Los tres factores del retroceso democrático: desinformación, polarización y autocratización

El mundo se reconfigura en torno a China, Rusia y EE. UU., con una UE relegada y una democracia global en retroceso. Según el sociólogo y primer catedrático Príncipe de Asturias Jesús M. De Miguel, este declive se refleja en el endurecimiento de los regímenes autoritarios y el avance de liderazgos autocráticos, alimentados por la desinformación y una polarización que reemplaza el debate por la confrontación.

 Por Jesús M. De Miguel
La Historia está cambiando delante de nuestros ojos. Luego se lo podremos contar a nuestros nietos/as. El nuevo orden se perfila en tres centros: China, Rusia, y EE. UU. La Unión Europea es crecientemente «un espectador», al estilo de don José Ortega y Gasset.

El problema es que poco se puede esperar de Rusia y de China en el ámbito del progreso democrático. Según el informe más reciente del V-Dem Institute sueco (marzo 2025), Rusia tiene un 6% de democracia, y China un 4%. Sic, «por ciento» en el índice de democracia. EE. UU. en 2024 —es decir, en tiempos del presidente Biden— tenía un 75% de democracia. Actualmente, con el giro autoritario y errático de Trump, es posible que su democracia se esté desplomando. Estos números no son estrictamente porcentajes, pero el índice de democracia varía entre un mínimo de 1% en Corea del Norte y un 88% en Dinamarca. Los países escandinavos consiguen algunos de los más democráticos: Suecia y Noruega con el 84%, o Finlandia con el 80% de democracia. Los países de la Europa occidental se sitúan un poco más abajo en niveles democráticos, pero solo un poco menos: Francia 80%, Alemania 79%, Reino Unido 75%, incluso España, con un estimable 74% de democracia. Todos estos países son democracias establecidas.

Si el poder mundial se centra en Rusia y China, que son ambos regímenes totalitarios con un mínimo de democracia, poco se puede esperar de la evolución democrática del mundo. En realidad, los estudios demuestran que la democracia está en retroceso en el planeta. De la tríada Rusia-China-EE. UU. solo sería posible confiar en la influencia regeneradora de EE. UU. Pero la situación actual es nefasta. Como dicen algunos medios hoy: «Putin está tomándole el pelo a Trump». Aunque solo queda por confiar en que en el futuro se restablezca la influencia democratizadora de EE. UU.

Se evidencia un retroceso de la democracia en el mundo. Pero este retroceso incluye dos procesos. Por un lado, los países democráticos —no todos, pero sí bastantes— disminuyen su índice de democracia, y encuentran problemas políticos diversos. No tanto los veintinueve países más democráticos del mundo, sino las llamadas «democracias electorales». El problema es que los países no muy democráticos, e incluso los híbridos, tienden a celebrar elecciones generales, que no son libres ni limpias. Los regímenes autoritarios y algunos totalitarios, se enmascaran con simulacros de elecciones, y llamadas repetidas a su «democracia».

El segundo proceso es que los países autocráticos (autoritarios y totalitarios) lo son cada vez más. Recientemente, acentúan la falta de libertades, la represión, y la eliminación de cualquier oposición dentro del país. Todo con el objetivo de permanecer en el poder. Así, los países democráticos son cada vez menos democráticos, y los autocráticos cada vez más represivos. La combinación es la peor posible.

El año pasado (2024) hubo elecciones en muchos países del mundo. La población votó en sesenta y un países, lo que representa 3.800 millones de personas acudiendo a las urnas. Pero los resultados apenas han cambiado la situación. Fue una ocasión perdida. Solo once países cambiaron de trayectoria (es decir, el 18% de los países con elecciones), pero de los que cambiaron el 64% empeoraron. Se produjo un incremento sensible de la violencia política en el 23% de los países con elecciones. Los líderes autoritarios incrementaron la represión política para retener el poder. Rusia, por ejemplo, exageró su deterioro. La polarización política se incrementó sensiblemente en el 15% de estos países con elecciones. Hubo incluso niveles tóxicos de polarización política (por ejemplo, en EE. UU.).

