[Bolivia] En el culo del mundo no hay una pandemia sino cinco

Por: María Galindo, habitante vitalicia de la anormalidad.
Mujeres Creando / Bolivia.

Desde esta parte del mundo desde donde escribo es urgente decir que no estamos enfrentando una pandemia, sino cinco al mismo tiempo o si prefieren una pandemia que tiene múltiples capas superpuestas, adheridas una a la otra, donde la capa visible externa es la del coronavirus que funciona como la superficie evidente detrás de la cual se esconden y legitiman las otras cuatro pandemias.

La pandemia del fascismo que afecta las estructuras y libertades democráticas y que moviliza al conjunto de prejuicios en torno de la enfermedad, del contagio y la “protección” de la población.

La pandemia colonial que afecta las relaciones norte-sur, las relaciones con los sures del mundo presentes en todas las sociedades, la relación con el conocimiento y manejo de la enfermedad y el sobreendeudamiento de toda la región para el recrudecimiento de un contrato colonial mundial más severo.

La pandemia de la corrupción y la desidia estatal.

La pandemia de la violencia machista que afecta directamente el lugar de las mujeres y la crisis de cuidados, y la pandemia de las pandemias que es la pandemia del hambre.

Hay un juego de espejismos entre una pandemia y otra que confunde, paraliza la protesta; cuando estás interpelando una pandemia se superpone la de abajo para desactivar o relativizar todo argumento de resistencia. En pocas palabras, el coronavirus pretende justificarlo todo.

Mientras escribo este texto ha muerto una mujer en los brazos de su hijo por tuberculosis, en la puerta de un hospital donde por pánico no la dejaron entrar. Es tan pequeña la madre que parece una niña acurrucada en los brazos de un adulto, es que además de la tuberculosis la ha aniquilado el hambre. ¿Fue primero el hambre y luego la tuberculosis?, ¿tuvo también que ver el covid-19 para que no pudiera pasar la puerta de un hospital o usaron ese pretexto para no recibir a nadie, porque ni hay ni hubo campo para nadie más? Ordenen como quieran los factores, su muerte televisada y transmitida se convierte en rutinaria.

¿Qué está pasando en este sur bautizado como Latinoamérica que he preferido nombrar como culo del mundo?. Culo en el sentido ambiguo de lugar de placer y de desprecio al mismo tiempo

¿Hay alguna continuidad entre lo que pasa hoy en México, Perú, Brasil, Ecuador o Bolivia?

La región misma es imposible de describir bajo un solo prisma, no hay uniformidad; ¿qué es lo que hay en común entre el cavado de fosas para los cadáveres en Brasil, el endeudamiento acelerado boliviano o ecuatoriano y la enésima quiebra del Estado argentino, que nos hace pensar en la pronta quiebra de muchos Estados de la región?

Si de comunes denominadores que recorren todo el continente se trata, me atrevo a decir que la violencia machista, la corrupción gubernamental y el lavado de manos de las oligarquías locales, que en ningún país han asumido responsabilidad alguna, son los infalibles, sea que gobierne la derecha fascista o la izquierda progresista; sea que se haya optado por la cuarentena rígida, flexible o el negacionismo.

Les pido entonces permiso para hablar en términos generales, sabiendo que según qué país estos elementos funcionan de manera distinta.

 

Colonial virus; la densidad colonial

 

Pido permiso a la ecuatoriana residente en Barcelona Mafe Moscoso, de quien tomo el título de colonialvirus; ella denominaba así a la pandemia para denunciar lo que ocurría en Guayaquil: el papel de las “exiliadas del neoliberalismo” expuestas como los cuerpos portadores del virus y el papel de las oligarquías.

La capa colonial de la pandemia no es ni tangencial, ni de detalle, la envuelve completamente.

La densidad colonial supone que los países del sur compren los insumos médicos, desde pruebas y reactivos, respiradores hasta medicamentos, en un mercado neoliberal colonial a precios especulativos, inaccesibles para nuestras economías.

La densidad colonial supone la preparación por parte del Fondo Monetario Internacional de un proceso de endeudamiento acelerado que aprovecha la situación de pánico para que los gobiernos, de espaldas a las sociedades, contraigan deudas que empeñen el futuro, los bosques, la selva, el territorio, las materias primas estratégicas, como el litio o el mismo oxígeno de la Amazonia. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional están dispuestos a hacer préstamos a todo tipo de gobiernos en época de pandemia y destrucción de la economía, porque son medidas que fácilmente se presentan como salvataje cuando representan la firma de contratos de dependencia colonial a futuro.

