
Autor: Christian Arteaga
Este artículo analiza el discurso de dos representantes del Estado en las jornadas de octubre de 2019, como son: María Paula Romo, exministra de Gobierno y Oswaldo Jarrín, ministro de Defensa Nacional. Los sucesos de octubre implicaron grandes movilizaciones de carácter nacional, con levantamientos en comunidades y marchas urbanas. Si bien el detonante fue la elevación de los combustibles mediante el Decreto Ejecutivo Nº 883, que de acuerdo al planteamiento del Gobierno permitiría subsidiar diferenciadamente el hidrocarburo y, además, contener el contrabando de gasolina en los territorios fronterizos, la crisis política y social, ya tenía algunos antecedentes: los despidos masivos de instituciones públicas, que había iniciado meses atrás, amén de la fusión de ministerios, secretarías y supresión de partidas, bajo el imaginario de reorganización institucional; y el enfrentamiento entre sectores, otrora oficiales, y después de oposición, cuya disputa irresoluble fue el juzgamiento al ex vicepresidente, Jorge Glas.
En ese contexto, las protestas de octubre, significaron un punto de inflexión para el Gobierno, por dos razones básicas: una, por ser el actor que motivó la movilización social, y dos, porque posibilitó -involuntariamente- la reaparición del movimiento indígena como interlocutor de los sectores urbanos y rurales, mismo que había sido arremetido y perseguido, por estar en oposición como sujeto político y con un proyecto político diferente al del gobierno anterior. Con esos mínimos antecedentes, los doce días de octubre exhibieron -frente a lo que ciertas personalidades declararon como mesura y paciencia por parte del Gobierno- una fuerte embestida y represión violenta a los manifestantes, bajo la impronta de convertirlo en un conflicto de igual proporción en cuanto a fuerza del Estado y los movilizados.
No obstante, su cara más implacable sería el retorno de enunciados como insurgencia, terrorismo, guerrilla urbana y extremismo, bajo el influjo de fuerzas externas para desestabilizar a la nación, cuestiones tan características de las Doctrinas de Seguridad Nacional implementadas en nuestra región en los años 60, 70 y 80, en el contexto de la Guerra Fría, y el combate a todo actor y movimiento de izquierda, campesino, universitario, obrero, cristianos de base, entre otros, por considerarlo como enemigo interno.
Consecuentemente, esta viñeta plantea como objetivo sustancial explicar que la contienda de aquellos días, no fue solo en las calles, en tanto exhibición de stocks movilizatorios como marchas, mítines y exigencias, sino que fue también un universo en el cual se desplegó toda una serie de construcciones, negaciones, polarizaciones y descréditos en el campo discursivo y del lenguaje. Razón por la cual, metodológicamente, este trabajo toma en cuenta un corpus seleccionado a partir de materiales de archivo de la prensa escrita y visual (entrevistas y ruedas de prensa), que permita generar un análisis discusivo de dos autoridades de Gobierno que lideraron las estrategias de contención en esos días, y son el ministro de Defensa, Oswaldo Jarrín y María Paula Romo, exministra de Gobierno. Los soportes de este análisis son textuales y visuales, pues, se retomaron declaraciones de entrevistas en medios televisivos de la internet y en la prensa escrita, para colegir la forma en que se construyeron discursivamente los sucesos en dicho tiempo.
Este es una posibilidad de comprender el tema, no solamente como un evento más en la contienda política interna, entre Estado y pueblos del Ecuador. Si no que permite reflexionar la cuestión histórica y contextual de las formas que reemergieron para caracterizar a los actores, en un momento en que la Guerra Fría parecía un suceso pasado, pero que perviven ciertas estructuras fácticas y del lenguaje que constituyen y justifican la utilización de la fuerza sin mesura, para contener cualquier iniciativa de protesta, invocando tesis de hace treinta años.
