Xinjiang, Tíbet, Taiwán: Los frentes territoriales contra China

Por Tadeo Casteglione

La confrontación se desarrolla en múltiples frentes, abarcando disputas territoriales en Xinjiang, Tíbet, Taiwán y Hong Kong. Estas tensiones forman parte de una estrategia más amplia de contención geopolítica, con implicaciones que trascienden lo regional.

Contexto histórico de las relaciones sino-estadounidenses

Las relaciones entre Estados Unidos y China han atravesado diferentes etapas desde el establecimiento de la República Popular China en 1949. Tras décadas de aislamiento, la normalización de relaciones en la década de 1970 abrió paso a un período de cooperación económica que benefició a ambas naciones.

Sin embargo, el ascenso de China como potencia económica y política global durante las últimas décadas ha transformado esta dinámica de cooperación en una de competencia estratégica.

El crecimiento económico sostenido de China, su expansión de influencia global mediante iniciativas como la Franja y la Ruta, y su modernización militar han provocado inquietud en Washington, donde se percibe este desarrollo como un desafío directo a la hegemonía estadounidense establecida tras la Guerra Fría.

Esta percepción ha llevado a Estados Unidos en su rol como hegemonía en declive, a implementar una estrategia multifacética para contener el ascenso del gigante chino.

La guerra comercial como instrumento de presión

La guerra comercial iniciada durante la primera administración Trump y continuada por el gobierno de Biden y ahora retomada nuevamente por Trump, representa uno de los aspectos más visibles de esta confrontación. A través de aranceles, restricciones comerciales y bloqueos tecnológicos, Estados Unidos ha intentado frenar el desarrollo chino en sectores estratégicos.

Las justificaciones para estas medidas suelen centrarse en acusaciones de prácticas comerciales desleales, transferencia forzada de tecnología, subsidios estatales y supuesto espionaje industrial. Sin embargo, desde la perspectiva china, estas acciones representan un intento deliberado de obstaculizar su legítimo desarrollo económico y tecnológico.

La imposición de restricciones a empresas tecnológicas chinas como Huawei, ZTE y otras compañías de semiconductores demuestra cómo esta guerra comercial trasciende los objetivos puramente económicos para convertirse en una batalla por la supremacía tecnológica global.

El control de tecnologías emergentes como la inteligencia artificial, las telecomunicaciones 5G y la computación cuántica se ha convertido en un campo de batalla crítico.

Xinjiang y la narrativa sobre los uigures

La situación en Xinjiang representa un ejemplo paradigmático de cómo las cuestiones de derechos humanos pueden ser instrumentalizadas con fines geopolíticos.

Las acusaciones occidentales sobre supuestas violaciones de derechos humanos contra la población uigur han sido utilizadas como justificación para imponer sanciones y presionar diplomáticamente a China.

Desde la perspectiva china, las políticas implementadas en Xinjiang responden a amenazas genuinas de terrorismo y separatismo. China ha enfrentado ataques terroristas vinculados a grupos extremistas del Turquestán Oriental, algunos de los cuales mantienen conexiones con organizaciones terroristas internacionales como el Daesh y el gobierno de facto de Siria.

Las medidas de seguridad y los programas de formación profesional implementados por el gobierno chino buscan combatir la radicalización y promover el desarrollo económico en una región históricamente desfavorecida.

Es relevante observar que muchos países de mayoría musulmana, incluyendo Arabia Saudita, Pakistán, Egipto y otros miembros de la Organización para la Cooperación Islámica, han expresado su apoyo a las políticas chinas en Xinjiang, contradiciendo la narrativa occidental de una persecución religiosa sistemática.

Esta división internacional sobre la cuestión refleja cómo el tema de Xinjiang se ha convertido en un campo de batalla diplomático entre China y Estados Unidos.

El Tíbet y el Dalai Lama

La cuestión del Tíbet representa otro frente en esta confrontación geopolítica. Las restricciones de acceso a la Región Autónoma del Tíbet para extranjeros, mencionadas en las recientes declaraciones del Secretario de Estado estadounidense Marco Rubio, son presentadas como evidencia de supresión de libertades.

Sin embargo, estas medidas deben contextualizarse dentro de las preocupaciones legítimas de China sobre la seguridad y estabilidad en una región con antecedentes separatistas apoyados desde el exterior.