Se ha hecho escarnio de la propuesta que enarbolé en un artículo anterior de la medicina casera y ancestral como salida. Parece ser que hay que creer dogmáticamente que este es un problema que lo resolverá únicamente la investigación en laboratorios sofisticados de microbiología e inteligencia artificial.

El problema no está en poner en una línea dicotómica una medicina con la otra, menos en colocarlas en una escala colonial de “primitivo” versus “desarrollado”. Lo más necesario es integrar una con la otra y entender que los principios psicosomáticos de las medicinas ancestrales y su comprensión holística del funcionamiento del cuerpo deben ser integrados a toda medicina urgentemente. Por otro lado, la medicina en la mayor parte de nuestros países es un recetario copiado sin pensamiento ni investigación propia, por eso nos enteramos por la BBC y desde Canadá que las llamas que conviven con nosotr@s en los Andes pudieran ser portadoras de un anticuerpo efectivo o nos enteramos de que en las ciudades de altura como Quito y La Paz la incidencia es menor, porque hasta al virus le da una especie de mal de altura. No son nuestras facultades de medicina ni nuestros laboratorios donde investigan, porque en la mayor parte de nuestra región no hay investigación y cuando la hay es en condiciones de extractivismo de información.

La microbiología y la inteligencia artificial pueden dar una solución específica y temporal a este virus, pero déjenme ahora reírme un poco de quienes esperan con fe esa solución. ¿Dónde está el laboratorio independiente no vinculado a los poderes de la farmacéutica transnacional? ¿Dónde está el laboratorio de investigación independiente que no esté vinculado a la guerra capitalista que esta “solución” aporte? ¿Qué conocemos realmente del virus desde estos centros de información y qué se nos oculta desde estos mismos centros de información?

Para ese poder farmacéutico, como habitantes del sur, hemos servido como cuerpos de experimentación, como poblaciones descartables, como l@s que no importan y también como territorio de extracción de conocimientos. ¿Cuánto tardará en llegar una vacuna al Chaco argentino donde hoy mueren de dengue o a la Amazonia peruana o boliviana? Seremos literalmente l@s últim@s en recibirla. ¿Cuál será su costo real? No podremos pagar su precio con dinero, que es papel, pero pagaremos la factura empeñando nuestra tierra.

La densidad colonial es desgarradora cuando hablamos de l@s incontables desplazad@s trabajador@s temporer@s que han quedado fuera de todo servicio de salud, frente a quienes se han cerrado fronteras declarándoles parias y a l@s que ninguna sociedad les ha reconocid@ como pertenecientes: ni sus sociedades de origen donde han garantizado ingresos económicos imprescindibles, ni las sociedades donde han garantizado servicios de cuidados imprescindibles. El colonial virus ha sido el pretexto político más “limpio” e incontestable del neoliberalismo para abrir la circulación de mercancías y cerrar la circulación de personas.

Europa ha pasado de cerrar sus fronteras nacionales a cerrar sus fronteras continentales y por fin habitar su sueño fascista de que el peligro es el otro. Ese mismo día han surgido las voces de cientos y miles exigiendo la regularización inmediata de tod@s l@s calificad@s como ilegales y hasta ahora solo Italia lo ha hecho.

¿Cuál es el sistema de salud responsable de curar a l@s infectad@s que llegaron desde España a regiones como Guayaquil o el Beni en Bolivia, regiones donde los contagios suponen algo muy parecido a un genocidio?

El virus en su densidad colonial es una frontera que divide los cuerpos y las poblaciones entre las dignas de vida y las indignas de vida, entre las regiones desde donde se elaboran y discuten los protocolos y las propuestas, y regiones donde esos protocolos no se piensan, sino que se copian.

Nos vamos contagiando covid-19 y ganas de vivir al mismo tiempo

Miedo y hambre juegan un juego mortal en nuestras calles y en nuestras economías.

Salir a comprar alimentos es prepararse para visitar el salón del hambre; la gente está saliendo a pedir limosna con creatividad, con dignidad y con originalidad; te sostienen la mirada, te cortan el paso con delicadeza, te extienden la mano o te ofrecen dulces y todo tipo de inventos prácticos para enfrentar la vida. Ayer compré un ensartador de agujas, aunque en mi casa no hay agujas, ni hilos. La mirada del vendedor, sus demostraciones, su dignidad, su ropa, su aliento, su bozal casero, todo él era un grito de dignidad magnetizante.

