El auge y la caída de la revolución chilena

Con un proyecto de profundas transformaciones sociales, Salvador Allende alcanzó la presidencia del país en 1970. Era su cuarta postulación y su triunfo condensaba décadas de esfuerzos de los sectores de izquierda. De ahí la algarabía que generó, pero fue una alegría breve: en tres años saldrían del gobierno por la fuerza y, tras vivir la persecución y el exilio, se verían obligados a deponer los sueños revolucionarios y trabajar por el retorno de la democracia.Los historiadores Julio Pinto, Premio Nacional de Historia, y Joaquín Fermandois, presidente de la Academia Chilena de la Historia, analizan el impacto de la elección.

Por Andrés Gómez

Joaquín Fermandois recibió su primer sueldo en 1971. Lo recuerda bien. Entonces era un joven historiador egresado de la Universidad de Valparaíso y comenzaba su trayectoria profesional. Era el primer año de gobierno de Salvador Allende y los recursos parecían multiplicarse. “Uno tenía muchos billetes y a un joven le servían de mucho para lo que gastaba; con 22 años recién cumplidos estaba feliz. Yo veía eso en la gente, feliz con dinero en el bolsillo y con bajo desempleo en el país. Duró unos 9 meses, pero crearon un impacto grande”, relata.

Académico de la Universidad de San Sebastián y de la UC, el presidente de la Academia Chilena de la Historia subraya que entonces el país sufría de una pobreza endémica y un modelo de desarrollo que mantenía la economía estancada, con permanentes brotes inflacionarios. “Al embajador de Estados Unidos le extrañaba que la izquierda no hubiera sido más fuerte con un 60 % de pobres, según decía”, comenta.

Autor de La revolución inconclusa: La izquierda chilena y el gobierno de la Unidad Popular, Fermandois piensa que “el triunfo de la izquierda se debe a que desde fines de los 50 se había instalado como un bloque electoral poderoso, muy bien organizado, en relación siempre a cómo eran los demás partidos. Allende eso sí tuvo menos votos porcentuales el año 70 que el 64 (36,6% contra 38,9%), algo que hay que tener en cuenta. Sí tuvo la mayoría absoluta en las elecciones de regidores de abril del 71, el 51 por ciento contra el 49 agrupando a todos los que estaban en un lado y otro. Era un bloque electoral fuerte y si bien bajó después de esa alta cota del 71, se mantuvo sobre el 40% hasta el 73, eso es una parte importante de la historia. O sea, la ley de probabilidades de que en un sistema político así hubiera ganado una izquierda como la que había, era alta, desde 1958”.

Fermandois recuerda la progresiva radicalización que se vivió en los 60, en la política, las universidades y la cultura, una agitación que también llegaba a las Fuerzas Armadas. “O sea, hay un elemento subjetivo en la crisis, y el desarrollo económico y social de toda la década del 60, las administraciones de Alessandri y Frei, no fue muy diferente. Frei hizo muchas reformas, pero su cambio fue algo incremental. Eso sí, era una economía que crecía poco, y cada día se le pedía más, y no había claras fuentes de inversión. Entonces eso creó una posibilidad de quiebre, de un cambio más radical de sistema”, dice.

El triunfo se celebró como una fiesta, aunque era un triunfo relativo. ¿Cómo impacta a la izquierda?

Fue una ventaja mínima, menor que la que Alessandri tuvo sobre Allende el año 1958, fue el reverso del 58, aquella vez fue un 3% y aquí un 1,4 %. Apareció que el pueblo ganaba. Tuvo un efecto sobre la izquierda de coaligarla bastante; en términos organizacionales era bastante plural, en términos de ideas era relativamente homogénea; en términos de táctica como toda coalición se dividía continuamente, pero al final en las votaciones parlamentarias actuaba unida.

La UP tuvo que negociar con la DC y aprobar el Estatuto de Garantías Constitucionales, ¿a qué respondió ello?

Era una tradición chilena, no muy antigua. Comenzó recién el 46, cuando la elección del Congreso llegó a ser importante; y se negoció el 46, el 58 y punto. Porque el 52 Ibáñez ganó no por mayoría absoluta pero con tal ventaja, con el 47 %, que nadie dudó que ya había ganado. Entonces en 1970 vino esta negociación porque causó un tremendo shock. Vamos, alborozo en una parte del país, y shock en otro; eran muy visibles las dos caras de este triunfo. Un tercio del país estaba feliz y otros que se sumaron, porque decían sí, ya está bien que gobiernen, y a medida que pasaban los días de septiembre más gente se fue sumando, no por ninguna doblez, sino por estar con el triunfo, con el futuro, eso opera siempre.

«Cuando se cree que algo está en la onda, está en la vanguardia, la gente se suma a eso, todo esperamos cosas del futuro. Eso sucedió.»