DISCURSOS DE FUERZA: GUERRA CONTRA EL PUEBLO
El lenguaje es contingente y construye cosas. En efecto, no solo se inscribe en un régimen simbólico, sino que también erige prácticas y conductas, amén de las intenciones con las cuales trabaja, pues, como explica John Greville Agard Pocock (2009) en su artículo: La verbalización de un acto político: hacia una política del Discurso: “La complejidad de nuestro problema reside precisamente en que, a veces, las palabras prueban intenciones” (p. 50). De tal modo, en la rueda de prensa del día 14 de octubre de 2019[1], la exministra de Gobierno afirmó con respecto a la movilización que: “(…) confluyó con un intento de desestabilización, de ataque no solamente al Gobierno, sino a la democracia (…)” (Romo, 2019)
Es decir, a través de sus enunciados obliteró todo un acumulado de demandas de la gente, elidiendo a los sujetos participantes, para objetivar que la verdadera intención era poner fin a la democracia, obviando que en el presente, el conflicto y la protesta son vitales a cualquier proceso democrático. Más adelante, en la misma rueda de prensa, continuó refieriéndose a los hechos y a la intensidad de los movilizados: “(…) con una violencia y de una beligerancia de la que no teníamos registro en el Ecuador (…)” (Romo, 2019). Es decir, erige bajo una intención de juicio, un tipo de acontecimiento único y esencial, borrando todos los hitos y protestas en la vida republicana, mismos que significaron embates atroces por parte del poder sobre los demandantes, y yuxtapuso la responsabilidad de estos hechos sobre los hombros de los sectores movilizados.[2]
Posteriormente, la exMinistra, aseverará con enunciados y un adverbio reiterado, que las manifestaciones se produjeron en múltiples lugares, justificando la acción represiva contra la gente, pues refirió:
(…) también sucedió en otras provincias del país, también sucedió en la Universidad del Ejército, también sucedió en una Escuela de Formación de Policía y por supuesto, de manera dramática, contra el edificio de la Contraloría General del Estado, el ataque a las instalaciones de Flagrancia… (Romo, 2019)
Nótese que la utilización del adverbio también, determinó una estrategia sumatoria de actos que estaban por fuera de la ley en todo el territorio nacional, como justificativo del contexto y las formas de reaccionar de los aparatos represivos, acompañado de la estrategia retórica de ir in crescendo sobre el escenario a partir del discurso. De igual forma, utilizar el adjetivo dramática, sirvió para generar una tensitividad en un contexto ya complejo, y para llegar a la cúspide de un discurso que fue de menos a más, estableció un escenario de peligro mediante el sustantivo ataque. Así, el conflicto estaba creado, y a la vez, justificado para la intervención de las fuerzas policiales y militares.
Esta manera de puntualizar por parte de la exMinistra, supone aquello que Juan Alonso Aldama (2002) en El discurso terrorista: ritmo y estrategias comunicativas, explicó en la dinámica de tensitividad en cuanto: “Los datos tensivos y las formas de la modulación del devenir, además de ofrecer una explicación de la aparición de los niveles aspectual y modal, permiten dar cuenta de la problemática de la intensidad” (p. 176). Pero, paralelamente, la personera pública también constituyó un tipo de adversario que estaría en igualdad de condiciones de acuerdo a su descripción. De tal modo, siguiendo a Ruth Amossy (2016) en Por una retórica del disensus: las funciones de la polémica, estos actos de habla, instauran un Descrédito de los otros, entendiendo que este procedimiento es: “(…) una estrategia retórica que desacredita al adversario definiéndolo como alguien con una postura tomada, caracterizada por su mala fe (ungenuine) y sus malas intenciones (malevolent)” (Vanderfort, 1986 citado en Amossy, p. 28).
Por otro lado, en una entrevista ralizada por el matutino 24 Horas, al exgeneral y ministro de Defensa, Oswaldo Jarrín, el día 11 de octubre de 2019,[3] supo expresar con relación a las movilizaciones, bajo el concepto de descrédito planteado por Amossy, que: “(…) estamos hablando de atentados terroristas, eso tiene que ser reprimido al máximo con la aplicación de la ley (…)” (Jarrín, 2019). Es decir, ya hay juzgamiento de un acto, pero además, configura otro procedimiento que Amossy llamó Polarización, y: “(…) consiste en establecer campos enemigos y es, por ese motivo, un fenómeno social más que una división abstracta entre tesis antagónicas e inconciliables” (2016: p. 28) al haber dicho: “(…) cuando van a atacar instalaciones estratégicas, ya no solamente serán las armas no letales, se utilizará toda la fuerza de las Fuerzas Armadas, para proteger esas intalaciones” (Jarrín, 2019).
Dichas declaraciones traslucen un enemigo al cual hay que contener, ese enemigo aparece como abstracto, pero no hace falta nombrarlo porque el contexto lo enuncia claramente, y no es solo el movimiento indígena, sino todo sector movilizado. En efecto, el fantasma de las Doctrinas de Seguridad Nacional, se hace presente de manera pública y alusiva. El personero sabe rotundamente de lo que está hablando y por eso, sus palabras, la inflexión de voz y su propio discurso, es lo que John Searle (1969) en Actos de habla, expresa: “Hablar un lenguaje es tomar parte en una forma de conducta (altamente compleja) gobernada por reglas. Aprender y dominar un lenguaje es (ínter alía) aprender y haber dominado esas reglas” (p. 22).
