Facebook: los límites de la batalla política antimonopolio

El debate sobre cómo enfrentar el enorme poder de las empresas tecnológicas que está teniendo lugar en Estados Unidos se encuentra dominado por una perspectiva que se mueve entre lo conservador en el plano político y lo ortodoxo en materia económica.

Por Ekaitz Cancela

Ocurrió aquello que se esperaba desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. La Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos (FTC) y un grupo de fiscales de 48 de los 50 estados presentaron el miércoles una demanda contra Facebook con la mente puesta en romper su imperio y, entre otras cosas, obligar a la empresa a desinvertir el dinero que desplazó a Instagram (1.000 millones de dólares) y WhatsApp (22.000 millones). Por hacerse una idea, esto sería equivalente a las ganancias trimestrales de la empresa o el dinero que España tuvo que recortar en cuatro años de austeridad. De acuerdo a los reguladores, el imperio digital que dirige Mark Zuckerberg lleva varios años fraguando su “monopolio” en la industria de las redes sociales mediante conductas empresariales que atentan contra el libre ejercicio de la competencia. En un comunicado donde critica un nuevo capítulo “revisionista en la historia”, la firma tecnológica siguió el esquema tradicional y alertó de los “efectos contrarios“ que dichas restricciones tendrán sobre los intereses de la comunidad empresarial y los usuarios de sus servicios.

El debate sobre cómo enfrentar el enorme poder de las empresas tecnológicas que está teniendo lugar en Estados Unidos se encuentra dominado por una perspectiva que se mueve entre lo conservador en el plano político y lo ortodoxo en materia económica.

De un lado porque utiliza la situación de finales de la década de 1860, donde se discutía si se debería fomentar una mayor competencia ferroviaria o, en cambio, si una regulación más estricta o incluso la nacionalización ofrecerían una mejor solución. De acuerdo a la primera visión, el mundo no ha cambiado desde hace dos siglos y basta con replicar las antiguas políticas para regular las infraestructuras de trenes sobre las veloces autopistas de internet. Ambas posiciones están obsoletas en la era actual. Básicamente, los carriles sobre los que se erigía el sistema de transporte de personas y mercancías, guiado sobre una vía de hierro, son bastante diferentes a los mecanismos de intercambio presentes en las plataformas. El resultado natural de mirar a la realidad de esta forma es un pensamiento reaccionario, pues trata de adaptarse al desarrollo capitalista, y conservador, dado que sólo trata de proteger su característica central, la libertad de los mercados, los derechos de propiedad individual sobre los datos y también derechos de los consumidores.

Esta es la postura que defendió Ian Conner, director de la Oficina de Competencia de la FTC: “Las acciones de Facebook para afianzar y mantener su monopolio niegan a los consumidores los beneficios de la competencia. Nuestro objetivo es hacer retroceder la conducta anticompetitiva de Facebook y restaurar la competencia para que la innovación y la libre competencia puedan prosperar”. También es la perspectiva que ha seguido el Comité de Defensa de la Competencia del Congreso en la audiencia antimonopolio que tuvo como protagonistas a los CEO de Apple, Amazon, Google y Facebook. Incluso es la postura que defienden tanto Elizabeth Warren como buena parte de los liberales estadounidenses.

Por otro lado, estas posturas cometen errores analíticos intrínsecos en las acusaciones vertidas tras la Gran Depresión por economistas como George Stigler o Milton Friedman sobre la influencia monopolística que justificaron la intervención del Gobierno orientada a contrarrestar supuestas desviaciones de la competencia y regular el capitalismo. Esto es, parte de la base de que “competencia” es sinónimo de “competencia perfecta” e idealiza por ello el funcionamiento del sistema. Según esta idea, dicha lógica sólo puede tener lugar dentro de una industria donde existe un gran número de empresas de escala muy reducida, costes de entrada similar y una curva de demanda horizontal. Supuestamente, estas empresas son pasivas con respecto a la elección del precio de sus servicios y la adopción de la tecnología, es decir, ambos vienen “dados”. Nada de esto es cierto.

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