La pandemia acuciante y el espíritu del protestantismo en Guayaquil

Por: Javier Pérez.

No, Guayaquil no es una ciudad protestante, sino de amplia confesión católica no practicante. Sin embargo, algunas de sus dinámicas invitan a pensar que socialmente profesa una ferviente doctrina luterana cuando la lucha contra la epidemia COVID-19 se deja en manos de la fe. No solamente se contempla este abandono  durante el coronavirus, muy habitualmente domina una idea, por la cual, la vida pública está determinada por la Providencia. Eso, a día de hoy, se pronuncia ante la propagación del virus; y muchas personas se resignan, mientras las iglesias (católica y evangélicas) y el Municipio llaman a la oración.

El dogma reformista rechazaba la posibilidad de que el ser humano, condenado por su pecado original, gozara de libre albedrío, quedando, por tanto, predestinado a pecar salvo voluntad de Dios. Trasladado a la vida cotidiana ese evangelismo induce a eludir la responsabilidad sobre el acontecer social, no habría nada que pudiéramos hacer para cambiar las cosas. Por su parte, el catolicismo (contrarreforma escolástica mediante), en su deseo de conciliar omnipotencia divina y libertad humana, presentaría otra cara frente a la vida y la enfermedad. De ahí que en algunos países de cuño católico, pese a su gran secularización (y diría) e imitación del modelo cultural anglosajón solipsista, se duelan por la pobreza y, al no proveer asistencia a los necesitados, sientan un fracaso colectivo. Ese dolor ha promovido históricamente una caridad para mitigar el padecimiento, aunque esta perspectiva, muchas veces, haya infantilizando a los individuos y, en su versión  aberrante y paternalista, se haya transformado en un delirante apego al malogrado ‘Estado de bienestar’.

Una u otra creencia no explican nada por sí solas, pues no estoy convencido que la ortodoxia católica, actualmente, se muestre tan diferente a la evangélica. Ese espíritu, tampoco explicaría la indolencia institucional –regional y estatal–, la supresión de la sociedad civil para su propia solidaridad o apoyo mutuo, el olvido de un asociacionismo gremial o de afinidad o, en esta coyuntura, la escasez de equipos sanitarios o emergencia. Otras tantas explicaciones a la crisis, más probablemente, se hallarán a nivel planetario (especialmente en las sociedades más desarrolladas y secularizadas) dado un modelo decadente de sociedades urbanas y modernas cuyo individuo es cada vez más débil psíquica e inmunológicamente. Una vez propagado el virus deliberadamente contra miles de ancianos, el principal problema de nuestra época es el demográfico, que, a su vez, reúne varias causas para la falta de vitalidad y deseo de vivir: la caída de la fertilidad y, por tanto, la falta de niños y alegría, la degradación erótica (mediada la estigmatización heterosexual), el empeoramiento de la salud por la medicación, los fármacos o los trastornos alimenticios, la contaminación, el alcoholismo, la droga, la depresión o la ansiedad, la soledad, etc. En general, un sujeto degradado y una sociedad enferma que se derrumbaría ante parecidos episodios de pandemia. ¿Quién iba a augurar que el paradigma de progreso y certidumbre de sociedades hiper-dirigidas se iba a desplomar en tan corto periodo de tiempo?

Previa a tal desintegración habrá quien prefiera contemplar estrategias para responder en un futuro, haciendo de su voluntad el cambio. De acuerdo a ello, parece una gran oportunidad para distinguir los cimientos de la conciencia social que, a golpe de miedos, se han apuntalando por décadas a orillas del río Guayas. Esta metrópolis –con importante afluencia del comercio portuario y con numerosos atractivos– ostenta un modelo urbano controvertido, hostil y desigual, acelerado con furor por el Partido Social Cristiano. Unos contrastes que se descubren de una calle a otra, donde la mendicidad, a menudo elegida, vaga entre los bancos de la zona financiera. En definitiva, gentes de toda cuna y condición que aspiran a muy diversos horizontes materiales y culturales: muchos… a un plato de arroz diario, otros… a ver su ciudad convertida en ‘la Miami del Pacífico’.

Hoy por hoy, es propiamente una ciudad clasista, bulliciosa y, como tantas, tiene demasiados carros, puede que muchos necesarios por el limitado servicio de transporte público y por las grandes dificultades para caminar sin la amenaza o el trajín del tráfico. Los dos malecones (2000 y del Salado), las Peñas y Puerto Santana son algunos de los recorridos que se prestan para pasear. Los domingos suele ser el día más conveniente para andar por donde otros días resulta más estresante o arriesgado. Esas tardes, antes de oscurecer en el Parque Centenario, las gentes descansan del calor del mediodía buscando el frescor que sus enormes árboles desprenden. Entonces, pastores improvisados aprovechan a arrojar la ira del Señor a grito de ‘parlante’: “¡La gente prefiere –aleluya– comprar el favor de Dios antes que arrepentirse…!”.

Todavía más miedo, terreno fértil para la doctrina “de choque” fundamentalista, asumir el pecado sin esperar, por contra, la salvación por las buenas obras. Coincide que, en el año del bicentenario de la ciudad, se descubren sus vergüenzas de forma dramática. Cientos de enfermos que no encuentran atención. O fallecidos cuyos cuerpos embalados se descomponen, a veces en las calles, mientras sus familiares esperan turno de funeraria. Principalmente, esos cadáveres en las veredas han causado sensación internacionalmente; cuando no se habla de otra cosa, esas imágenes han sido el mejor objeto de los medios amarillistas y de la adicción morbosa por las redes sociales. Por su parte, han encogido el ánimo de miles de ecuatorianos y han causado pavor a otros tantos guayaquileños, lo que, acaso, cuestionaría el argumento de desafección generalizada. Para muchas familias, la despedida de los seres queridos no ha sido tan digna como hubieran deseado, pues muchos difuntos fueron enterrados directamente sin ataúd. Si cabe, la demanda de féretros hace predecir que la cantidad de fallecimientos pudiera ser bastante más alta que la indicada por las cifras oficiales (165 fallecidos a 11 de abril en la provincia del Guayas según la Secretaría de Gestión de Riesgos).

En unas semanas, volverá ‘la normalidad’, es decir, volveremos al Guayaquil agitado y palpitante, aunque sobradamente más temeroso e insano por el impacto profundo del trauma vírico y social. Ese tiempo de exequias servirá de reflexión para proyectar una ciudad con otro espíritu (también cristiano), original y cíclico, por medio del cual, la fuerza y libertad de los individuos sea el mejor embrión para la solidaridad y el cambio de las sociedades futuras. Entonces, y mientras seguimos asistiendo a la caída del modelo imperante, haremos méritos, si no para la salvación, para no temer colectivamente y transformar un destino tan poco esperanzador.

 

Acerca de Javier Pérez Gala 2 Articles
Periodista, desde 2014 reside en Ecuador donde ha despertado vocación por la docencia.  Estudia la poesía popular y la tradición oral del campesino del litoral ecuatoriano

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