¿Qué factores impulsan estas tendencias antidemocráticas?  Son tres: la desinformación, la polarización política, y la autocratización de los regímenes. Estos tres factores se refuerzan entre ellos, incluso no sobreviven aislados. Los tres factores ocurren a menudo juntos. Lo importante no es especular en la nube, sino tener estadísticas, analizar la realidad sociológica con los numerosos datos que existen actualmente sobre el caso de España. Es necesario, además, analizar el malestar latente de la población. La política es una lógica.

Desinformación

La intoxicación informativa siempre ha existido. Pero actualmente es desmesurada. La desinformación es un proceso esencial en la política española, ejercida por los partidos políticos, y también a través de los medios, y las redes sociales. Es una estrategia para conseguir votos cautivos. Se habla insistentemente de bulos, de desinformación, incluso de fake news, o de simples mentiras. Así el bulo es una información falsa, creada a propósito y de tal manera que sea percibida como verdadera, a fin de ser divulgada masivamente a través de medios de comunicación escritos, audiovisuales y digitales usando internet, así como las redes sociales, correo electrónico, o mensajería instantánea. En la actualidad se ponen de moda los programas de detección de bulos y mentiras. Se tiende a creer —y difundir la idea— de que el papel de las redes sociales y los medios de comunicación son negativos.

La política se basa en procesos de cooperación y conflicto. El disenso y la desinformación suelen ocultar que también hay mucha cooperación. Esta es la hipótesis singular de un libro excepcional sobre España, titulado La teatralización de la política en España: Broncas, trifulcas, algaradas (Madrid: Catarata, 2024), 190 pp., investigado por el catedrático de sociología política de Madrid, Xavier Coller. La paradoja del conflicto-cooperación supone una teatralización excesiva, que incluye la escenificación del conflicto de varias maneras, tanto en el Parlamento (Congreso y Senado) como en las redes sociales. Coller habla así de «broncas, trifulcas, algaradas habituales, insultos, acusaciones, gestos obscenos, insidias, exabruptos, aspavientos, ofensas, abucheos, zascas, gritos, desprecios, burlas, incluso amenazas o violencia simbólica». A lo mejor es que los/as españoles somos muy pasionales. Pero Coller reconoce que todo ello tiene efectos nefastos sobre la democracia. En cualquier caso, el libro —lleno de datos— es un texto inapreciable para entender la crispación política.

Hasta aquí no he escrito sobre el humor. Pero muchos contenidos de desinformación, lo que incluyen son chistes, humor, mensajes machistas y sexistas, comunicaciones de odio risible, mucho racismo, y pornografía. No sé si esto es muy español. Quizás. Si luego se critica porque son contenidos sexistas o misóginos, a menudo edadistas, o simplemente racistas, se contesta que son chistes, y que, por lo tanto, no son responsables. Es curiosa esta relación entre humor y odio; muy freudiana.

Polarización política

La polarización deriva del proceso de identificación o adscripción con identidades básicas. Es lo que a menudo se denomina mega-identidades. Es más importante la adscripción afectiva que la ideológica. Es básico el odio (o la animosidad en contra) más que el amor. Incluye, pues, sentimientos positivos, pero sobre todo los negativos. La polarización política es actualmente muy alta en España, y reduce y deteriora la democracia. La polarización actual es un sentimiento, y así se relaciona sobre todo con la identidad; y con el impulso colectivo de que «hay que ganar». No suele incluir un pensamiento crítico. Lo importante es negar la legitimidad de los/as oponentes.

Pero los extremos políticos no suman tantos votos. Así que la polarización no se explica necesariamente por ideologías extremas (de izquierda y de derecha) sino por la animosidad del conjunto de la sociedad. La población se polariza; las élites se crispan; la economía se acatarra. Un libro esencial sobre la polarización política es el del catedrático de ciencia política (de la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona) Mariano Torcal, De votantes a hooligans: La polarización política en España (Madrid: Catarata, 2023), 254 pp. Tanto el libro de Torcal, como el de Coller incluyen prólogos excelentes de Ignacio Sánchez-Cuenca, catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid. Torcal —actualmente profesor universitario en Colorado (EE. UU.)— se pregunta ¿de dónde procede tanto apasionamiento y tantas ganas de tener razón a toda costa? Para contestar con datos, Torcal define lo que denomina «la polarización afectiva». Generamos odios y fobias contra ciertos partidos e ideologías, más que lealtades a nuestro propio partido. Estos procesos reducen la confianza en las instituciones democráticas, e incluso la valoración positiva de la democracia.