De tal modo, el Ministro asume que afianzando las enunciaciones sobre el campo militar, edifica un escenario que invoca a la acción más dura y represiva para la contención de la protesta social. Pues, en El ethos oratorio o la puesta en escena del orador, de la misma Ruth Amossy (2000), propuso no solo el estudio de las palabras sino mirar: “(…) la imagen que proyecta el locutor hace uso de datos sociales e individuales previos que juegan necesariamente en un rol de la interacción y contribuyen mucho a la fuerza de la palabra” (p. 8). Entonces, se vuelve sustantivo resaltar lo que se dice, pues, lo afirma un funcionario público con trayectoria militar que ha ocupado los cargos más altos en dicha institución, y en instituciones transnacionales formadoras de militares para combatir al enemigo interno como fue la Escuela de las Américas. Por eso, en la entrevista expresó un juicio concluyente sobre un imaginario de probidad en aspectos represivos: “No se olvide que las Fuerzas Armadas, orgullosamente tienen experiencia de guerra” (Jarrín, 2019)
Vemos como su posición, en este caso, su pasado y cercanía al mundo militar, le confiere una legitimidad del asunto represivo con el adverbio de modo: orgullosamente. Sin duda, esto manifiesta el sentido mismo de una institución como las Fuerzas Armadas, pues, monosémicamente sirven solo para contener y repimir, por ello, su campo de dominio discursivo está soliviantado por un tipo de ethos belicista que, mediante el discurso, justifica su posición de autoridad, pero también lo articula de manera trascendente a un imaginario de la defensa nacional, que se vuelve concreto, pues: “(…) el que exista una oración (u oraciones) posibles, la emisión de las cuales, en cierto contexto, constituiría en virtud de su (o sus) significado(s) una realización de ese acto de habla” (Searle: 1969: p.27)
En efecto, no existe casualidad en dichos discursos, ni tampoco sentidos azarosos solamente, por el contrario, enunciar la defensa supone la propia acción de defender y atacar. Por eso, tomamos otra declaración del mismo servidor público, esta vez en el rotativo El Comercio, del día 23 de octubre de 2019, donde aseveró: «Tuvimos también la participación de las universidades y de centros que funcionaron como les han denominado centros de paz, pero en definitiva eran centros logísticos de abastecimiento para los manifestantes y los grupos que actuaban vandálicamente en el resto de la ciudad» (Jarrín, 2019).
Así, se retorna aquello que en plena Guerra Fría se refería como las bases de apoyo popular para los movimientos revolucionarios; Jarrín lo moderniza sutilmente (centros logísticos de abastecimiento) en el momento actual y acusa a las universidades. En tal plexo, Jarrín proyectó discursivamente un nosotros y un ellos morales, procedimiento que Amossy llamó Dicotomización, entendida como un dispositvo que: “(…) exacerba las oposiciones hasta volverlas inconciliables: remite a una operación abstracta. La polarización efectua agrupamientos en campos adversos: no es puramente de orden conceptual, sino social” (2016: p. 28).
En igual talante, la exministra Romo refuerza dichas aseverciones, en una nota recogida en El Telégrafo, el día 5 de noviembre de 2019, cuando expuso con respecto a los manifestantes que: «(…) estos estaban preparados y entrenados para enfrentar a la fuerza pública, se conoce posibles lugares de entrenamiento» (Romo: 2019). Es la misma línea del Ministro de Defensa, este último recreando formas de justificar el asedio y guerra de posiciones de los manifestantes que utilizan sitios seguros y de paz, en una especie de reedición de la Teoría del pez en el agua de los grupos revolucionarios en las décadas de los 60 y 70; y la ministra Romo con sus expresiones, justificando que no se enfrentaban con movilizados espontáneos, sino que existía un aparataje dispuesto con tácticas y organización militar.
Efectivamente, la estrategia discursiva de estos dos estos representantes del Gobierno fue la de construir la noción de enemigo público; no se le denominó enemigo interno, pero era el que fantasmáticamente estaba en todos lados, y al cual, había que contener, es decir, dicotomizarlo socialmente. Así, el día 12 de octubre de 2019, en El Universo, se publicó una aseveración que decía: “(…) frente al caos y el terror está la ley, la democracia» (Romo, 2019).
Sustantivos como caos y terror, ostentaron en dicho contexto una discursividad de problematización; sumados los sustantivos como ley y democracia, se tornó una discursividad de oposición. De esa manera, Romo y Jarrín, proyectaron, siguiendo a Christian Plantin (2016) en De polemistas a polemizadores, formas en las que: “Estos términos tienden a especializarse según los dominios (…)” (p. 74), y los dominios que enunciaron era que los manifestantes estaban inmersos en problemas con la justicia, desestabilizando el orden y el sistema de organización política.
Si entendemos que el discurso es lo que afirma Pocock (2009) en otro texto que lleva por título: La reconstrucción del Discurso: hacia una historiografía del pensamiento político: “(…) como una serie de actos realizados en lenguajes específicos (…)” (p. 81), es por demás sustancial distinguir cómo se fue fundando un tipo de lenguaje bélico, que conferiría una serie de justificativos en el uso y ejercicio de la fuerza sobre los movilizados, y que articulados siamesamente, daría como resultado que: “Un agente no puede actuar al margen de esquemas, relaciones o estructuras que enmarquen su actuación, de un contexto que dota la acción de significado e inteligibilidad” (Pocock: 2009: p.81).