El apoyo estadounidense al Dalai Lama y a grupos tibetanos en el exilio ha sido interpretado por Pekín como una interferencia directa en sus asuntos internos. Históricamente, la CIA proporcionó apoyo financiero y logístico a rebeldes tibetanos durante la Guerra Fría, un precedente que alimenta las sospechas chinas sobre los verdaderos motivos de la preocupación occidental por el Tíbet.

Las sanciones de visa anunciadas contra funcionarios chinos relacionados con las políticas de acceso al Tíbet ilustran cómo Estados Unidos utiliza instrumentos diplomáticos para presionar a China en cuestiones territoriales sensibles.

La hipocresía percibida por China radica en que, mientras se exige acceso irrestricto al Tíbet para diplomáticos y periodistas estadounidenses, muchas regiones sensibles de Estados Unidos mantienen restricciones similares para visitantes extranjeros.

Taiwán como pieza clave del tablero geopolítico

Taiwán representa quizás el punto más volátil en las relaciones sino-estadounidenses. La isla, gobernada de forma autónoma desde 1949 pero reclamada por Pekín como parte inalienable del territorio chino, se ha convertido en un elemento central de la estrategia estadounidense para contener a China.

Los recientes ejercicios militares del Ejército Popular de Liberación alrededor de Taiwán, representan una respuesta a lo que China percibe como provocaciones estadounidenses, incluyendo visitas de alto nivel, ventas de armas y declaraciones políticas que parecen desafiar el principio de «Una sola China».

Para China, la cuestión de Taiwán no es negociable, pues afecta directamente a su integridad territorial y soberanía nacional. Los ejercicios militares que simulan un bloqueo e incluyen «ataques contra objetivos marítimos y terrestres» envían un mensaje claro tanto a Taipei como a Washington sobre la determinación china de impedir cualquier movimiento hacia la independencia formal de la isla.

Estados Unidos, por su parte, mantiene una política de «ambigüedad estratégica» que le permite vender armas a Taiwán y sugerir que podría defenderla militarmente, sin comprometerse explícitamente a hacerlo. Esta postura permite a Washington utilizar la cuestión de Taiwán como una palanca de presión permanente contra Pekín.

Hong Kong y la soberanía china

La situación en Hong Kong, destacada en las declaraciones del portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino Guo Jiakun, representa otro escenario de confrontación.

Las sanciones estadounidenses contra funcionarios de la Región Administrativa Especial de Hong Kong por la implementación de la Ley de Seguridad Nacional han sido interpretadas por China como una injerencia ilegítima en sus asuntos internos.

Desde la perspectiva china, las medidas implementadas en Hong Kong responden a amenazas reales contra la seguridad nacional y buscan garantizar la estabilidad después de los violentos disturbios de 2019.

El principio de «Un país, dos sistemas» no implica una renuncia a la soberanía china sobre Hong Kong, y Pekín considera legítimo actuar para proteger la integridad territorial del país.

La respuesta estadounidense, que incluye sanciones económicas y restricciones de visa, forma parte del patrón más amplio de utilizar instrumentos económicos y diplomáticos para presionar a China en cuestiones territoriales.

La acusación china de «hipocresía y dobles estándares» refleja la percepción de que Estados Unidos aplica criterios selectivos cuando se trata de cuestiones de soberanía y seguridad nacional.

La dimensión internacional del conflicto

Las tensiones entre Estados Unidos y China han trascendido el ámbito bilateral para convertirse en un factor determinante en la reconfiguración del orden internacional.

La formación de alianzas como AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos) y el fortalecimiento del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad) con Japón, India y Australia representan intentos de crear un contrapeso estratégico a China en el Indo-Pacífico.

China ha respondido profundizando sus relaciones con Rusia y fortaleciendo iniciativas multilaterales como la Organización de Cooperación de Shanghái y los BRICS. Esta dinámica de bloques recuerda a la Guerra Fría, aunque con una interdependencia económica mucho mayor entre los actores enfrentados.

En África, Latinoamérica y el Sudeste Asiático, ambas potencias compiten por influencia a través de inversiones, préstamos y proyectos de infraestructura. La iniciativa china de la Franja y la Ruta ha sido contrarrestada por iniciativas estadounidenses como «Build Back Better World» (B3W) y la «Estrategia de Indo-Pacífico Libre y Abierto».

