzo 28, 2025
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