Con estos refuerzos teóricos, podemos captar la relación de lo que dicen los ministros en un contexto lingüístico, que les permite adjudicar una serie de estratagemas que confirman su accionar, transitando desde ideas de violencia organizada hasta la influencia de fuerzas externas. Por ejemplo, en otra entrevista de la ministra de Gobierno, con el presentador, Carlos Vera, el 20 de enero de 2020, en MaxTv, un canal que es transmitido en línea[4], este le preguntó si fueron identificados los venezolanos que participaron en las protestas de octubre:
Sí, tenemos algunas personas identificadas, tenemos la dificultad de la certeza de los datos, porque hay personas que ingresan con una identidad aquí y pudieron haber entrado con una identidad en otro lugar, estamos cruzando esa información, no es la única explicación posible, ni tampoco es fácil (…) (Romo: 2020)
Reparamos cómo el asunto tomó un tinte regional, pues, ya no solo son las fuerzas internas, sino que se hacen presentes las externas, concretamente, venezolanas. Nuevamente aquellas ficciones de fuerzas externas desestabilizadoras, al estilo de los discursos en las dictaduras militares de décadas pasadas, cuando atribuían que el comunismo internacional estaba detrás de toda lucha popular, con su alfil en la región, que era la Cuba castrista, sin embargo, ahora era Venezuela. Nótese que la exfuncionaria declaró también que aquello, no era la única explicación, y derivó hacia el contexto económico difícil que causa, entre otras, el desempleo, pero añadió una responsabilidad ingente a lo de octubre: “(…) los 850 millones de pérdidas con 12 días de paralización en Octubre, también… no es un año fácil” (Romo: 2020)
De ese modo, violencia organizada, desestabilización, atentado a la democracia y destrucción de la economía, marcaron los escenarios que autorizaron la represión en aquellos días y para endurecer dichos campos de intervención a través de los discursos, se añadió las cuestión de las emociones que fueron reafirmadas de forma verbal. Ciertamente, el tema sobre los muchachos que cayeron del puente en el sector del Centro de Quito, en el barrio y mercado de San Roque, debido a la presecución policial, la exMinistra expresó que:
Ese par de chicos, venían de un incidente muy grave (…) es lamentable, por supuesto que yo preferiría que no hubiera pasado, por supuesto, pero, este par de chicos venían de un incidente gravísimo, habían quemado, habían vandalizado, habían incendiado un cuartel de policía, ¡le metieron un patrullero dentro! (…) prendieron un patrullero dentro del cuartel (…) (Romo: 2020)
Puede colegirse que el pretérito imperfecto, preferiría, indica, paradójicamente, que el hecho ya fue realizado, y su expectativa real quedó soslayada y se convirtió en meramente formal. Pero esto no ocurrió con los semas: vandalizado, incendiado y quemado, mismos que tienen su raíces en las adjetivaciones de personas, como vándalos, o en fenómenos como incendio y quemadura. Igualmente, la descripción recreada posicionó que estos dos muchachos que huían de la policía, eran sujetos con entrenamiento probado al realizar semejantes actos en un cuartel. Sin embargo, casi enseguida, la ministra Romo aseveró que: “Al menos uno de los chicos (…) fue parte de la violencia espontánea, lamentablemente uno de los chicos que corría, tal vez eso también nos demuetra la poca destreza, escapó por el lugar más grave (…)” (Romo: 2020)
Es singular observar que después de haber configurado y representado a dichos jóvenes como parte de un tinglado organizado y capacitado militarmente, explicó que uno de ellos era espontáneo y poseía poca destreza para el escape, razón por la cual, al huir de la aprehensión se estrelló contra el pavimento; a esto último debe añadirse algo que la exministra de Gobierno no mencionó, y es que ese joven, Marco Oto[5], tenía una discapacidad intelectual del 46% y atrofia muscular. No obstante, esto tampoco es casual, ya que las creencias utilizadas para formular los hechos violentos por parte de la población civil, están en el horizonte de las emociones, pues, Patrick Charaudeau (2011) en Las emociones como efecto de Discurso, propone que:
(…) las creencias están constituidas por un saber polarizado en torno a los valores socialmente compartidos; el sujeto moviliza una o varias redes inferenciales propuestas por los universos de creencia disponibles en la situación en la que se encuentra, lo que es susceptible de desencadenar en él un estado emocional. El desencadenamiento del estado emocional ( o su ausencia) lo pone frente a una sanción social que desembocará en diversos juicios de orden psicológico o moral (p. 104)
Con base en estas creencias, el contexto lingüístico, no sólo que reafirmó sus lenguajes y discursos sobre las movilizaciones, sino que diseminó una serie de sanciones morales a los participantes, lo que autorizaría formas represivas de parte de la Fuerza Pública. Muestra de ello fue el impacto de una bomba lacrimógena lanzada con un truflay a una mujer y el resultado fue la pérdida de su ojo, a lo que la ministra Romo solo indicó, que es: “(…) lamentable que esto haya suscedido, pero se dio en un contexto de enfrentamiento violento (…) (2020).
Miramos que, pero, como conjunción adversativa, posee en esta frase la razón de justificar lo precedente y el desenlance sobre lo sucedido con la mujer y su pérdida del ojo, porque estaban en un contexto de enfrentamiento; esta justificación se intenta aplicar a las 20 lesiones oculares producto de las acciones represivas. Es decir, la palabra enfrentamiento, es la que escande la proporcionalidad sobre el uso de la fuerza, igualándola entre las fuerzas públicas y la gente movilizada. Los léxicos pero y conflicto, se transforman en dos estretagias de posición discursiva que devienen en marca emotiva, así: “(…) las emociones serían tratadas desde la perspectiva de juicios que se apoyarían en creencias que comparte un grupo social y cuyo acato o desacato conlleva una sanción moral (alabanza o rechazo)” (Charaudeau: 2011: p.103)
Otra de las cuestiones medulares que hay que mirar en dichas expresiones verbales, es que estas no pueden ser asumidas estrictamente en un rango proposicional. Más bien, esto sería un error teórico y metodológico, pues sus proposiciones deben ser leídas en las propias circunstancias que se han enunciado, y estas fueron las jornadas de octubre. De esta forma, ante la pregunta de la presentadora, María Clara Triviño -que acompañó en la entrevista a Vera- acerca de si se han tomado correctivos en cuanto a seguridad para que no se vuelva a repetir lo de aquellas jornadas, la exMinistra respondió: “hemos hecho dos ejercicios, dos ejercicios… se llaman ejercicios de guerra conjuntos, Policía y Fuerzas Armadas, en un escenario como este (…) incluyendo un escenario de conflicto que antes no se había considerado en el país, que es la comunicación (…)” (Romo: 2020).