Abundan las variedades de mascarillas, que prefiero llamar “bozales para humanos”, para todo gusto y bolsillo, porque de eso también hay que sobrevivir. Pero la mascarilla universal parece ser de piel de mandarina; los cítricos han invadido las calles y es con cítricos con los que con ingenuidad nos defenderemos por acá de la pandemia, mientras nos vamos contagiando covid-19 y ganas de vivir al mismo tiempo.

Caminando por los barrios populares de tanto en tanto me vienen vahos de olor a hierbas que deben estar hirviendo en gastadas ollas que perdieron la tapa hace décadas; la gente se ha refugiado en la medicina casera y en los conocimientos de la abuela, los vahos vienen de lejos, porque los pueblos amazónicos han decidido espantar la pandemia con largos rituales.

Las ollas comunes, que son ni más ni menos que la respuesta colectiva y no individual al hambre, no solo son un acto de desobediencia, sino que son noticia corriente y cotidiana, las hay de todos los tipos y bajo todo género de organización en todo el continente. Tienen dos características comunes: son organizadas y gestionadas por mujeres, no por una cuestión de servidumbre, sino por un saber hacer y son no estatales, no institucionales y súper efectivas como medida social frente al hambre. Nadie se atreve a intervenir, descalificar, ni desactivar olla común alguna.

Especialmente desobedientes son las viejas y viejos prohibid@s de salir que están en las calles, la Policía tampoco se atreve a cuestionarles. Ahí están ellas y ellos con 70, 75 y 80 años en busca de subsistencia. Mil formas en las que l@s ancian@s de nuestras sociedades están desafiando a la muerte misma. Lo que consiguen lo comparten con sus amores y al día siguiente de nuevo les ves en las calles marcando el ritmo de una cuarentena que no es lo peor ni lo más duro por lo que han pasado.

Quizás la mayor potencia de las gentes de esta región está precisamente ahí, no es que nos ha venido una crisis, sino que vivimos en crisis; no es que esperamos respuestas, sino que las inventamos continuamente de forma artesanal e intuitiva, apelando a las herramientas del propio contexto y es eso lo que en la región se ve por todas las esquinas: remedios caseros, inventos de nuevas formas de ganarse la vida y de lanzarse a la muerte al mismo tiempo. Los días se han convertido en festivales coloridos del “día del fin del mundo”.

Es más fácil que te toque la lotería a que te toque un sitio en una unidad de terapia intensiva: El Estado y la pandemia de la corrupción

Seguramente en lo que a corrupción se refiere el gobierno boliviano debe ser hoy uno de los más sobresalientes de la región. El escándalo de la compra de 500 respiradores al 300% de su precio es tan solo la punta del iceberg.

Compramos vía intermediaros las pruebas más caras de la región, hacemos el menor número de pruebas de la región, varias capitales del país no tienen laboratorio de procesamiento de pruebas y los pocos laboratorios que hay están colapsados y entregando los resultados tardíamente, siendo que además las pruebas ya llegan tardíamente a los laboratorios, pues son transportadas por vía terrestre.

Las cifras de contagio son bajas, porque hay un subregistro descomunal debido a la negligencia estatal que funciona como mentira colectiva. La función más importante del Estado, como es la educación pública, está suspendida y los planes de convertirla en virtual no pasan de ser otra mentira colectiva.

El gasto militar se ha triplicado porque la movilización de tropas es continua y se ha utilizado la pandemia para legitimar la presencia militar en las ciudades.

Ninguno de los sectores oligárquicos vinculados a las transnacionales o que representan las grandes concentraciones de capital en la región han sido convocados a asumir ni siquiera una parte de los costos de la pandemia. Es más, en muchos casos han sido los primeros que han pasado a los gobiernos sus listas de pérdidas y requerimientos, y mientras la población está perdiendo trabajo, sustento, educación e inclusive la vida, las oligarquías se están lavando las manos dándose el lujo de hacer caridad. Grotesca es la imagen recurrente de las donaciones caritativas para sacarse la foto de portada.