El libro de Mariano Torcal es indispensable para entender el caso español contemporáneo. El término hooligans —ya admitido en español— se refiere a los hinchas británicos de comportamiento violento y agresivo. Esos hooligans producen disturbios, y realizan actos vandálicos. En España son más ligeros: rezan el rosario, ondean banderas preconstitucionales, y cantan a coro el Cara al Sol (el himno de la Falange Española y de las JONS, de creación joseantoniana, sobre una música de 1935, que luego se convierte en himno oficial franquista).

La política es emocional (hay que ganar votos) y por eso tiende a la polarización. Pero la polarización exagerada convierte a sus actores en prisioneros de sus propias estrategias y de la polarización creada. A menudo algunos partidos políticos pueden ser cautivos de su propia retórica. A su vez, la sociedad civil (id est, la población) no crea tampoco consenso. Incluso los/as influencers tienden a intercalar mensajes políticos (o sociales). Parece que en España hemos llegado ya al techo de la polarización política. ¿O esto es simple wishful thinking?

Una contradicción —que no sabemos explicar— es que los/as jóvenes parecen ser menos polarizados. Quizás porque no están tan interesados en la política. O viceversa. Los/as jóvenes buscan soluciones para temas personales, es decir, prescripciones. La sociedad civil española es relativamente pasiva. Pero en ocasiones sabe resistir y rebelarse.

Autocratización

Solo un 7% de la población española confía en los partidos políticos. Pero la población es básicamente europeísta. El factor adicional indispensable es el autoritarismo de quien ostenta el poder, y quiere permanecer en ese mismo poder. Lleva a menudo a situaciones de violencia, a la represión de la población, y desde luego a la anulación de la oposición. A menudo con la cárcel, la inhabilitación, el destierro, o el asesinato. En algunos casos (más de los que creemos) es una eliminación total, es decir, de muerte. Incluso se mata al mensajero (a los/as periodistas). Se ataca la libertad de expresión, y sobre todo a los medios de comunicación que no son afines al poder. En algunos casos (por ejemplo Trump) se comunica a través de redes sociales más o menos fieles o propias. Utiliza casi exclusivamente el canal de televisión Fox, de ultraderecha.

En España, todavía, se considera la educación de la población como adoctrinamiento. Los autócratas no introducen una asignatura en el sistema educativo sobre democracia ni sobre constitución. Aunque en tiempos de Franco sí existía una asignatura denominada de Formación del Espíritu Nacional: una tesoro de ideologías.

Lo típico del autocratismo es reducir la libertad de expresión. Trata de regular el ciclo político, no introduciendo alternativas… incluso eliminándolas. Así se habla de elementos reguladores dentro de un país, o en la Unión Europea. También está de moda la idea de «cordón sanitario» referido a la exclusión de ciertas ideologías o partidos políticos. Pero la regulación suele ser opuesta a la innovación.

El catedrático de ciencia política de la Universidad Carlos III —Ignacio Sánchez-Cuenca— resume bien estos factores en España, cuando afirma sabiamente:

«En el Parlamento español, la retórica es más brutal y trata de hacer mella en la persona con descalificaciones durísimas, con frecuencia cargadas de desprecio o displicencia. Son como golpes sordos y secos destinados a erosionar cuanto sea posible la legitimidad y el crédito del rival. El estilo de confrontación es muy bronco en nuestro país, se premia más la contundencia que la sutileza, se prefiere el sarcasmo a la ironía».

La crítica más profunda es el cuestionamiento de la legitimidad del adversario. Este es el objetivo de los tres factores de retroceso democrático, o incluso de antidemocracia.

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