Esta enunciación permite, por lo menos, advertir una cosa muy práctica, y es que desde el Gobierno, sí se está en guerra contra la población. Pues, desde la verbalización que produce la Ministra sobre los ejercicios de guerra combinados, no puede leerse como una expresión meramente informativa, sino que siguiendo a John Austin, en Cómo hacer cosas con palabras (1962): “(…) emitir la expresión es realizar una acción y que esta no se concibe normalmente como el mero decir algo” (p. 47) Por ello, el emitir la respuesta sobre ejercicio de guerra para contener a la población, debe ser vista en la finalidad práctica que persiguió y persigue el Gobierno, en palabras de la principal de Gobierno.
En ese mismo horizonte, el día 24 de agosto de 2020, se sucedió una entrevista en Canal Uno, misma que fue alojada en el portal digital ecuadorenvivo, entre el presentador, Carlos Vera y el ministro de Defensa, Oswaldo Jarrín.[6] Uno de los epítomes en el cual se centró dicho encuentro fue sobre el uso progresivo de la fuerza en los hechos de octubre, el Ministro respondió: “(…) para el uso progresivo de la fuerza no es asunto de considerar simplemente el militar represivo y el humilde ciudadano, y que el militar sale a abrir fuego y a matar gente, esa es una reflexión ridícula, de lo más elemental y ofensiva (…)” (Jarrín, 2020)
Retornando a Amossy (2016) y el procedimiento de polarización, prestamos atención a cómo el Ministro taxonomiza a dos actores: militares y civiles, haciendo uso de cierto tropo literario como es la ironía, al manifestar el imaginario común del militar represivo y desplazando el valor de nobleza para el ciudadano. Introduce en la respuesta lo que piensa el mundo militar con respecto al civil, y cómo desde allí, se descalifica a este último, utilizando los adjetivos de ridículo, elemental y ofensivo, cumpliéndose sus respuestas desde la geografía de las pasiones como: “La relación emocional compromete al sujeto con un comportamiento de reacción en función de las normas sociales a las cuales está ligado, que ha interiorizado o que permanecen en sus representaciones” (Charaudeau: 2011: p. 105)
La representación del mundo civil es elemental y ridícula, ergo, en el campo militar la aplicación de la fuerza es la única que posibilita el entendimiento con el otro. Es decir, siguiendo a Dominique Maingueneau (1984) en La polémica como interincomprensión, este supone que en cada interacción semántica siempre hay calificativos y descalificativos sobre los enunciados del otro, de esa manera: “Cada discurso reposa en efecto sobre un conjunto de semas repartidos sobre dos registros; por un lado los “semas positivos”, por otro lado los “semas negativos”, rechazados” (p. 1). Esto resulta preciso en cuanto a los enunciados del principal de la cartera de Defensa, pues, sus modelos de comprensión del conflicto, no reposan sobre aporías y diversidades de una población contemporánea, si no que las reduce totalemente a un problema de fuerza y de inversión, pues, semás negativos como elemental y ridículo, resultan más bien una singularidad, casi ontológica del civil, y por ende, lo contrario, solo estaría situado en el mundo militar.
Para reforzar lo dicho, este ofrece otra afirmación que explicaría el uso de la fuerza y es que: “(…) aquí en el país no hay el respeto por la autoridad, no se respeta la autoridad (…) porque no hay conciencia, no hay respeto a la ley (…)” (Jarrín, 2020). Miramos cómo el sema autoridad es angular en la enunciación del discurso del orden, es una especie de patrimonio de las instituciones castrences frente a la flexibilidad e informalidad del ámbito civil. Pero además, acompañó el sema conciencia, como subsidiario de la autoridad, es decir, instaura un régimen bicéfalo, en tanto, la autoridad es material y la conciencia inmaterial, la unidad de esto permitiría que no se aplique la fuerza sobre la gente. La ecuación del personero es simple y se clausura por sí misma.