La guerra informativa y narrativa

Un componente crucial de este conflicto multidimensional es la batalla por la narrativa global. Estados Unidos y sus aliados han desarrollado campañas mediáticas que presentan a China como una amenaza a la democracia, los derechos humanos y el orden internacional basado en reglas.

Las acusaciones sobre Xinjiang, Hong Kong, Tíbet y Taiwán forman parte de esta estrategia narrativa que busca aislar diplomáticamente a China.

China, por su parte, ha intensificado sus esfuerzos de diplomacia pública y comunicación estratégica para contrarrestar esta narrativa, presentándose como un defensor del multilateralismo, la soberanía nacional y un nuevo modelo de relaciones internacionales basado en el beneficio mutuo.

La defensa férrea de sus intereses territoriales y de seguridad se enmarca en esta contra-narrativa, que enfatiza la hipocresía percibida en las políticas estadounidenses.

La acusación china de que Estados Unidos utiliza una «jurisdicción de brazo largo» refleja la preocupación por la extraterritorialidad de las leyes estadounidenses, que permiten sancionar a entidades y personas en todo el mundo. Esta práctica es vista como una forma de imperialismo jurídico que socava la soberanía de otros estados.

Las implicaciones económicas y estratégicas

El conflicto entre Estados Unidos y China tiene profundas implicaciones para la economía global. La fragmentación de las cadenas de suministro, la restricción de transferencias tecnológicas y la creación de bloques económicos parcialmente desacoplados podrían revertir décadas de globalización económica.

Para muchos países, especialmente en el Sur Global, esta situación plantea difíciles dilemas estratégicos, pues se ven presionados a tomar partido en disputas que prefieren evitar.

Economías como las del Sudeste Asiático, con fuertes vínculos comerciales con China pero dependientes de la seguridad proporcionada por Estados Unidos, se encuentran particularmente expuestas a estas tensiones.

La competencia tecnológica, centrada en áreas como la inteligencia artificial, los semiconductores avanzados, la computación cuántica y las tecnologías espaciales, podría resultar en una bifurcación del ecosistema digital global, con estándares, protocolos y sistemas operativos distintos para cada bloque geopolítico.

Perspectivas a tener en cuenta

El conflicto multidimensional entre Estados Unidos y China constituye uno de los factores determinantes en la configuración del sistema internacional del siglo XXI. Las tensiones en torno a Xinjiang, Tíbet, Taiwán y Hong Kong, junto con la guerra comercial y tecnológica, forman parte de una confrontación más amplia por el poder y la influencia global.

China percibe las acciones estadounidenses como un intento sistemático de contener su legítimo ascenso y dividirla internamente mediante la explotación de cuestiones territoriales sensibles.

La firme oposición de Pekín a lo que considera injerencias externas en sus asuntos internos, expresada en las declaraciones citadas, refleja esta percepción de amenaza.

La hegemonía de Estados Unidos no se basa en la defensa del orden internacional o de los valores democráticos, sino en la imposición de sus intereses para mantener su dominio global, aun cuando esto signifique socavar la estabilidad de otras naciones.

Las sanciones y restricciones contra China, justificadas bajo argumentos de derechos humanos y competencia económica desleal, forman parte de una estrategia más amplia de contención y presión para obstaculizar el ascenso de cualquier potencia que desafíe su supremacía.

El mundo se encuentra en una encrucijada donde la hegemonía estadounidense, lejos de garantizar estabilidad, alimenta conflictos y tensiones en un intento desesperado por preservar su influencia.

Sin embargo, el avance de un mundo multipolar es irreversible. La verdadera solución a este conflicto no radica en una coexistencia basada en concesiones unilaterales, sino en el reconocimiento de una nueva realidad global donde las naciones emergentes reclaman su lugar sin estar sometidas a dictados externos.

Hasta que esta transformación se consolide, la competencia entre China y Estados Unidos seguirá intensificándose en los ámbitos económico, tecnológico y geopolítico. Lo que está en juego no es solo la relación entre dos potencias, sino la redefinición del orden mundial y la posibilidad de un futuro menos condicionado por los intereses hegemónicos de una sola nación.

*Tadeo Casteglione, Experto en Relaciones Internacionales y Experto en Análisis de Conflictos Internacionales, Diplomado en Geopolítica por la ESADE, Diplomado en Historia de Rusia y Geografía histórica rusa por la Universidad Estatal de Tomsk. Miembro del equipo de PIA Global.

Foto de la portada: AFP/Getty Images

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