La crisis del coronavirus es política

Durante la crisis financiera se dijo que esta no debía ser politizada, a lo que siguió una década de políticas de austeridad. Está claro que la crisis del coronavirus traerá consigo efectos inesperados en la economía, por lo que ahora más que nunca es importante intentar darle una respuesta social.

Por GRACE BLAKELEY

La última vez que nos vimos confrontados con una crisis económica de envergadura similar a la que tenemos por delante fue en 2008, cuando el sistema bancario global colapsó debido a sus propios excesos.

Tras la decisión por parte del gobierno de Estados Unidos de dejar caer al banco de inversiones Lehman Brothers, empujando así a que los mercados financieros se precipitasen en picado, los gobiernos mundiales reconocieron que había llegado la hora de actuar. Seguidamente, se puso a disposición de los grandes bancos préstamos a corto plazo por valor de billones de dólares, asegurando así la liquidez de estos. Sin embargo, seguramente se habrán tenido que dar cuenta rápidamente que los bancos no solamente estaban faltos de liquidez (no disponían de dinero en efectivo), sino que eran insolventes (es decir, que eran incapaces de pagar las deudas contraídas). Como resultado, rescataron a los sistemas financieros recurriendo a los Estados, convirtiendo a su vez a sus principales accionistas en las instituciones financieras más grandes del mundo.

En los años siguientes, una serie de países fueron tomando medidas fiscales para que los efectos de la crisis financiera quedasen acotados a la economía real. Esto se tradujo en grandes programas de estímulo, promovidos por Estados Unidos y Gran Bretaña, para frenar la destrucción de empleo e impedir una espiral descendente keynesiana en la demanda. De esta manera, se intentó prevenir que se repitiesen los errores que en su momento nos habían llevado a las grandes crisis, como el Crack del 29, con la Gran Depresión de los años treinta. Pero, en realidad fue China quien salvó la economía mundial de una nueva depresión con un programa de estímulo por valor del 20% de su PIB. Estas masivas inversiones públicas rescataron tanto a la economía china como a la de su principal socio comercial.

No obstante, pronto cambió el panorama para varios gobiernos en el mundo. En Europa, en el año 2010 Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España se encontraban al borde de una crisis de deuda soberana —una consecuencia de la crisis financiera— que hizo que su política monetaria se viera restringida por pertenecer al euro. La política de la Troika, promovida por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, exigió como contrapartida por los programas de ayuda medidas de ahorro en países como Grecia. Gran Bretaña siguió el ejemplo de estos países y adoptó un drástico programa de ahorro, aunque no existían signos de ninguna crisis de deuda soberana inminente en este país.

¿Y de dónde este cambio repentino? La interpretación de los sucesos de 2008 ha sido desde el principio motivo de disputa ideológica entre izquierda y derecha. Una gran parte de la izquierda presume complacientemente que esta crisis financiera evidencia que sus advertencias sobre la insostenibilidad del capitalismo financiero eran ciertas. La derecha, inicialmente intimidada ante la crisis financiera global, pronto desarrolló su propia narrativa: lo que sucedió en 2008 no es simplemente una crisis del sistema financiero internacional, sino que fue provocada por la irresponsabilidad de gobiernos derrochadores, que habrían gastado más de lo que debían en servicios públicos.

El common sense impuesto por el tatcherismo nos dice que un Estado solo puede gastar tanto como ingresa a través de los impuestos. Siguiendo estos postulados, el partido conservador británico impuso fuertes medidas de ahorro y lograron ganar con esta narrativa de la austeridad las elecciones de 2010. Desde entonces, han muerto 120.000 personas de manera directa o indirecta como consecuencias de estas políticas de ahorro del gobierno. La economía británica —y con ella también el salario y la productividad— lleva diez años estancada y el endeudamiento del Estado se encuentra hoy en un porcentaje del Producto Interior Bruto mucho mayor al de 2010. Por tanto, la política de la austeridad —vista desde sus propias reglas— ha fracasado.

En plena crisis financiera, los conservadores se encargaron de difundir mensajes deliberadamente falsos para sacar rédito político de una de las peores crisis económicas de la historia. El partido laborista no lo hizo mucho mejor: ya que la estrategia de los tories tenía éxito, ellos se apuntaron también a la austeridad —aunque algo suavizada— y a controlar la inmigración. Así pues, ya se había establecido la respuesta hegemónica a la crisis.

La crisis del coronavirus se origina en un momento en el que la derecha se encuentra en el poder. Se insta a los ciudadanos, a los medios e incluso a los sistemas sanitarios a respaldar de manera unánime la narrativa del gobierno. El cuestionamiento de la política del gobierno —ya sea esta en materia de políticas de sanidad, monetaria o social—, se transforma en una inexcusable “politización” de la crisis sanitaria.

La presunción de que la crisis del coronavirus pueda ser “politizada” deja entrever que no es una crisis inherentemente política. Evidentemente, la aparición del virus fue un suceso natural —y predecible, según la investigación de la fundación Gates—. Pero la pregunta por su impacto económico y, en concreto, ver cómo se asume los costes que resulten de ella, no podría ser más política. Si nos queremos ahorrar una nueva lección por parte de la derecha sobre el capitalismo del desastre, debemos analizar qué posibles efectos podría tener esta crisis para nuestra economía y prepararnos en consecuencia.