Posteriormente a estos semas positivos, agregará en casos hipotéticos como quemar vivo a un elemento de la Fuerza Pública:
(…) usted le llama nobleza, claro, pero a eso hay que agregar profesionalismo (…) el fin último no es destruir, y ese es el tremendo error de los extremistas que dicen: los militares no tienen que emplearse en el terriorio nacional porque no hay enemigo (…) nadie está en la capacidad de reconocer que se llegó hasta al sacrificio, hasta la humillación por defender la democracia, acaso no estamos reconociendo el paso de las Termópilas con Leónidas y los 300 muertos, pero no pasó el Ejército persa, es eso, profesionalismo, sentido del deber (Jarrín: 2020)
Esta alocución muestra todo un ejercicio sobre la comprensión de la fuerza. Transita desde cualidades simbólicas, arribando al imaginario de linaje como únicas del mundo militar. Puede notarse el sema nobleza, este parecería ser un rasgo distintivo de aquel mundo vinculado con el aura prerepublicana. Después, lo junta con un imaginario republicano como es el sema profesionalismo, en tanto, tecnificación y racionalización de las acciones consistentes, en este caso, las Fuerzas Armadas.
Empero, esto le posibilita acoplar la carga de un sema, muy utilizado en las notas de prensa de las dictaduras del Cono Sur, cuando se narraba cualquier enfrentamiento con las fuerzas del orden, siempre se añadía el léxico extremistas. Así, este léxico reaparece como una caracterización del enemigo público y como una manera de descrédito del sujeto, y al mismo tiempo, le hace perder su identidad particular, como pueden ser una gama de actores como activistas por los derechos humanos, organizaciones sindicales, estudiantiles, campesinas y civiles. De ahí que en dicho enunciado, los extremistas, vendrían a ser todos los movilizados.
Para reforzar el discurso prerepublicano y republicano, este instatura constitutivos morales del mundo castrence, como es el sacrificio en positivo y en negativo; la humillación que sufrieron aquellos días por defender un ideal mayor que es la democracia a secas, de manera abstracta, un topoi común que esgrime como si fuera un argumento decidor. Nombra democracia como un enunciado carente de significación, porque no la describe, pero la llena en su particular comprensión de que aquello es el respeto a la autoridad. Concluyendo en un tipo de discursividad épica, trascendente y comparativa al referenciar un hecho histórico en la historia de la guerra, que fue la defensa de Grecia por parte de Esparta y los atenienses, frente la invasión de los persas. Acontecimiento que se selló en el lugar conocido como Termopilas, donde se atrincheraron 300 hombres al mando de Léonidas, para detener al Ejército persa que pasaba del millón de hombres.
Esta analogía, posibilitó comprender heróicamente lo que sería el ámbito castrence. De tal manera, su verbalización combinó varios discursos como el de trascendecia, el sacrificial, el técnico, el histórico y el épico. Con estas disquisiciones, la represión se convirtió en forma de fortalecimiento de un tipo de conciencia trascendente y se justificó, pues, de aquella manera consolidó el espiritu militar, y en consecuencia, asentaron el discurso de la fuerza y la legitmidad.
Conforme la entrevista fue progresando, apareció ya la palabra contrainsurgencia, al calor de las preguntas de Vera:
(…) si fue en octubre el acontecimiento que vivimos, en el mes de noviembre, por responsabilidad del Ministerio de Defensa se emitió por primera vez, una directiva de planificación al Comando Conjunto sobre contrainsurgencia… Entrevistador: pero si eran manifestaciones populares lo que hubo en octubre… Ministro: ¡lo que se dice, eso es lo que se dice! o ¿el Manifiesto de Quito, era un acuerdo social para reducir el conflicto o para tomarse el Estado? (…) la insurgencia es muy concreta, derrocar al gobierno y quebrantar el orden democrático, eso es insurgencia en términos simples, por consiguiente, eso se vivió (… ) la gravedad de un conflicto no se contabiliza por el número de muertos, sino por la gravedad del incidente (…) (Jarrín: 2020)
Este fragmento expone palmariamente la intensidad del conflicto para el Ministro, cuando advierte que para noviembre estaba ya la propuesta de un documento contrainsurgente. Así, el escenario está inscripto en una lógica de guerra contra la población, estableciendo un flashback de la aplicación de las Doctrinas de Seguridad Nacional, en la disputa del Estado, por parte de fuerzas ilegítimas y la mantención del mismo, por parte de las legítimas.
Aquella intensidad promovió nuevamente una descalificación sobre las movilizaciones, poniendo en duda sus objetivos y más bien, las rechazó porque cumplirían otros derroteros, como la insurgencia para destituir el orden democrático, y como un deber ser, ellos estaban ahí para contenerlo. Consecuentemente, los enunciados que salieron de los actores movilizados, son caracterizados como desaciertos en el sentido austiniano que dice: “Cuando la expresión es un desacierto el procedimiento al que pretendemos recurrir queda rechazado (no autorizado) y nuestro acto (…) resulta nulo o carente de efecto” (Austin: 1962: p. 57), y esto con la frase: lo que se dice, eso es lo que se dice, que ya encarna no solo duda, sino negación de toda una opinión pública no oficial.
La expresión: eso es la insurgencia en términos simples, remarca aquello que habría expresado anteriormente como un acto elemental, por tanto, clausura cualquier tipo de complejidad sobre el término, asignando a que aquello es así y no de otra forma, configurando un discurso de tono modal del deber ser. Por ese motivo, la expresión que reforzó, ya no solo es de tono modal del deber ser sino del poder ser. La realidad es la insurgencia, la insurgencia es la realidad y por ello, no interesa la fuerza y las bajas que deban causar para impedir su avance. De ahí que las expresiones: el conflicto no se mide por el número de muertos, sino por la gravededad del incidente, confirma entonces la irreversibilidad del momento y su caracterización como zona de guerra.
