Europa huérfana del Tío Sam

La crisis de la potencia hegemónica estadounidense obliga a los europeos, en medio de un colapso nervioso, a pensar por sí mismos. Rearme sin una dirección común, reticencia a combatir y fracturas internas: el Viejo Continente no podrá sustituir la disuasión estadounidense.

Por Lucio CARACCIOLO

Traducción: Decio Machado

Nuestro destino depende de la capacidad de esta diversa compañía para afrontar los desafíos que amenazan nuestra paz desde el 24 de febrero de 2022. La condición previa es abandonar las ilusiones y la retórica que nos impiden ver el continente euroatlántico como lo que es: una brillante invención estadounidense gracias a la cual hemos disfrutado de ochenta años de paz.

La paz se ve hoy puesta en duda por la profunda crisis de un Estados Unidos cansado del imperio, por la invasión rusa de Ucrania apoyada por la China neoimperial y por el resurgimiento de las antiguas fallas intraeuropeas que estuvieron en el origen de las guerras que han asolado el continente durante todos los siglos anteriores.

En el análisis de George Friedman, un influyente estratega de las estrellas: «La ficción de Europa es una idea impuesta al continente por los estadounidenses. La verdad es que Europa no existe. Es solo un lugar donde los países pequeños cultivan mutuamente malos recuerdos. Quizás la pregunta más importante hoy en día sea si Europa seguirá siendo la que inventó Estados Unidos o regresará a su condición tradicional y natural: pequeñas naciones que solo tienen en común el miedo mutuo».

Ciertamente no podemos esperar que los estadounidenses nos salven. Con Trump o sin Trump, lo único que piensan es en recuperarse para evitar que China los supere. En cuanto a Rusia, desde la perspectiva de Washington, su modesto desempeño en Ucrania muestra que ya no es una amenaza estratégica. La razón que empujó al Tío Sam a ponerse de nuestro lado, es decir, el riesgo de que termináramos bajo el control de Moscú y, por tanto, contra Estados Unidos, ya no existe. Sin embargo, existe la posibilidad de que la Federación Rusa termine bajo el control de China y se convierta en una enorme reserva de recursos energéticos, alimentarios y territoriales (véase Siberia y la costa ártica).

Una crisis nerviosa se está extendiendo por la Europa atlántica. Muchos euroatlantistas, especialmente escandinavos, polacos y bálticos, temen que tarde o temprano Putin intente invadirlos. Puede que los rusos no regresen a París (Alejandro I en 1814) ni siquiera a Berlín (Stalin en 1945), pero querrán crear un puesto avanzado imperial en el noreste de Europa.

Sea realista o no este peligro, el principio de precaución nos exige responder a la pregunta: si el paraguas estadounidense ya no se abre, ¿con qué lo reemplazaremos? La triste realidad es que no hay nada comparable. Nos esperan años, quizá décadas, de vida peligrosa. La esperanza es que Rusia no sea capaz, cualesquiera que sean sus intenciones, de regresar al corazón del Viejo Continente, y mucho menos de gobernarlo. Y que una forma de coexistencia paneuropea pueda restablecerse en el contexto de un nuevo equilibrio en el triángulo de grandes potencias: Estados Unidos, China y –marginalmente– Rusia. Mientras tanto, la actual agitación geoestratégica ya ha producido una carrera armamentista altamente asimétrica en todos los países europeos de la OTAN. No estamos en una economía de guerra, pero esa parece ser la dirección en la que vamos. Lo que importa es la adquisición y/o producción de armas por parte de los estados europeos, sin ningún orden particular. Esto conduce también a la reconversión de las industrias civiles a la producción militar, o al menos a una producción dual, en la que la etiqueta de civil embellece el carácter bélico subyacente.

Mientras tanto, Merz anuncia que la Bundeswehr, hasta ahora una “agresiva banda de campistas” en la jerga militar británica, pronto será el ejército más poderoso de Europa. Una noticia que en otro tiempo habría hecho sonar las alarmas en Francia y más allá. Las sirenas ya no suenan, pero escalofríos recorren la espalda de varios europeos.

La disuasión no proviene tanto de las capacidades militares como de la voluntad/capacidad de luchar. Las encuestas muestran que en Europa, especialmente en Europa Occidental, la gran mayoría de los jóvenes no están dispuestos a sacrificarse por su país. Además, el aumento vertical de la edad media en el área de la OTAN (45 años), con pico en Italia (casi 49), se refleja en el instrumento militar, limitando su eficacia y credibilidad. Mientras esperan a los soldados robot, se espera que grandes grupos de personas de cuarenta años se dirijan al frente. Y Ucrania confirma que las tecnologías son esenciales, pero no pueden prescindir de los hombres en armas.

El pasado febrero, el vicepresidente más activo de la historia de Estados Unidos, J.D. Vance, vino a Múnich para advertirnos de que los peligros para la seguridad europea no vienen de Rusia o China, sino “de dentro”. Traducción: Os dimos ochenta años de paz, tratad de no volver a dispararos unos a otros. ¿Por qué no desembarcaríamos en Normandía?

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