El pánico por el coronavirus ya está causando efecto en los mercados financieros: entre otros, la agencia de calificación norteamericana S&P, el Dow Jones y también la británica FTSE han registrado pérdidas mayores a las de 2008. El derrumbe del precio de las acciones refleja que la percepción de los inversores es que la economía mundial está al borde de una profunda recesión como consecuencia del cierre de fronteras, del confinamiento de la población —que los trabajadores tengan que quedarse en casa— y del colapso tanto del consumo como de la inversión. Después de una década de endeudamiento creciente por parte de las empresas, existe una gran preocupación por que el descenso en la facturación desencadene una cascada de empresas que se declaren insolventes, lo que también podría llegar a ser peligroso para algunas de las grandes instituciones financieras.

Hasta aquí, la crisis del coronavirus parece similar a una recesión cualquiera. Sin embargo, existe una serie de diferencias muy importantes entre esta crisis a la que nos enfrentamos ahora y la que siguió al colapso de 2008. Después del año 2008, hubo mucha gente que perdió su hogar y otros muchos su puesto de trabajo. Significó un gran sufrimiento que no solo afectó a la capa más pobre de la sociedad. En contraste, los riesgos económicos que conlleva la recesión del coronavirus son mucho más individuales y —en especial para Gran Bretaña— mucho más graves.

Sobre todo en Londres, donde el virus se está propagando más rápido, mucha gente no podrá pagar su alquiler y sus facturas con las 94.25 libras semanales estipuladas legalmente como ayuda por enfermedad, disponible para aquellos que se vean obligados a auto confinarse. En el caso de los autónomos, empleados de la gig economy y personas con contratos de trabajo en los que no se establece un mínimo de horas, podrían ni tan siquiera tener derecho a estas ayudas.

El creciente número de personas sin un empleo estable se enfrenta a una dramática pérdida de ingresos, debido a que las empresas dejan de comerciar, las personas limitan su consumo y los espacios públicos se van cerrando gradualmente. Incluso cuando el auto confinamiento no sea obligado, quien no disponga de un ingreso regular —y eso incluye también, además de los grupos que ya se ha nombrado, a las pequeñas empresas así como a personas cuyos salarios van en base a provisiones— debe contar con una pérdida inmediata y permanente de sus ingresos.

Luego de una década de austeridad, el ahorro de los hogares es preocupantemente bajo. En 2017, los hogares gastaron más de lo que habían ingresado por primera vez desde 1987, por lo que tuvieron que hacer uso de sus ahorros o asumir nuevas deudas para equilibrar la diferencia. En Gran Bretaña más de ocho millones de hogares deben lidiar con problemas derivados de las deudas.

Con el precio de los alquileres por las nubes, el elevado coste del transporte y los salarios estancados, Gran Bretaña ya se encontraba en una crisis del coste de vida antes de golpear la crisis del coronavirus. ¿Cómo deben afrontar entonces las familias las pérdidas salariales si los bancos siguen reclamando la devolución de los préstamos, los propietarios continúan exigiendo el pago de los alquileres y los servicios públicos no dejan de cobrar las facturas?

También los bancos centrales hoy en día están más limitados en su capacidad de reacción que en 2008. La política monetaria ya es extremadamente flexible —se han bajado los tipos de interés todo lo posible, sin entrar en el terreno peligroso de las tasas de interés negativo, aunque bien es verdad que todavía se podría flexibilizar más—, desde luego, ya antes de la crisis había señales que crear más dinero se está volviendo cada vez menos rentable. La Reserva Federal de Estados Unidos ya ha ofrecido al sector financiero créditos a corto plazo por valor de 1,5 billones de dólares, pero incluso esto no ha podido detener el pánico.

Cada una de estas preguntas es política, ya que cada uno de estos problemas —desde los bajos salarios, pasando por las altas tasas de endeudamiento, hasta el hecho de que ya se han quemado todos los cartuchos de la política monetaria— es el resultado de medidas tomadas por gobiernos anteriores. Y solo los gobiernos de hoy pueden afrontarlos. No bastará con programas de estímulo general o una mayor flexibilización de la política monetaria.

Los gobiernos deben apoyar decididamente a las familias que, como consecuencia de la crisis del coronavirus, sufrirán pérdidas en sus ingresos. De lo contrario, tendremos que ver o bien cómo la gente desobedece el confinamiento decretado por el Gobierno y se propaga el virus, o bien como lo acata a costa de perder en pocos meses su hogar y declararse en banca rota. No es casualidad que los que se quejan por la “politización” de la crisis, no se vean obligados a hacer esta elección.

JACOBIN
Artículo publicado en Jacobin (versión alemana) el 5 de abril de 2020. Traducción al alemán por Thomas Zimmermann. Artículo original de Grace Blakeley, The coronavirus crisis is political , publicado el 19 de abril en Jacobin (versión estadounidense). Traducción del alemán al castellano David Yanes Pinillos / elsaltodiario.com

 

 

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