Colegimos que el discurso del principal de Defensa, no encuentra término medio, o es rechazo o adherencia a las acciones, y esto porque en sus expresiones verbales, el deber ser y el poder ser, cierra toda posibilidad de comprensión y por ende, de diálogo. Esto, deja vislumbrar notoriamente que su discurso pasó por dos momentos: uno es el que denunció y descalificó y el otro, el cual juzgó y determinó.
Por ello, el discurso dominante, en este caso, fue la legitimidad de la doxa (sentido común) sobre la articulación: insurgencia, atentado a la democracia y represión. Incluso, aquella especie de adagio que dijo el ministro de que: la gravedad de un conflicto no se contabiliza por el número de muertos, sino por la gravedad del incidente, es una noción de propuesta o en este caso, del proponente. En palabras de Plantin (1998) en otro de sus escritos: La interacción argumentativa, sugiere la idea de propuesta, por cuanto: “(…) se entiende en el sentido de “idea”, “proyecto”, “oferta”, cuya formulación lingüística puede tener formulaciones variables. De ahí que hablemos generalemente de Discurso de propuesta” (p. 27)
Justamente, está ofertando una nueva comprensión de la fuerza, ya no es fundamental la cantidad de heridos o muertos, sino lo que la gente pueda acometer. Los caídos son subsisdiarios no esenciales de cualquier acontecimiento. Este es el argumento nodal del personero, construir un escenario por oposición: orden/caos, insurgencia/disciplina, extremismo/mesura, donde: “Las figuras de oposición pueden utilizar recursos lingüísticamente predeterminados como son las palabras antónimas bien identificadas, pero también pueden ser construidas en el discurso” (Plantin: 1998: p. 33). Esto fue lo ocurrido cuando puntualizó la noción de insurgencia como quebrantar el orden democrático, siendo que la propia RAE, la define como: “1. Levantamiento contra la autoridad”. Y somos nosotros y de acuerdo al contexto que adjudicamos tal definición, en este caso, el ministro solo lo deriva a lo de octubre.
En definitiva, sus enunciados verbales mostraron el costo moral y personal entre reprimir a la gente y ser obediente a la orden del Presidente, de no reprimir con armas letales. Precisamente, cuando Vera preguntó:
¿Le costó a usted seguir la orden del Presidente: “No quiero que disparen” Ministro: exactamente, lo que queremos es preservar la democracia Presentador: ¿Le costó seguir la orden? Ministro: A todo el mundo costó… Presentador: ¿A usted le costó? Ministro: Por supuesto que sí, y la orden fue que no utilicen armas de dotación (….)
La cuestión se invirtió, pues seguir una orden que implica arremetida es lo que usualmente cuesta, pero en este caso, seguir una orden que no lleve a dicho ataque es lo que preocupa. Por ello, a la pregunta reiterada, la salida fue decir: lo que queremos es preservar la democracia, y ante la insistencia, la respuesta fue: a todo el mundo, para llegar a aceptar que incluso, a su principal, le costó seguir dicha orden. Eso entraña que al discurso se lo intenta: “(…) “ahogar” en una amplísima intervención que no tiene nada que ver con el problema planteado por la intervención original, etcétera” (Plantin: 1998: p. 34)
Finalmente, es sugestivo adjuntar una declaración que buscaba de alguna manera, arrebatar del saco insurgente al movimiento indígena, desplazando la oposición a otros actores. El 23 de octubre de 2019, en El Comercio, el ministro de Defensa respondió a una asambleísta del Movimiento Pachakutik lo siguiente: “Yo hablo de grupos insurgentes, grupos vandálicos, grupos desestabilizadores, jamás pronuncié la palabra indígenas y si usted considera eso (de haber generalizado), es su problema» (Jarrín: 2019)
No obstante, ese tipo de respuesta dejó percibir que el silencio al no nombrar a un actor, lo determina con mayor fuerza, lo enunció desde la carencia con mayor profundidad, y es el caso del movimiento indígena. Jarrín dijo que no se refería a dicho actor, empero, siguiendo las tesis de Jaqueline Authier-Revuz (2019) en: Falta del decir, decir de la falta: las palabras del silencio:
Fuera de la radicalidad de estas “respuestas” a la herida de la falta del decir (…) se abre el campo de la negociación cotidiana de los enunciadores en su decir (…) con aquella falta que lo afecta, campo en el que se despliega, a través de múltiples figuras, otra respuesta consistente en acompañar el decir con el decir de su falta (p. 102).
