Reproducimos a continuación un análisis del Comité Editorial del diario New York Times sobre la importancia de los testeos masivos para el coronavirus. Si bien se trata de uno de los principales diarios del imperialismo estadounidense, el artículo se basa en toda la experiencia científica que se está debatiendo en el mundo por la pandemia. Más allá de las enormes diferencias que claramente tenemos con el New York Times, la información aquí vertida hecha luz sobre las falencias de la política oficial, tanto en EE. UU. como en Argentina, para contener la crisis.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), desde hace semanas, ha estado haciendo una advertencia enfática a los países de todo el mundo: El distanciamiento social es crucial para detener la propagación del coronavirus, pero es sólo la mitad de la ecuación. Para suprimir y controlar una pandemia de esta magnitud, los países también deben encontrar y aislar a todas las personas infectadas por el COVID-19 – incluyendo a aquellos con casos leves de la enfermedad que no se presentan en los consultorios médicos o en los hospitales.
Sin embargo, durante el mismo tiempo, los funcionarios de Estados Unidos han dicho algo muy diferente: si sospechas que estás infectado, quédate en casa. Incluso aquellos que conviven con alguien que se enfrenta a un mayor riesgo de enfermarse gravemente o morir a causa de la infección, fueron desalentados de buscar pruebas a menos que tengan dificultades para respirar.
Hay razones válidas, aunque desalentadoras, para esta orientación. Una serie de fracasos en la Casa Blanca, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés) y la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA por sus siglas en inglés) provocaron severos retrasos en la difusión de las pruebas de diagnóstico del coronavirus en el país. Los mismos fracasos sembraron confusión sobre dónde y cómo obtener las pruebas y han obligado a los médicos a tomar decisiones difíciles sobre cómo racionar las que están disponibles.
Pero no hay duda de que el enfoque de la OMS funciona mejor. Todas las regiones que lograron controlar un brote de coronavirus tuvieron éxito gracias a una combinación de distanciamiento social y esfuerzos agresivos para realizar pruebas al mayor número de personas posible. Corea del Sur, por ejemplo, ha realizado pruebas a unas 274.000 personas desde febrero. Estados Unidos hizo sólo 82.000, la gran mayoría de ellas en las últimas semanas.
Las pruebas epidemiológicas -en las que se identifican los contactos de las personas infectadas, se las testea y se aíslan según sea necesario- es la única manera de romper completamente las cadenas de transmisión, dice Adhanom Ghebreyesus Tedros, jefe de la OMS. Sin ellas, el virus volverá a surgir tan pronto como se relajen las pautas de distanciamiento social.
Los funcionarios estadounidenses no han asimilado esa lección. Incluso cuando algunas ciudades y estados entran en una fase de propagación exponencial, con el número de casos confirmados duplicándose cada pocos días, el distanciamiento social aún no se practica junto con la epidemiología básica que se necesita. No se le dio prioridad al rastreo de contactos, es decir, a la práctica de identificar y realizar pruebas a todas las personas con las que una persona infectada entró en contacto después de que ella misma contrajera el virus. Casi no se están realizando esfuerzos para desarrollar la infraestructura para poner en cuarentena a los expuestos o aislar a los infectados fuera de sus hogares, lejos de sus familias. En algunos lugares, a medida que aumentan los casos, se aconseja a los médicos que creen que han estado expuestos que sigan trabajando.
Lo peor de todo es que las pruebas generalizadas, que son la base tanto de la atención clínica como de los esfuerzos de contención más amplios, tuvieron una demora desastrosa hasta ser implementadas. El Presidente Trump y su equipo aseguraron reiteradamente al país que decenas de miles de pruebas estarán disponibles en lugares convenientes en todo el territorio nacional. Pero los informes de los medios de comunicación dejan claro que aún reina la confusión: Puede tomar días y decenas de llamadas telefónicas acceder a una prueba – al menos si no juegas al basquetbol profesional o eres una estrella de cine – y aún así toma al menos unos días obtener los resultados. En algunos casos, eso se debe a los atrasos; en otros, a la escasez.
El alucinante fracaso del gobierno nacional ha engendrado una apatía tan virulenta como la de cualquier microbio. Con los brotes de coronavirus en los estados de Nueva York y Washington entrando en su segundo mes, algunos expertos renunciaron casi por completo a las pruebas, diciendo que el virus probablemente se ha propagado más allá de nuestra capacidad para contenerlo. Basándose en esa lógica, se está aconsejando a las personas que se sabe que han estado expuestas que se aíslen en casa, pero no se les están haciendo pruebas para determinar si representan un riesgo para quienes comparten sus casas o sus familiares, ni se les está vigilando para detectar síntomas de manera consistente o significativa. También significa que los que tienen inmunidad no pueden saberlo, y por lo tanto tampoco pueden saber que están en condiciones de ayudar con seguridad a los que están en alto riesgo.
En China, cuando las autoridades se dieron cuenta de que alrededor del 80 por ciento de los casos de COVID-19 implicaban a personas infectadas que transmitían el virus a sus familiares, el gobierno construyó unidades de aislamiento a gran escala donde esas personas podían ser atendidas a una distancia segura de sus seres queridos. En Corea del Sur, cuando un brote temprano se vinculó a una gran iglesia, los trabajadores de la salud comenzaron a rastrear los contactos de más de 200.000 miembros de esa iglesia. Pusieron en cuarentena a todas las personas que estuvieron expuestas, las vigilaron y enviaron a todos los que se volvieron sintomáticos a un centro de aislamiento.
En Estados Unidos, ni siquiera se vislumbran tales esfuerzos.
Es cierto que las pruebas no son la panacea. Cuando las personas se aventuran a salir para una prueba, se arriesgan a ser infectados por alguien más – o a infectar a otros. Pero otros países han logrado mitigar esos riesgos, y no hay razón para que Estados Unidos no puedan hacerlo también.
Por ejemplo, los líderes deberían aumentar drásticamente el número de sitios de pruebas drive-through, que ayuden a minimizar la exposición a otros. Los epidemiólogos también sugieren que se agilice el rastreo de contactos mediante el traslado de los trabajadores sanitarios que han estado examinando a los pasajeros en los aeropuertos a las comunidades que luchan contra brotes activos. La utilización de capacidades de rastreo de teléfonos celulares, como ya lo está haciendo Israel, también podría ayudar, aunque las preocupaciones por la privacidad serían sustanciales y habría que establecer protecciones adecuadas.
Ninguna de estas medidas será barata o fácil de aplicar, pero tampoco lo son las tácticas que los funcionarios están desplegando. El escenario alternativo, en el que EEUU mantiene este status quo, será cuando menos devastador.
*Publicado originalmente en inglés en The New York Times
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