¿Qué importancia tuvo el acuerdo?

El gobierno de la UP no le prestó mayor atención al acuerdo, pero tuvo alguna importancia. Bien mirada era una reforma que ponía garantías extra a la Constitución, una cosa que se discute ahora también, a la libertad de prensa, fortalecía el lado liberal que implica generalmente distribución de poder y vida pública libre, los medios de prensa pasaron a ser inexpropiables que, sumados más la existencia del Tribunal Constitucional, creó algún elemento de equilibrio. La izquierda estaba preocupada y por algo accedió. Allende negoció y se llegó a un acuerdo.

¿Fue algo más bien estratégico?

Yo creo que fue un acto político. Allende se lo dijo a Régis Debray claramente, que había sido algo táctico y que había que olvidarse de eso. Pero, claro, tenía una fuerza y no era fácil sobrepasarla. Allende creía que finalmente iba a lograr una mayoría parlamentaria y social y que iba a cambiar la realidad del país, y entonces el acuerdo no iba a ser obstáculo para el proyecto de la Unidad Popular, de crear una asamblea popular unicameral y cambiar mucho las reglas del juego.

Hasta el año 70 la izquierda se había movido dentro del sistema. ¿Con la elección, cambia la perspectiva?

Habían seguido la vía legal. No les quedaba otra tampoco. En Chile no era posible una revolución directa, armada. Podía existir un movimiento guerrillero urbano poderoso, pero difícil una revolución armada directa. El hecho mismo de que la izquierda se hubiera desarrollado por casi un siglo, la había acostumbrado a ese sistema, eso sí la identificó, un acostumbramiento a ese sistema, pero con el sueño de algo distinto que es lo que en el discurso la legitimaba. La parte ideológica, la idea de estar ante el fin de la historia, el comienzo de algo radicalmente nuevo en la humanidad, que ellos son portadores de ese sistema a instaurarse, y de que eso no era una utopía sino que existe en muchas partes del mundo, y a ese horizonte había que marchar, era una incitación muy fuerte.

La democracia siempre ha funcionado de modo que el que triunfa nunca triunfa completamente, y el derrotado no lo es del todo. En este caso, para la UP abandonar su programa era como impensable, no podía hacerlo. Entonces estaba como condenada a realizar el programa, y este no se iba a concretar sin crear una crisis institucional. Además, usó los medios semi-legales o francamente ilegales: las ocupaciones masivas, no todas promovidas por la UP pero aceptadas y que la ayudaban un poco, sobre todo las del primer año, las del 71. En el campo, ídem, aunque usó la reforma agraria de Frei, avanzó mucho más en términos de alentar las tomas, y la movilización, dominio de las calles, de las manifestaciones. Tenía gran parte de la televisión; el año 70 el candidato de la derecha no tenía televisión. O sea, la UP tenía una enorme capacidad comunicativa, por su estilo de hacer política, por los diarios que había, por las universidades, por medio de la cultura. Al comienzo hubo mucho de una política de hechos.

¿Cómo se comporta la izquierda en el gobierno?

Con una tremenda seguridad en sí misma, la idea de que esto es algo ineluctable, que hay que avanzar, con una discusión sobre la velocidad. Esta última por momentos dominaba el lenguaje de la izquierda, el debate del ritmo de la “revolución chilena”. Había dos sectores, los comunistas y los socialistas. Y el MIR, que era un grupo muy pequeño, pero los grupos armados, militarizados, en constante movilización, tienen un poder especial, y un mito. Lograron movilizar sectores pequeños pero lo suficiente como para hacerse sentir. Ahora, lo que diferencia a la revolución chilena o este proceso revolucionario como lo calificó Fidel Castro, que me parece un muy buen concepto para este caso, es que el líder no era el que manejaba la máquina, era el primus inter pares. Allende adquirió más respeto al ser elegido Presidente dentro de la izquierda, pero no dominaba, no como Lenin a su aparato, no como Ho Chi Minh al suyo, no como Castro al suyo; cada uno de ellos tuvo problemas con su aparato, pero lo controlaban. Allende, no; tenía que negociar, y siempre eran negociaciones en que restaba un tema crucial sin resolver. Es la gran diferencia entre este proceso revolucionario y otras revoluciones o procesos.

Ahora, la política económica, en un rasgo eminentemente populista, consistió en una tremenda inyección de dinero, mucho más grande de la que estamos viendo ahora. Además, se recibía esta atención mundial inusitada sobre un país pequeño y lejano, como que multiplicó el efecto dentro de Chile. No todos se daban cuenta de eso, pero fue importante.

¿A qué respondía ese interés?