Al no decir, se está diciendo y sus huellas emergen. Del mismo modo, las apuestas teóricas de la profesora francesa, nos ayudan a explicar lo que se dijo en la última entrevista ofrecida el 29 de septiembre de 2020, a El Comercio, en el que entre otras cosas sostiene que en octubre de 2019:
Se aprovecharon los oportunistas y las bandas criminales que se infiltraron en esa movilización social. Diversos actores se valieron de esa movilización para que haya insurgencia. Entonces, si me dice qué quedó de octubre yo le respondo que quedó una sola cosa: gracias a las Fuerzas Armadas quedó la democracia. En definitiva, lo que logramos fue una estabilidad democrática (Jarrín: 2020)
Habíamos planteado como problemática, el reaparecimiento en fondo y sin decirlo abiertamente de las Doctrinas de Seguridad Nacional, al caracterizar a los movilizados como insurgentes, bandas delictivas y oportunistas; esto atribuyó la configuración de un marco universal que englobó a todos los que participaron en dichos días. Habilitó al mismo tiempo concebir que nuevamente, las Fuerzas Armadas, dejan de ser obedientes y se convierten en dirimentes del proceso democrático. Es un retorno a las tristemente reputadas democracias tuteladas, tan características en la Guerra Fría. Posteriormente, desacreditará y polarizará más con su discurso, frente a la pregunta sobre la existencia en dichas jornadas de guerrilla urbana y terrorismo: “Inicios de terrorismo y de guerrilla urbana por supuesto que sí hubo. Porque el ataque o la toma de un cuartel no es un acto simple o de exasperación de una manifestación. Entrar a la Contraloría fue planificado” (Jarrín: 2020)
De esta suerte, singularizó a dichas movilizaciones con los léxicos terrorismo y guerrilla urbana, para erigir un contexto de una cuasiguerra civil, determinando las estrategias y acciones de los manifestantes como no espontáneas, sino planificadas y entrenadas. De esa manera, ubicó un tipo de argumentación, en la que el locutor permite una adherencia y unificación de su lenguaje, por medio de lugares comunes y doxas, para de esa manera decantarse por aquel discurso, y del mismo modo, rechazar otras formas explicativas al excluir cualquier otro argumento.
A modo de epílogo
Esta selección de fragmentos de dicursos y verbalizaciones de los dos ministros, representan la forma en que comprendieron las movilizaciones de octubre, pero también lo que piensan sobre los actos que se cometieron sobre la gente en aquel marco. Está nítido que sus alocuciones pusieron énfasis en ciertas expresiones, que no pasarían desapercibidas como meras palabras, sino como baremo de un escenario en el cual se nombraron e intervinieron. Dicho momento, no sólo político, sino lingüístico, determinó un entorno de conflictividad que fue caracterizado como desestabilizador e insurgente.
Con esas nociones se justificó una represión total contra los movilizados, por ello es que en doce días de protesta, existieron 6 muertos,123 heridos del lado civil, de los cuales 20 tuvieron lesiones oculares realizadas con armas de dotación de la Fuerza Pública, así como 38 privados de libertad individual. Este ciclo de protesta fue distinto a otros, pues, emergieron singularidades en el lenguaje que recordaban a momentos de contención en nuestra región. Esos momentos eran las dictaudras y la utilización de su léxico, por ejemplo: insurgencia, extremismo, terrorismo, guerrilla, fuerzas externas, entre otras.
Con base en estos semas, el tablado de conflictividad se radicalizó y permitió un ataque por parte de las fuerzas públicas, alegando que entre los movilizados habían infiltrados y fuerzas que obedecían a agendas externas. La actuación del Gobierno y sus excesos palpables, no fue percibida solamente en los sitios donde ocurrían las protestas, si no que, sobre todo, fue a través del lenguaje utilizado en aquellos días y posteriomente, se aclaró la maginitud del asunto. Fue mediante el discurso que se exhibieron las estrategias de represión y consolidación de un tipo de orden militar, que intentaba a toda costa equiparar la fuerza civil con la castrence y policial, para de esa forma proferir que el conflicto era entre iguales, por tanto, la fuerza debía ir en esa intensidad.
De esta suerte, el escenario se organizó como un campo de guerra no convencional, a partir de las verbalizaciones de los funcionarios que transitaban por los medios de información tradicionales. De ese modo, la protesta social debía ser neutralizada y desacreditada, pues, los enunciadores de un tipo de acto y de discurso, pusieron en juego su capacidad misma, no solo de credibilidad, sino sus valores y creencias, en función de la construcción de estructuras subjetivas que justificaron los actos más violentos y concientes contra la población civil.
BIBLIOGRAFIA
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Searle, John. 1969. Actos de habla. Editorial Planeta-Agostini. Barcelona
[1] https://www.youtube.com/watch?v=C1TFILzvgLM
[2] Verbigracia de ello, tenemos la matanza de obreros en la ciudad de Guayaquil, el 15 de noviembre de 1922, o la ejecución de zafreros por parte de la dictadura en el ingenio azucarero de Aztra en 1977.
[3] https://www.youtube.com/watch?v=v6-eM246zTI
[4] https://www.facebook.com/watch/live/?v=982826725420667&ref=watch_permalink
[5] https://www.youtube.com/watch?v=XWJ7AD5rsU4
[6] http://www.ecuadorenvivo.com/politica/24-politica/127546-jarrin-no-es-posible-que-la-policia-y-ffaa-no-tengan-un-instrumento-legal-que-los-respalde-frente-a-delincuentes.html#.X3Y3pC9t8Wp
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