¿Podemos entonces permitirnos pensar que las soluciones van a venir desde el Estado? ¿Podemos contentarnos con hacer una lista de demandas poscovid que pasar al gobierno? ¿Es solo cuestión de cambiar un gobierno por otro?

¿Es realmente la salida darle al Estado la administración de una renta básica universal, que es lo que proponen la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y la izquierda llamada progresista? ¿Cuánto nos va a costar cada peso boliviano, cada sol peruano, cada peso chileno o argentino que retiremos de una ventanilla del Estado?

En esta región me atrevo a decir que la pobreza no es la falta de ingresos, sino el despojo; no es la falta de ingresos, sino la destrucción sistemática del ecosistema, la destrucción de la selva y de las aguas dulces.

La propuesta de la CEPAL tiene mucho que ver con un reendeudamiento de nuestras sociedades y con la contención de la revuelta que se está cocinando en las otras ollas comunes que son las ollas de las ideas, las rabias, el dolor y las frustraciones. Por un año de renta básica firmarán en nuestro nombre la reincorporación pasiva y sin objeción ni debate al capitalismo patriarco/colonial extractivista.

Violencia machista y crisis de cuidados

Lo que peor han resuelto los Estados es la cuestión de l@s niñ@s convertid@s en pájaros enjaulad@s, cuya responsabilidad de contención ha estado y está descomunalmente descargada sobre las espaldas de las madres. Agravada por el hecho de que empieza la ola de flexibilización de la cuarentena, no se abren las escuelas ni hay soluciones para la crianza, lo que demuestra que sobre las espaldas de las mujeres se puede descargar todo sin límite alguno e incluso sin lógica.

El covid-19 es una crisis de cuidados que ha colocado a los cuidados en la doble vara de los trabajos recargados y mal pagados, masivamente realizados por mujeres y, al mismo tiempo, en los únicos realmente útiles a la hora de salvar vidas, contener emocionalidades y construir sentidos colectivos.

Suprimir la calle para las mujeres ha sido suprimir el espacio emancipatorio histórico, ha sido suprimir la otra ciudad efímera que habitamos y montamos cada día, ha sido un auténtico encarcelamiento en la familia nuclear patriarcal que andábamos disolviendo y en el espacio de captura de nuestras energías. Ha sido colocarnos a merced de las frustraciones de un macho que está en decadencia y que no encuentra su propio lugar en el mundo. Los índices de feminicidio en cuarentena son la prueba de lo que estoy diciendo. Los índices de violencia machista y violencia sexual, que rompen todo sentido romantizado de hogar, son la prueba de lo que estoy diciendo. La calle es nuestra casa y el espacio del afuera es el espacio en el que estamos construyendo una libertad capaz de redefinir trabajo, tiempo y utopía al mismo tiempo.

Esto coloca a la familia y al Estado en la misma línea de instituciones caducas, de mamotretos arcaicos que en esta crisis han mostrado su ausencia de respuestas, su peso como mito y su inocultable agotamiento.

La comunidad no es la suma de familias, sino la ruptura de estas para la construcción de nuevas afectividades, contenciones y complicidades.

Foto referencial proporcionada por la autora. Foto de uso libre. https://twitter.com/_Gabbyta/status/1268518102314225664?s=20

El Estado no es la entidad llamada a resolver lo que la pospandemia trae. La sociedad organizada, las voces críticas y las hambres acumuladas somos quienes necesitaremos elaborar no un pliego de peticiones a gobierno alguno, sino un marco de redefinición política de la democracia como un eje radical de participación y no como un aparato de marketing electoral, de la economía como un eje de construcción de bienestar y de la colectividad como el lugar del desorden afectivo.

Debajo del hambre están creciendo las ideas, debajo del hambre siguen floreciendo los sueños y mientras enterramos a l@s muert@s, ell@s todavía calientes se confabulan con nosotr@s para decirnos que no aceptemos de los gobiernos ningún acta de defunción que señale como causa de muerte coronavirus, porque de lo que murieron es de capitalismo.

 

 

 

En el centro de la pandemia nace el movimiento NO PUEDO RESPIRAR que en código andino quiere decir NO AGUANTO MÁS.

 

Acerca de María Galindo 19 Articles
Activista boliviana, militante del feminismo radical, psicóloga y comunicadora, cofundadora del colectivo Mujeres Creando en 1992. Actualmente codirige Radio Deseo, emisora radial con alcance en las ciudades de La Paz y el Alto.

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*