Por: Napoleón Saltos
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l tiempo en la política se ha modificado. En la macropolítica, en los tiempos largos, los ciclos reducen el espacio de las decisiones autónomas. En la micropolítica, en la coyuntura, es el propio tiempo el que se comprime. La sensación es una acumulación de problemas que se superponen sin encontrar salidas. Esta sensación es más acuciante por la inmediatez de la información a través de las redes virtuales y por la debilidad de los liderazgos institucionales y sociales.
Después del período de espera concedido al Gobierno de Lenin Moreno hasta la Consulta del 4 de febrero, bajo el consenso de enfrentar la herencia de la administración de Rafael Correa, se han desatado diversos procesos.
La crisis económica empieza a agotar la puerta del endeudamiento externo, mientras la respuesta del Ejecutivo se mueve entre la inercia del modelo heredado, en torno a las alianzas público-privadas, y la anuencia a los postulados de la Cámaras empresariales, con medidas fiscalistas y de retorno al recetario neoliberal, sin que se presenten propuesta de reactivación productiva.
La lucha contra la corrupción continúa en el limbo; después de las medidas iniciales, hasta la condena y la cárcel a Glas, ha entrado en un pantano de negociaciones, acusaciones, amenazas y chantajes; mientras se espera el cambio de los organismos de control.
El conflicto en la Frontera Norte encuentra al país sin una estrategia propia, y con instituciones, incluidas las Fuerzas Armadas, debilitadas.
El poder se mueve en falsas dicotomías. En lo económico estamos ante dos modelos fracasados: el modelo “progresista” y el modelo “neoliberal”, como únicos horizontes de salida. Desde abajo, desde la sociedad hay voces parciales y semillas, pero no se presenta una propuesta, una visión contrahegemónica.
En la Frontera Norte, se bifurcan los caminos entre una estrategia guerrerista y una estrategia de paz. Ante la amenaza, la inseguridad y la incertidumbre, se levantan las voces que presentan la respuesta de guerra, el retorno de la asesoría-dirección norteamericana sobre la guerra asimétrica contra el narco-terrorismo, el retorno de la Base de Manta, como la salida. Tenemos al frente el espejo de esta estrategia, en Colombia. Después de 29 años de aplicación del Plan Colombia, la inversión de 1.7 billones de dólares, la instalación de 7 bases militares norteamericanas, el fracaso es comprobable: de las 160 mil toneladas de coca en 1999, cuando empezó el Plan Colombia, se ha bajado a 148 mil; lo que se ha modificado es la geografía de la droga, con expansión hacia la frontera Sur.
En nuestro país, enfrentamos un problema complejo, geopolítico, la presencia del capital transnacional criminal, las disputas de los carteles globales de la droga, los influjos de las políticas internas, los abandonos de los Estados a ambos lados de la frontera, la indefensión de las sociedades y de la gente. Guacho es apenas una pieza, una figura agrandada para justificar la guerra contra el narco-terrorismo, como puntal de la estrategia de dominio de los pueblos. El reto es impulsar una estrategia integral, con una nueva presencia del Estado y la recomposición del tejido social.
Todavía hay pocas luces de esperanza. Todavía es el tiempo del duelo por los tres comunicadores sacrificados, por los cuatro soldados caídos, por los dos ciudadanos apresados.
En lo institucional las miradas están centradas en el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social de Transición. La Consulta del 4 de febrero le asignó un poder especial, constituyente en su campo, para poder evaluar y cambiar los organismos de control. Desde la sociedad hay la exigencia de QUE SE VAYAN TODOS los corruptos. Esta alianza puede abrir las puertas a una reinstitucionalización de la democracia, la DEMOS-KRACIA con participación ciudadana.
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Original de: Revista Lluqui Left
Créditos de la imagen:
• fotografía frontera está licenciada como CC BY 4.0, creative commons
Créditos de la imagen destacada:
• fotografía frontera está licenciada como CC BY 4.0, creative commons
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