En la imagen cultural moderna europea, la idea del buen salvaje es importante: allá en los extremos del mundo hay gente pura; es cosa de liberarlas, porque están oprimidas. Toda la izquierda europea quedó desilusionada con el caso (Alexander) Dubcek, la intervención soviética en Checoslovaquia, la Primavera de Praga, entonces vieron en Allende un Dubcek, el líder comunista que abrió el comunismo, un Gorbachev avant la lettre. Después yo me fui a Alemania, estuve estudiando un par de años, y lo presencié. Hasta a sectores conservadores les gustaba Allende. Estaba dividida la derecha europea en esto, pero demuestra lo profundo que caló la imagen positiva de la UP en Europa y América.

¿Hacia dónde conducía el modelo chileno?

Hacia un proceso revolucionario de tipo marxista clásico. Era lo que sabían hacer, era lo que creían. La izquierda chilena tenía una ideología radical, antisistema, una persuasión totalitaria o una fe absoluta en una sociedad mejor, pero que era básicamente parecida o igual a estas otras, la Unión Soviética, Cuba, Alemania Oriental. Era muy clave en la izquierda chilena decir “no vamos a transar”, no vamos a ser “reformistas”.

«Ser reformista o socialdemócrata era el peor insulto que un izquierdista le podía decir a otro, el epíteto más terrible y que en la década del 60 lo liquidaba. Claro, se deba en un marco institucional de una sociedad abierta, y la oposición organizada logró afirmar una mayoría estrecha pero clara que le daba solidez a esas instituciones, pero no tanto como para lograr una salida constitucional.»

¿La revolución entonces no se transaba?

Allende siempre decía que él no había transado, que sus compañeros de la época de la educación casi todos se habían hecho no revolucionarios, pero él seguía firme con la idea de la revolución. No hacer eso era la traición más absoluta; avanzaremos en paz o avanzaremos como sea. ¿Qué hubiera pasado si hubieran tenido la mayoría absoluta? Yo creo que el modelo venezolano, sencillamente, porque con mayoría absoluta podían tener un plebiscito a su favor, cambiar la Constitución y crear una realidad nueva. El modelo nazi, cuando dice uno dice eso, le dicen, “pero Allende no tiene nada que ver con Hitler”; de acuerdo, pero es el modelo clásico para demoler la democracia por métodos constitucionales, y como se hizo aproximadamente en Venezuela. Si hubiera sido sustentable eso por mucho tiempo, yo creo que no, no por mucho tiempo, pero ya entramos en el terreno de la hipótesis contrafactual.

¿Qué hubiera pasado si Allende no gana?

Me lo he preguntado muchas veces. Alessandri pudo haber ganado, perfectamente, 39 mil votos entre 2 millones 800 no es nada. Pero yo se lo pregunté ya hace años a gente de su campaña, qué iba a hacer Alessandri, no lo tenía claro y nadie me lo ha podido explicar. Y Tomic, si hubiera ganado, hacer lo que él decía era hacer la UP pero sin gran parte de su partido, no sé a dónde hubiera llegado, y si no hubiera hecho nada y hubiera seguido como Frei, le habrían echado mucho más en cara, “te comprometiste con algo que no has cumplido”. El caso de Alessandri, con menos de un tercio en el Congreso, sin elecciones a la vista, con un mítico plebiscito que iba a llamar pero que requería ciertas condiciones. En un autogolpe -hipótesis contrafactual- las FFAA no lo iban a acompañar o iba a nombrar a un general jefe de plaza; un día el general le iba a decir, “don Jorge quédese en Phillips en su departamento”, hasta que se diera cuenta de que estaba prisionero y el general en el poder. ¿Por qué? Porque eso estaba pasando en América Latina, en muchas partes. Nunca me he querido plantear eso, en el sentido de que si me lo planteo pienso que también hubiera terminado en una crisis, con cualquiera de los tres, es como Polonia en 1939, que no había alternativa alguna.

Alessandri tenía cierta habilidad, pero lo de la edad era cierto, una edad mental, una persona que se fue como encerrando en sí misma, no por falta de inteligencia ni de conocimiento, porque fue muy inteligente hasta el final. Pero le faltaba la agilidad política para entender los nuevos tiempos, y tuvo un comportamiento atroz la noche del 4 de septiembre: se fue a acostar sin decir nada. Yo voté por él, ¿cómo puede ser que no diga nada? Creo que la elección de Alessandri hubiera llevado a una crisis; lo mismo en caso de Tomic. A no ser de un golpe de genialidad en uno de ellos.

¿Cómo habrían reaccionado los partidos de izquierda si no hubieran llegado al gobierno?

En el gobierno estaban condenados a avanzar a un estado revolucionario. Fuera del gobierno, el PC habría tratado de sobrevivir y la mitad del PS se hubiera ido con el MIR a una confrontación, en el sentido de movilización, radicalizar la calle, en fin, un poco estallido de octubre pero de esa época, y lucha armada directamente porque el MIR estaba bien entrenado para eso, para la guerrilla urbana, algo había en los campos también. Eso habría sido con el pleno apoyo de Castro. Castro detuvo la lucha armada el 70, para las elecciones. Él se entendía muy bien con Allende y le dio una oportunidad; por eso le hizo saber al MIR que no hiciera nada, y Castro era una autoridad moral para esa izquierda.

¿Cree que había riesgo de una lucha armada?

Si hubiera perdido Allende sí, de todas maneras. Hubo guerrilla en todos los países de América Latina, entre el 60 y 70 y aquí también hubiera sido. ¿Qué habría pasado internamente? Ya es difícil decirlo. Pero mirando, yo no sé cómo habría podido sobrevivir Jorge Alessandri a 6 años así. Es cierto que no hizo grandes promesas, por eso perdió también, pero no había de dónde dar. Sigo creyendo que la única posibilidad era que la DC hubiera llevado otro candidato, que le hubiera quitado votos fuertes a Alessandri, y continuar Frei, la mitad de los votos de Alessandri no habían estado molestos con Frei. Por ahí podría haber habido una salida, pero después del 4 de septiembre los dados estaban echados. Y aunque hubiera tenido éxito el secuestro del general (René) Schneider y hubiera habido un golpe, ese régimen militar hubiera estado también en un callejón sin salida, no siendo más que una dictadura. La Junta del 73 tras el golpe tuvo quizás el apoyo de la mitad del país o más. No era el caso el 70.

La figura de Allende ha adquirido connotaciones heroicas, ¿Allende propició esa imagen?

Hay algo de acto heroico probablemente en lo de Allende; como que lo buscaba. Todo héroe también busca realizarse. Textualmente no murió luchando, pero sí el acto fue un acto político y se sacrificó sin duda, porque hubiera tenido una buena vida como exiliado. Pero claro, habría tenido problemas con la izquierda, pero no fue eso lo que lo decidió; él quería dejar derrotado al sistema.

(Joan) Garcés da una interpretación de que Allende lo hizo conscientemente como para liquidar toda posibilidad de una “democracia burguesa”, y que el golpe hubiera terminado con Frei como Presidente. Porque después de la muerte trágica de un Presidente no puede ser como que no pasó nada. Hay algo del mito de Balmaceda también, el presidente heroico que muere luchando por el pueblo, y el pueblo no va a dar más y se va a rebelar. Allende tenía una relación ambivalente con Castro, pero envidiaba un poco a Castro, le gustaba todo lo que era la gesta cubana, la Cuba revolucionaria. Castro tenía considerable autoridad moral sobre Allende. En la última carta de Castro a Allende le ordena morir, si uno lee bien el texto. Le dice, porque tú lo vas a defender con tu propia vida, eso es lo que esperamos de ti, y no nos cabe duda de que va a ser así. No creo que Allende haya hecho eso por lo que le dijo Castro, incluso puede que se haya molestado por ser conminado de esa manera.

¿Para usted qué representa el hito de la elección de Allende?

Es el inicio de una fuerte crisis de la sociedad chilena, que duró toda la década de los 70. Creo que en los 80, al contrario de lo que se dice, hubo cierta recuperación porque la combinación del exilio con el desarrollo interno fue creando la posibilidad de un nuevo Chile. Pero en la década de los 70 el país está en la balanza, primero si va a ser un modelo revolucionario, una democracia socialista; o después un régimen militar eterno pero tenso, y con problemas impresentables muy fuertes, una sensación constante de inestabilidad y fragilidad, hasta inmediatamente después del plebiscito de 1988. Desde ahí en adelante, se percibía día a día la pacificación progresiva de los espíritus, la reconciliación práctica y la convergencia política y cultural en el modelo occidental de democracia, atmósfera que hoy se olvida.

¿Políticamente, qué significó el golpe para la izquierda? Ya en dictadura y diezmada, tuvo que rearmarse y buscar nuevas alianzas para recuperar la democracia y eventualmente volver al poder.

Para el grueso de la clase política de izquierda, y sus seguidores más directos, fue el descubrimiento de la democracia como “modelo occidental”, en sentido de democracia liberal; y que la historia de Chile no había sido pura crisis y marcha al modelo del socialismo real. Experimentó muy de cerca el proceso que condujo a la Caída del Muro y tuvo absoluto protagonismo en la mayor parte de las tres décadas que siguieron, gozando y sufriendo el brillo del “modelo chileno”, hasta las tensiones de la crisis actual que la hace dudar de sí misma y sentir la experiencia -que de cuando en vez le sucede a toda existencia histórica- de la irrelevancia. Cuando nuestro tiempo esté definitivamente clausurado, se le observará con nostalgia como la de un esplendor dilapidado.

Fuente: https://www.latercera.com/cultura/noticia/el-auge-y-la-caida-de-la-revolucion-chilena/CINMQYS6K5A33ABYR3UA2G766U/

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